Infligir, padecer, reñir
No se puede generalizar, pero como repite Georges Perec en una novela burocráticamente delirante, El arte y la manera de abordar a su jefe de sección para pedirle un aumento, no se puede generalizar, pero sí hay que simplificar. Simplificando entonces –por el espacio reducido, por la inevitabilidad de lo inabarcable, no como validación–, diría que actualmente, en los distintos ámbitos narrativos, desde los más artísticos, la literatura, hasta los más circunstanciales, las redes, prevalecen ciertos temas y personajes. Por un lado, lo condenable moralmente, el padecimiento, la violencia infligida. A su vez, personalidades rotas, o destrozadas, el miedo, la fragilidad, el desorden mental. El arco es inmenso, desde los últimos premios Nobel, Han Kang y László Krasnahorkai, hasta novelas inéditas que me tocó leer como jurado en varios concursos nacionales y provinciales. Por todas partes emergen relatos de pérdidas y extraviados. En la obra de la escritora surcoreana es muy evidente la importancia del dolor, su grito susurrado, las distintas tramas del silencio. Al recibir el Nobel, ella misma aludió a una pregunta que le vuelve desde su infancia: “¿Por qué el mundo es tan violento y doloroso? ¿Y cómo es posible que aun así sea tan bello? Durante mucho tiempo creí que la tensión y la lucha interior que desencadenaban en mí esas dos preguntas habían sido el motor de mi escritura. La pregunta sobre el amor y el dolor que nos unen”. También la desdicha asoma con más sorna y melancolía en los personajes del autor húngaro. Y para simplificar, homenajeando a Perec porque sí (traté de hallar una excusa, fecha aniversario, la redondez de una justificación periodística, pero tendría que esperar hasta marzo de 2026 y conmemorar los noventa años de su nacimiento), para simplificar, diría: el trauma prima. En una de las novelas de los concursos antes mencionados, el trauma organiza toda su estructura. Cada capítulo comienza por un trauma. Aparecen numerados. Trauma 1, Trauma 2, Trauma 3, etc. Y junto al trauma y personajes que los padecen, suele rondar algún psicoanalista. Extraño, pensé, revisando novelas canónicas, muy propias del malestar de otros tiempos, correspondientes al siglo XX, siglo del auge del psicoanálisis. No venían a mi mente analistas en la obra de Arlt, tampoco en Rayuela, o en García Márquez, ni siquiera en Onetti, leyendo La vida breve. Y en muchos de ellos, ¡el que sufre es el que inflige! Le sucede a Erdosain, en Los siete locos, “Desde mañana seré sobre la tierra un monstruo… asesino de hoy seré el conquistador del Mañana” o cuando está por matar: “Un rencor sordo hace latir apresuradamente sus venas, se sentía más fuerte que nunca, la fuerza del que puede hacer fusilar”, “buscaba ser a través de un crimen”. Lo mismo o parecido le sucede a Juan María Brausen en La vida breve. Ambos personajes son violentos y sufrientes, como Raskolnikov en Crimen y castigo, incluso sumaría al existencialista Meursault, de El extranjero de Camus.
En estos tiempos no es habitual encontrarse con personajes desvergonzados, expuesta su desidia, sus ansias, cierto machismo. Como si la literatura misma intentara frenar (o condenar) lo irrefrenable. Hay más páginas para la violencia recibida, el dolor personalizado. Darle letra (¿justificar?) al impulso asesino, como lo hiciera también Patricia Highsmith, genialmente, no es tan común. La gran mayoría –sin generalizar, solo simplificando– de los libros actuales basados en historias reales apuntan a lo testimonial. Así, la pregunta acerca del dolor, la tristeza, la fisura, adquiere muchas veces los rasgos de una denuncia. ¿El escritor comprometido, como rezaba Sartre?
Sin embargo, la ficción más combativa no parece ser un espejo donde la realidad quiera mirarse, como si con lo escrito le alcanzara para satisfacer su conciencia. ¿O acaso la ética se ciñe a las palabras y desatiende los hechos? Por ejemplo, en las últimas elecciones, el descalabro moral del oficialismo no parece haber incidido en la toma de decisiones: el 3 por ciento, tan difundido, repudiado y cantando; el colmo del candidato calvo, la filiación con el narco, el caso $Libra. Múltiple desequilibrio moral (tanto que claman por el fiscal).
Entonces, para simplificar, sin apelar a generalizaciones, no deja de sorprender todo lo que se dice y escribe, en distintos formatos y circulaciones, denunciando situaciones de violencia, de maldad, sin que el mundo atenúe sus excesos, incluso está yendo más allá, desmoronando límites infranqueables, dejando a tanta gente en fronteras sin destino. ¿Será por eso que los responsables de estas violencias despotrican contra la cultura, prescinden del arte, se jactan de no leer y desestiman las virtudes de acercamiento y comprensión de la palabra, abusando de ella, cínicamente?