El milagro de Mario Bros y el precio del auxilio
Scott Bessent pide todo, también la ruptura con China, provocando un maridaje irrepetible: la izquierda activa puede movilizarse con los ruralistas y gente de la industria contra la dependencia de los Estados Unidos, objetando el colonialaje, para evitar convertir al país en un apéndice de EE.UU., una suerte de Estado libre asociado como Puerto Rico. Pero, en este caso, llamado Puerto Pobre.
Recalculando, como advertía una castiza voz femenina en las instalaciones de los primeros GPS de los autos. A cada rato cambiaba la dirección a la que se dirigía el vehículo: no era un capricho ni error de la diminuta computadora; siempre, siempre, la pérdida del sentido era responsabilidad del conductor. En este caso, un argentino distraído. De ese tiempo también data un muñequito de videojuego denominado Mario Bros, al que, en rigor, correspondía llamar La Argentina. Por su propensión a perder vidas. Como suele repetirse ante la cantidad de fracasos que atravesaron los distintos gobiernos del país a partir de mediados del siglo pasado. Pero esta semana se ensaya, aparentemente, el último y más milagroso salto de Mario Bros para alcanzar una estrella en el ascensor del entretenimiento: sobrevivir en la estabilidad política y económica, disfrutar de gobernabilidad. Gracias a una insistencia del gobierno Trump para preservar la continuidad de Javier Milei en la Casa Rosada, merced a un swap de 20 mil millones de dólares, un tratado comercial —tal vez no precisamente favorable para algunos sectores— que volverá a cero ciertas posiciones de exportación argentina y a la declaración de que “vamos a hacer todo lo que sea necesario para auxiliar al país”. Scott Bessent dixit. Hablan también de más concesiones para el interés mutuo con el nuevo “amigo americano”, convertir en realidad la onírica fantasía de ver al Tesoro de los Estados Unidos comprando pesos. Insólito, inédito. Duradero, quizás.
Al menos bloqueó una tendencia en parte de la población: sea por el desbarranque económico que ni repara en la baja de la inflación, la avidez renovada por el dólar crocante y el espiralizado riesgo país que ya ocasionó la caída de más de un gobierno. También detuvo, parece, el bajón político por la suma de denuncias que diluviaban sobre Milei, al punto de forzar, contra su voluntad, el apartamiento de José Luis Espert como primer candidato del gobierno en la provincia de Buenos Aires. Tal vez su carta más brava, aunque ahora dicen que su reemplazante, Diego Santilli, mejora la consideración con los votantes. La decadencia llegó al extremo de que parecía generarse una controversia entre una rama del Poder Judicial y el gobierno, sea por la inmediatez en medio del barullo y luego de tres años de la Corte Suprema por extraditar al lavador Fred Machado, como por la acción invasiva de que en esa causa hasta pretenden revisar el celular o los celulares del Presidente. Pocas veces se vio esa insinuante batalla entre el fuero federal y el Ejecutivo, cuando esa acción judicial no se valida contra alguien que ni siquiera fue imputado o acusado. Casi afecta la seguridad. Unos sostienen que en la Justicia se huele sangre y, por lo tanto, atacan como los tiburones advirtiendo nuevos escenarios, y una falta de comunicación inexplicable entre el Gobierno y distintos estratos de la Magistratura.
Pero los jueces federales reconocen su origen en lo que era la Justicia del Príncipe; son hombres de Estado antes que magistrados, responden a una suerte de justicia especial —de ahí sus privilegios ante sus colegas ordinarios— cuando se involucra al gobierno, obligados a una sensibilidad diferente cuando están cerca de un acontecimiento electoral o el país negocia un acuerdo de la naturaleza que hoy se realiza con Trump. Una tensión escasamente difundida en la sociedad y que no se justifica siquiera en la inoperancia de los organismos de Estado o la comunicación de ciertos responsables, como el caso del segundo del Ministerio, Sebastián Amerio, un ex prosecretario que llegó a las alturas y cuya eficacia muchos la miden por estar en una comisión directiva del Club Italiano que concesiona el restaurante a la gastronomía francesa.
