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La mancha del Louvre

El logo de Editorial Perfil Foto: Cedoc Perfil

En Francia se pusieron de moda los robos de museos; hubo varios en pocos meses. Locas teorías circulan en torno al del Louvre. No es para menos. Que en la era de las cámaras callejeras, los chips, los datos biométricos y las mil y una formas de rastreo digital, unos tipos se introduzcan en uno de edificios más monitoreados del mundo para llevarse joyas de la corona tiene mucho de poesía y de viaje al pasado. Me intrigan los aspectos triviales. ¿Cuántas veces se habrán fingido turistas o estudiantes de pintura (quizás hasta llevaron carbonilla y papel) para estudiar el terreno? ¿Pagaron la entrada cada vez o aprovecharon los días gratis? ¿Hay entre ellos algún estudiante verídico de arte? ¿Se relacionan con los otros ladrones que operan en el país, como los de las porcelanas de Limoge? ¿Son franceses o extranjeros? ¿Son una banda mixta? ¿Serán solo mujeres? ¿Reunirán la multiplicidad de talentos de nuestros ladrones del Banco Río? 

Para olvidar que se trata de delincuentes, los imagino con los portes feminoides y hermosos del imperecedero Rimbaud o de Verlaine antes de arruinarse, y con la machirulez entrada en carnes de Lino Ventura y Jean Gabin. También como seres enfermizos, a la Proust, y con pinta de locos, tipo Céline. O chinos, rusos, ninjas. Con monóculos, turbantes o antifaces venecianos. Pero en las únicas imágenes –no del todo verificadas– que hay de ellos mientras escribo, se los ve con chalecos amarillos de trabajador, bajando dificultosamente una escalera de marca alemana. No son las vibras de Proust ni de Gabin, menos las de Arsenio Lupin o Fantomas. 

Busco paralelos con dibujos animados. La realidad ayuda porque, me cuenta el colega Nicolás Morás, se sospecha de los Pink Panthers, presunta banda compuesta por exmilitares de los Balcanes. Encima, un episodio de El inspector, “El gran robo del Louvre”, circula en redes. El comisionado ordena neutralizar a un ladrón que anunció, mediante una nota anónima, que robaría pinturas para engrosar su colección personal. Junto al fiel Totó, como siempre, el inspector hace todo mal. El ladrón es solo una mancha roja, el colmo de la abstracción, esquivo a más no poder. Los ladrones reales no son tan infalibles: aunque fundan las joyas que robaron, las antiguas piezas con las que están hechas son rastreables. Pero la policía admite que este único error de cálculo no alcanza para capturarlos. Más allá de su suerte final, y de no haber alcanzado el éxito rotundo de La Mancha, dejaron una indeleble en los controles de nuestra época, reducidos, por un rato, a la cómica incompetencia de El Inspector.