Jorge Rulli a todo riesgo
Hace un tiempo, cuando cultura de la cancelación era un tema picante, reflexionamos en cantidad sobre la distinción entre un artista y su obra. La reedición de una discusión tan vieja en este siglo, hizo ver que, en materia de mezclar los tantos, como cuando adjudicamos a la ficción algo excluyentemente disponible en la realidad o viceversa, había especulaciones pendientes. Moral, libertad de expresión, censura y ética puestas bajo la lupa de la comunicación. Algunos de estos temas nunca terminan de subir (o bajar) del todo a la órbita política, donde desde hace décadas, por ejemplo, la ética, no pincha ni corta. Al referente político no se le demanda lo mismo que parece lícito demandar al artista cuando tiran salsa en pinturas, retiran premios o sacan libros de las bateas, como si el poder y la militancia contaran con un habeas corpus o fueran ejercicios performáticos sin base moral. Si los discursos y gestos son acordes a la época, por más nefasta que sea, y están acompañados por la estética del éxito, por poco elegante que sea, alcanza. El horizonte heroico es de los suicidas y bajo el paraguas del pragmatismo se aceptan aberraciones. La honestidad, en política, es ingenuidad; lo mejor es ser avispado, el que estafa primero, estafa mejor.
En este marco, la magna figura del militante capaz de sacrificarlo todo por una causa que cree superior, se desvanece. Hace dos años murió Jorge Rulli, una de las últimas encarnaciones argentinas del militante a todo riesgo. Además de legar el ejemplo de una vida valiente, trágica, querellante y también feliz en el sentido amplio del término, escribió ensayos de vanguardia política, como Pueblos fumigados o La agonía del peronismo, intervino en otros con diálogos testimoniales, como los compilados en A la intemperie, y en documentales que se pueden ver en YouTube, como Peronismo, la memoria silenciada. Con muchos admiradores y algunos detractores, nunca hizo concesiones, ni cayó en roscas o transas. Pese a haber padecido la cárcel, el exilio y la tortura, jamás se victimizó. Recibió a todos los que se le acercaron porque nunca formó parte de una elite política. El título de otro de sus libros, Semillas para una nueva conciencia, es, por ahora, una plegaria: la vida de Rulli parece imposible de emular y sus valores fueron fagocitados por la aceleración y el prebendarismo. Sin embargo, el potencial de una biografía en extraordinaria consonancia ética con una obra, es como el de la semilla. Cuando se dan las condiciones, germina.