ÉRASE UNA VEZ...

El “Milagro sobre hielo” y la lección detrás del trabajo en equipo

En tiempos de individualismo y competencia, la mentalidad de ganar-ganar propone un cambio profundo: dejar de pensar en derrotar al otro y empezar a crear valor juntos. Cooperar no solo mejora los resultados, sino que multiplica las posibilidades de crecimiento colectivo.

Herb Brooks - entrenador de Hockey Foto: Redes

"En el mundo hay lo suficiente como para que nadie se quede sin lo suyo. En una mentalidad de abundancia se comparten el prestigio, el reconocimiento, los beneficios y la toma de decisiones. Se generan posibilidades, opciones, alternativas y creatividad”, expresó el conferencista Stephen Covey.

En la mayoría de las disputas, ya sea una diferencia doméstica o un conflicto político o social, suele existir una solución que beneficie a todas las partes. Sin embargo, cuando enfrentamos los problemas con una mentalidad de “ganar-perder”, terminamos gastando energía en derrotar al otro, en lugar de usarla para crear el máximo valor posible.

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Esa actitud competitiva se replica con facilidad: si busco que el otro pierda, el otro también querrá que yo pierda. Y al final, los dos terminamos perdiendo.

En cambio, cuando mostramos buena voluntad y auténtico deseo de cooperar, promovemos que el otro actúe igual. Cuando nuestros recursos, mente y corazón se enfocan en aumentar el bienestar común, las probabilidades de éxito se multiplican.

El nombre en el frente de la remera

Herb Brooks fue el legendario entrenador del equipo de hockey sobre hielo de Estados Unidos que protagonizó uno de los mayores hitos en la historia olímpica. En los Juegos de Invierno de 1980, un grupo de jóvenes aficionados logró vencer a los poderosos soviéticos, dominadores absolutos del hockey internacional.

Aquella hazaña se conoce hasta hoy como el “Milagro sobre hielo”. Brooks tomó a un grupo dividido y competitivo entre sí, y los empujó hasta el límite. Los hizo patinar hasta el agotamiento, una y otra vez. Exasperados, sus jugadores le preguntaron: "¿Hasta cuándo nos vas a torturar?", él respondió: "Hasta que cada jugador entienda que el nombre en la parte delantera de la remera es más importante que el de la espalda".

El apellido en la espalda no basta. Cada jugador debía estar dispuesto a sacrificarse por el equipo, por el escudo que representaban. Solo cuando dejaron de jugar para sí mismos y comenzaron a hacerlo para todos, alcanzaron la gloria. Un solo equipo: la humanidad.

Nosotros, como especie, también llevamos dos nombres: el individual, en la espalda, y el colectivo, en el frente. Yo soy yo, tú eres tú; cada quien con su historia, sus sueños y su propósito. Pero todos compartimos algo más grande: formamos parte de un mismo equipo, el de la humanidad.

El pasto no es más verde del otro lado: solo más cuidado

El verdadero progreso no se mide solo por los logros personales, sino por nuestra capacidad de contribuir al bienestar común. Cuando entendemos que nuestros destinos están entrelazados, desaparece la necesidad de competir para sobresalir; surge, en cambio, el deseo de cooperar para evolucionar.

Solo cuando prioricemos el nombre que llevamos en el frente —ese que dice “Humanidad”— podremos superar la división y construir un mundo más justo, más sabio y más compasivo. Correr juntos, no más rápido que el otro.

Se cuenta que dos amigos caminaban tranquilamente por el bosque cuando, de pronto, escucharon un rugido estremecedor. Al mirar al frente, vieron a un enorme león acercándose a toda velocidad. "¡Corre!", gritó uno de ellos, paralizado por el miedo. El otro, en lugar de echar a correr, se agachó y empezó a atarse con calma las zapatillas.

—¿Qué haces? ¡El león se nos viene encima! —le gritó su amigo, desesperado.

—Espera un segundo —respondió mientras se ajustaba las zapatillas—, solo necesito ponerme las nuevas Nike preparadas para correr.

—¡Estás loco! —replicó el otro—. ¿De qué te sirve ponerte esas zapatillas si no vas a correr más rápido que el león?

El hombre sonrió y respondió: —No necesito correr más rápido que el león… solo necesito correr más rápido que tú.

Cuántas veces actuamos así. En lugar de pensar en cómo salvarnos juntos, buscamos únicamente llegar antes, sobrevivir solos, demostrar que podemos más que el otro. Pero esa lógica del “yo primero” no nos salva como especie: nos divide, nos aísla, nos debilita. Porque, al final, el león —la amenaza, el desafío, la vida misma— no se vence con velocidad, sino con solidaridad.

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El placer fugaz de ganar a costa de alguien no se compara con la satisfacción duradera de alcanzar un resultado en el que todos ganamos. Esa es la base para construir confianza, cooperación y nuevas experiencias positivas. Nuestras relaciones —personales, profesionales o sociales— mejoran notablemente cuando adoptamos una mentalidad de ganar-ganar.

La próxima vez que interactúes con alguien, ya sea en un contexto competitivo o colaborativo, pregúntate: ¿Cómo podemos ganar ambos? Porque el auténtico triunfo de la humanidad no está en vencer al otro, sino en aprender a ganar con el otro.