La bananización del Mal
En su origen, el término “república bananera” hacía referencia literal a algunos países cuya subsistencia dependía exclusivamente de la producción de bananas. Después ese concepto se amplió para definir a las naciones sin instituciones democráticas, regidas por economías primarizadas, con funcionarios corruptos y sociedades fragmentadas.
En América, esa ecuación bananera se completaba con la figura de una potencia gendarme del orden como Estados Unidos, capaz de intervenir política, económica y militarmente en cualquier país.
Es ese cóctel tragicómico que Woody Allen supo reflejar tan bien en su film “Bananas” de 1971.
Hoy, lo bananero sigue vinculando con lo farsesco: líderes caricaturescos, sistemas económicos inviables, iniciativas grotescas, populismos de distinto signo y una potencia hegemónica que volvió a asumir aquel rol de gendarme regional.
Big Stick. Las intervenciones militares de EE.UU. en la región se remontan al siglo XIX. En ocasiones fueron invasiones armadas directas y en otras a través de dictaduras aliadas.
El plan de Estrategia Nacional de Seguridad de los EE.UU. conocido en las últimas horas...
Todo en línea con la Doctrina Monroe, resumida en la frase “América para los americanos” (sus críticos decían “América para los estadounidenses”), destinada a bloquear la expansión de otras potencias en el continente. A esa doctrina luego se le agregaría el “corolario Roosevelt”, conocido como la política del garrote (“Big Stick Policy”), que ampliaba los motivos del intervencionismo militar a los casos en que se debía “restablecer el orden interno”.
Pero a partir de los ‘90, con el comienzo de la globalización, una nueva corrección política internacional (en torno a los derechos humanos, la defensa de las minorías y el cambio climático), y conflictos en otras partes del planeta, la mayor potencia mundial fue cediendo su rol de gendarme regional para concentrar sus desafíos bélicos en Medio Oriente. En especial tras los atentados de 2001.
Sin embargo, en este segundo mandato de Donald Trump, América volvió a recuperar importancia para Whashington, probablemente con el interés de frenar la incursión comercial de China y ante la preocupación por las reservas petroleras en países como Venezuela que coquetean con Rusia y con otros de Medio Oriente.
Corolario Trump. La diplomacia internacional no sale de su asombro tras conocerse en las últimas horas la “Estrategia Nacional de Seguridad”, que le da encuadre legal y teórico a lo que Trump puso en práctica desde que regresó al poder. Una suerte de “corolario Trump” a la doctrina Monroe.
Allí se explicita la prioridad sobre el control militar del continente, “premiando y alentando a los gobiernos, partidos políticos y movimientos de la región que estén en línea con nuestros principios y estrategia”, poniendo fin a las migraciones masivas y custodiando los valores occidentales.
Este último punto es lo que Trump traduce como el fracaso europeo y es lo que más sorprende del documento. Por primera vez, se oficializa el giro histórico de los EE.UU. frente a sus tradicionales aliados del viejo continente.
Ahora, Washington advierte que apoyará a quienes “resistan la trayectoria actual de Europa”, colocando a la Unión Europea casi en pie de igualdad con lo que durante la Guerra Fría representó la Unión Soviética. Sostiene “la perspectiva real de la desaparición de la civilización” occidental y que “si las tendencias actuales continúan, Europa será irreconocible en 20 años o menos”.
Y, así como en materia regional promete apoyar a los partidos aliados, afirma que hará lo mismo con los partidos “patrióticos” europeos (los llamados de ‘ultraderecha’) que enfrenten las políticas de “la UE y de otros organismos transnacionales que socavan la soberanía con políticas migratorias que están transformando al continente”. También pronostica la posibilidad de que “ciertos miembros de la OTAN se conviertan mayoritariamente en no europeos” y avala la teoría conspiracionista de un plan para reemplazar a la gente blanca por inmigrantes no blancos.
... conmociona a Europa y recupera el rol de gendarme regional que había
tenido en el pasado
Neo garrote. Esos postulados excéntricos y extremos están en línea con un hombre también excéntrico y extremo.
A diferencia de los presidentes de los Estados Unidos posteriores a los años ‘90, Trump volvió a la política del garrote inaugurada por Theodore Roosevelt (“Habla suavemente y lleva un gran garrote”, decía) y que se extendió durante casi un siglo.
Sólo que Trump lleva al paroxismo tal premisa.
Como lo hacía en el pasado, Estados Unidos volvió a desplegar su poderío militar en la región. En principio, cerca de las costas de Venezuela. Desde el 2 de septiembre, se cuentan 22 ataques que destruyeron 23 embarcaciones y mataron a 87 personas, presuntos narcotraficantes. La misma acusación que pesa sobre Maduro. Que es la misma que llevó a una cárcel norteamericana al ex presidente hondureño Juan Hernández, condenado a 45 años de prisión e indultado por Trump hace una semana.
Este jueves, el Congreso de ese país abrió una investigación criminal sobre uno de los ataques: tras un primer bombardeo que dejó personas con vida, se autorizó un segundo que mató a los sobrevivientes.
Este “garrote recargado” tiene en vilo al mundo y, según las encuestas, cuenta con más del 70% de rechazo dentro de ese país.
Javier Milei no sólo acompaña el mismo discurso de Trump frente a Europa (pero con foco en la célebre amenaza comunista), sino que lo alienta a invadir Venezuela. De hecho, ofreció sumar a la ofensiva a un buque argentino, rompiendo con el histórico principio de no intervención de la Argentina.
Banalidad. En el proceso de normalización de lo extraordinario, tanto aquí como en el mundo se escucha el silencio de los líderes demócratas y republicanos que solían defender el derecho internacional y a sus instituciones. Puede que callen por temor a enfrentar a quienes ejercen el poder de una forma brutal o lo hagan porque privilegian los fines a los medios.
Pero que Venezuela esté en manos de un populista autoritario que dice tener contacto directo con Dios y escuchar voces del más allá, no justifica que una potencia militar pueda violar el derecho internacional para intervenir países o matar a personas sin presentar pruebas fehacientes y sin darles el derecho a defenderse.
Hace un año, este diario distinguió a la líder opositora Corina Machado con el Premio Perfil Defensa de la Democracia “por su defensa de los valores democráticos y los derechos humanos en Venezuela, a pesar de la proscripción y la persecución política”.
En un video que logró romper la censura, Machado expuso: “Esta lucha es hasta el final. Hasta el final significa construir una nación con pilares éticos, republicanos, liberales. Gracias por este enorme reconocimiento y les agradezco de corazón que sigan acompañando esta lucha que tiene un solo destino: la libertad de Venezuela.”
Son justamente “los pilares éticos y republicanos” los que diferencian a una líder democrática de los bananismos autoritarios de cualquier tipo.
Hanna Harendt sostenía que detrás del Mal se podía esconder una mera banalidad. No necesariamente la monstruosidad de quien hace daño, sino la simple estupidez de personas circunstancialmente poderosas que hacen el mal.
La historia americana, que supo ser trágica y también farsesca, hoy se repite como tragedia y farsa a la vez.
Los argentinos, especialistas en hacer de cuenta de que todo esto es normal, quizá podamos recomendarle al mundo que para naturalizar a Trump lo mejor es mirar hacia otro lado y guardar silencio.
Que es otra forma de banalidad. La de hacer de cuenta de que no tenemos nada que ver con lo que nos pasa.