Por supuesto, habrá que observar la letra chica de la asistencia extraordinaria elaborada en EE.UU. para salvar a la administración Milei, justo en medio de una repetida crisis financiera que anticipaba el Apocalipsis: las pólizas suelen guardar detalles poco gratificantes para el cliente y se debe recordar que las compañías de seguros jamás pierden. Igual, nunca el mercado presenció un precio sostén de esas características para la divisa local, bancada por la Casa Blanca: una intervención en la política cambiaria que ni siquiera puede atribuirse a un Estado argentino que estaba en cuclillas y para interpretar La Dormilona. Rescate de un Donald Trump que esta semana entrevista en la Casa Blanca a un eufórico Javier Milei al que arrancó de las arenas movedizas. Con un aditamento: afirma que el singular esfuerzo con la Argentina es para que Milei se renueve en 2027, no solo para que tenga una gran performance este 26 de octubre. Se sabe que hay una enorme colección de mandatarios respaldados por EE.UU. en el pasado que luego cerraron con desgracias sus carreras. Inclusive cuando los mismos Estados Unidos estuvieron en guerra. En este caso, salvo las asimetrías comerciales, otras identidades ofrecen una perspectiva más favorable. Al menos, han logrado superar una evidencia: el fracaso de la experiencia económica de Luis Caputo & Cía., a corregir sin duda, ya que sus protagonistas han necesitado tantos services para su experimento que es razonable dudar de su éxito. Léase Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, otros institutos, ahora la formidable avanzada de EE.UU.
Otras ocurrencias en este Plan Marshall siglo XXI, según los favorecidos. El mismo generoso secretario del Tesoro, Bessent, ha dicho que el peso está subvaluado, que al mejor estilo del campeón Luis Caputo, el dólar debería estar más barato en estas tierras subdesarrolladas. Y como si fuera un mesero (mesa dinerista), jura que la operación con la Argentina será un buen negocio para su gobierno. Difícil objetarlo: supo cosechar una fortuna personal en Nueva York con varios socios que hoy están en el equipo de Caputo, y con Caputo mismo. Pero su determinación confesada sobre el tipo de cambio hoy escandaliza los intereses de la Unión Industrial Argentina, de la Sociedad Rural y del Jockey Club, abrumados por un presunto atraso que se corrigió en las últimas corridas del dólar al tocar el precio la banda superior impuesta por el gobierno. Todavía esos sectores no se han recuperado del desmayo: iban a felicitar a Milei por su visita a Trump y a los posibles acuerdos cuando ya estaban en la lona. Para colmo, el knock-out del caballero Bessent vino con otra exigencia: el mantenimiento de las retenciones cuya eliminación perjudicaría a los productores norteamericanos. No solo en el agro: más impuestos a los que exportan. El funcionario pide todo, también la ruptura con China, provocando un maridaje irrepetible: la izquierda activa puede movilizarse con los ruralistas y gente de la industria contra la dependencia de los Estados Unidos, objetando el colonialaje, para evitar convertir al país en un apéndice de EE.UU., una suerte de Estado libre asociado como Puerto Rico. Pero, en este caso, llamado Puerto Pobre. Ay, Mario Bros.
Al menos, otro tipo de sorpresa menos complicada provino de los Estados Unidos, a la que Trump podría haber patrocinado en el nuevo vínculo con Milei: una inversión de 25 mil millones de dólares en la Patagonia para un megacentro informático dedicado a la inteligencia artificial, uno de los rubros más ascendentes de la ciencia y la economía. Con notables consecuencias sociales, como lo reveló en la Rural un expositor de Macintosh en una concurrida y jubilosa celebración del empresario Mario Montoto, en la cual se informó sobre descubrimientos en niños vulnerables de África para evitar una segura ceguera, o la conclusión inesperada de que aquellas personas que escriben con la mano izquierda mueren antes —casi una década en promedio— que los que escriben con la mano derecha. Y no se trata de ideologías. Al margen, esa notable inversión de las contingencias electorales, al revés quizás del swap del dúo Trump-Bessent, que han decidido —con condicionalidades, como lo harían los chinos, los rusos o cualquier prestamista— auxiliar al gobierno para frenar la poca gobernabilidad, una tendencia a la derrota ese mes según las encuestas, y reafirmar a un amigo en el poder. Un amigo en una región astillada de enemigos y cuando, se supone, el hemisferio se habrá de conmover por situaciones de turbulencia en países como Venezuela. Por no mencionar las derivaciones de la aplicación de aranceles, palabra ya en la sopa de los ciudadanos del mundo, ajenos a esas guerras comerciales casi más importantes que aquellas en las que se cruzan misiles y drones.
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