La época del fin del miedo
El temor es parte de una estrategia. La institucionalidad debe estar advertida del peligro que constituye el auge del pesimismo.
Los miedos necesitan ser mantenidos en el tiempo. Los vencedores sufren y se quejan de la desaceleración de la victoria. Les hace ver que el bien por el que lucharon se opaca o se veía mejor desde lejos. “Dejenmé hacer una guerra”, decía uno de los siervos de Aufidius en Coriolano, la tragedia de William Shakespeare, “supera la paz como el día a la noche. Es como un duendecillo, despierta, es audible y está llena de energía. La paz es apopléjica, letárgica, reflexiva, sorda, adormilada, insensible…”.
Muchas batallas actuales, desde la retórica del ganador, suelen plasmarse en políticas y actos que tratan de crear miedos desde los estigmas. Las batallas culturales son industrias de estigmas a cielo abierto. Y esos estigmas fungen como un permiso, una habilitación arbitraria para atacar las vulnerabilidades de alguien. Atacar. Sí, literal. Las expresiones de la ultraderecha suelen ser verdaderos actos de venganzas proclamadas o resentimientos. Y dan miedo.
Hay vencedores ultra radicales que se sienten más vencedores por el miedo que insuflan luego de ganar, que por la propia victoria. Porque les encanta dar miedo. Hostigan. Son indolentes. Predican la incivilidad. Celebran la crueldad. Y como el miedo está siempre dispuesto a ver las cosas peores de lo que son, afirmaba Tito Livio, paraliza.
Oscuridad y tinieblas también se disipan
Hay gradaciones del miedo. Hubo miedos como terror total. El comunismo o nazismo, en términos de Hanna Arendt, no apelaban a la activación ciudadana sino a la pasividad ciudadana. Las ideologías totalitarias no apelaban a los intereses de sus seguidores, a sus objetivos o necesidades, más bien lo contrario. Avanzaban hacia la completa pérdida de las ambiciones y las reivindicaciones personales, bregaban por extinguir la identidad individual. Creaban un mundo ficticio. Un mundo con una lógica de ficción.
“Todos tienen miedo y yo también, el miedo no me deja dormir, nada funciona bien, excepto el miedo». El desgarrador guion de “El huevo de la serpiente”, uno de los clásicos films de Ingmar Bergman, desnuda por qué el miedo es la más importante emoción primaria ya que tiene una potencia única: cuando aparece, desplaza a todas las otras. Más pasividad, más retiro de la vida pública, era estar lejos del miedo.
También hay miedos especulativos, calculados. Son contextos donde, a la asfixia de la amenaza pública en contextos de cultura democrática, se la ve (al menos se la presiente) con una fecha de expiración. Y entonces no paraliza, más bien autocensura o autorregula. Ciudadanos conscientes, pero prudentes y temorosos. No hay retracción cívica, más bien se trata de un cálculo agazapado de cuándo y cómo actuar. Un civismo sorprendido, confundido, pero latente, resguardado ante la oportunidad, ante la posible amortización del régimen del miedo, sobre todo ante sus errores.
El mundo actual tiene ambos modos de sentir el miedo, frente a amenazas como miedo total o como miedo autorregulado. Uno u otro se ejercen desde el poder, dependiendo de los contextos. Y ya no solo ocultan su desprecio a personas, sino a la propia democracia. En Extrema derecha 2.0, el historiador italiano Steven Forti, tras la evolución de la ultraderecha, propone varias estrategias clave de actuación frente al miedo que generan:
Salir de la zona de confort. Los sectores democráticos deben abandonar enfoques tradicionales y adaptarse a los nuevos desafíos políticos.
Construcción de alianzas. Sugiere que la lucha contra la ultraderecha debe ser un esfuerzo conjunto entre distintos sectores democráticos, no sólo del progresismo.
Contrarrestar la desinformación. Es crucial combatir la desinformación con datos y narrativas alternativas.
Defensa activa de la democracia. No basta con denunciar los peligros de la ultraderecha; es necesario promover activamente valores democráticos y derechos fundamentales.
Revisión de estrategias políticas. Los sectores democráticos deben actualizar sus métodos de comunicación y movilización acorde a la enorme inversión de la ultraderecha.
Hay fuertes similitudes con el pensamiento del teólogo español, Juan José Tamayo en La internacional del odio, donde analiza estrategias para desmantelar el odio (que no es ni más ni menos que frenar el miedo):
Diálogo intercultural e interreligioso para promover el entendimiento entre diferentes grupos en aras de reducir la polarización.
Memoria histórica para visibilizar y aprender de los errores del pasado para evitar la repetición de patrones de exclusión.
Justicia social, para combatir desigualdades económicas y sociales que alimentan resentimientos y radicalización.
Acción política y ciudadana que implica movilizarse contra estructuras que perpetúan el odio y frente a la defensa de derechos fundamentales.
En definitiva, hay cosas comunes en esos enfoques: articulación, conexiones, diálogo, memoria histórica, la puja por la verdad y, en algún punto, siempre un acto de valentía. Desde la lingüística y la psicología cognitiva, George Lakoff, en su Manifiesto sobre cómo mantener viva la democracia en 2025, destaca también la idea de “ser valiente” para evitar la desesperanza porque el autoritarismo se alimenta del pesimismo.
Propone, cual activismo, “cultivar la empatía”, porque la democracia depende de la capacidad de entender y conectar con los demás. “Mantener el enfoque”, sin distraerse con los ataques constantes, hay que concentrarse en lo esencial y “siendo proactivo”. Recomienda además “fomentar conexiones reales”, relaciones sólidas para contrarrestar el aislamiento social; “evitar la intoxicación mental” bloqueando la desinformación y apoyando medios confiables. Y propone “actuar con esperanza”, porque la democracia se fortalece con la convicción de que el cambio es posible.
Los miedos quedan ahí, latentes, hibernando, no del todo muertos. Hay amenazas, reminiscencias del pasado a cada rato. El miedo de una época deja huellas que raramente terminan de borrarse. Son astillas morales que no desaparecen. Pero hace meses que Argentina ha descubierto que el miedo ya no genera tanto miedo. Que ha iniciado una época del inicio del fin del miedo. En definitiva, un resurgir democrático frente a los que amenazan, a los que creen que todavía dan miedo, a los que creen que cualquier estigma les funcionará, a los que tienen ganas de generar batallas todo el día todos los días sin asumir todavía sus derrotas.
Profesor de Comunicación Gubernamebtal y de Crisis de la Universidad Austral.