Difícil el vivir

Munditos

Hechos. Las noticias de la guerra, más las de nuestro país, angustian a las personas. Foto: cedoc

Está costando mucho vivir. Mantener el mundito personal. Huevo por ciento mensual. Huevo y medio en apenas tres meses. Contenedor de huevos desde que tenemos memoria. Las desoladoras imágenes de la guerra de allá, más las noticias de acá, aumentan la inflación del Atlas. El titán de la mitología griega, condenado a cargar con el mundo, sale indignado cada mañana a tratar de reponer el huevo que a diario le saca el Estado con sus impuestos. Lleva puestos unos tamaño avestruz, va con uno de gallina, vuelve con uno de codorniz.

Si encima, a la caída de la tarde, no se le da un encuentro con amigos para tomar algo y relajar, el Atlas inflamado regresa agarrado al celular, abrazado a la mochila, apurando el paso. Entra, besa el piso, agradece. Un día más, uno más, a salvo. Suspira, afloja, guarda el huevito para la Pascua, se desviste, el espejo refleja el cuerpo de un alfeñique conocido. Lentamente, el otro mundo, el que más le pesa, se apenumbra, calla, apaga,  queda afuera.

Por mi parte, poco después de medianoche, después de leer unas cuantas páginas, mientras unos personajes de novela siguen conversando entre ellos en la mesita de luz, ordeno bajar las barreras en el puesto de frontera. Los centinelas tienen asignado su turno en la imaginaria nocturna. Después de amanecer, los reemplazo con el que puedo, o casi logro ser, a la hora de reanudar el contacto diplomático con los otros munditos de la casa.

Sin demasiados motivos, ni razones, tal vez a modo de conjuro contra alguna malaria inesperada, cada noche doy por hecho que el sueño será tranquilo. Los fieles guardias de siempre, las personas amadas, se pasean entre las sombras atentos a los casi imperceptibles temblores del sistema de seguridad que dejo instalado. Nada sofisticado, pero eficaz. Una tela de araña en el alfeizar. La oreja atenta del gato. Un poco de polvo para que se impriman las huellas de los pies si acaso reaparecen fantasmas.

El viento abre una ventana. Repican las primeras gotas de la tormenta. Desde el fondo oscuro del abismo puedo ver, sin abrir los ojos, las invisibles señales de alarma cuando algo mueve la aguja, o inquieta el fluir sereno del cuerpo abandonado a su suerte. A veces escucho cómo se remuerde las entrañas el otro yo de mí que se queda pensando si le quedó una duda, una decisión pendiente, una tarea por hacer. Dormido, sonrío. Sé que me va a despertar  durante la madrugada con una idea sobre cómo resolver el asunto.

Amodorrado, a la tenue luz de la farola que entra algo sesgada desde la calle, desciendo lentamente por el puente que cruza de la vigilia al sueño. Disfruto el paseo. Atraído por el rumor del día me detengo en la mitad. A veces son unos pocos minutos, otras más. Según en qué incierto estado me encuentre. Los destellos del día salpican, se estrellan. Hay noches en que el caudal es tan transparente que puedo recordar en detalle todo lo que pasó. Las escenas de la película se suceden, se detienen un instante delante de mí, avanzan fotograma a fotograma.

Siento que me lamento por algo que tal vez no debí decir o, por el contrario, me alegro de haber dejado constancia de aquello que me provocaba en cada momento. Veo en detalle hasta el musgo que crece alrededor del lomo pulido en las piedras inmóviles. Las que al cabo de los años se van acumulando en el fondo. Los días turbios el río ataca. Ruge, golpea abajo, hostil, intenso, revuelto, contaminado, veteado de largas lenguas negras. Reconozco sus caras, las vi en la tele, en las fotos de los portales.

La cantidad de desechos tóxicos, noticias sangrantes, chismes hediondos, prejuicios malolientes, que se arrojan desde la mañana en oficinas, bares, redes sociales, por todos los medios, de pronto se desliza en un intempestivo alud de barro y mierda que arrasa la convivencia. A veces no queda casi nada entre las manos. Una palabra dada. Un abrazo. Una cara amable. Es mejor dejar correr esos días. Vendrán mejores. Hace bien esperar. Quedarse con sed de otra cosa.

Son frágiles los munditos. Cuidar la relación amorosa, serena, decente, honesta entre ellos, no será tarea de titanes mitológicos pero contribuye a mejorar un poco ese otro con el que nos toca cargar.

*Periodista.