Scrolleo sin fin

No, no es TDAH: cómo el uso excesivo de redes sociales afecta nuestra atención

La fragmentación del contenido audiovisual que consumimos, fomentado por el uso de redes sociales digitales y las plataformas de series y películas, erosionan poco a poco nuestra capacidad de atención.

Celulares Foto: Freepick

Guido es un profesional de unos 30 y pocos años. Es un lector voraz, pero, sobre todo, es un observador, por eso se percató que el scrolleo incesante en redes sociales estaba afectando su capacidad de atención. 

Y no es el único. 

A comienzos de año, un estudio de la Universidad de Alberta, en Canadá, dio a conocer los resultados de su ensayo respecto a la función cognitiva y la salud mental.  Se reclutaron 467 participantes, de una edad promedio de 32 años, en la que el 60 por ciento eran mujeres y usuarios de iPhone. Fueron asignados aleatoriamente a un grupo de intervención y a uno de control. Los primeros experimentaron un bloqueo del acceso a internet en sus teléfonos durante dos semanas, utilizando una aplicación; sin embargo, pudieron seguir enviando mensajes de texto y realizando llamadas, así como acceder a internet a través de la computadora. Por su parte, el grupo control llevó a cabo el bloqueo en las dos semanas posteriores.

 

¿Nuestros teléfonos nos vuelven más dispersos?

Sí, pero no es el objeto en sí mismo. Es el uso, abuso y el contenido fragmentado al que estamos expuestos constantemente.
Guido primero dejó la red social X (exTwitter). “Estaba sobrepasado de información, ansioso por opiniones de personas que no conozco, leyendo comentarios de un hilo sobre temas que ni siquiera me interesaban. Las primeras semanas mantenía el reflejo de buscar el celular cada 5 o 10 minutos para revisarlo. Se me fue yendo y empecé a sentirme mejor: más liviano, con un poco más de foco. Pero con el tiempo reemplacé las horas de Twitter por horas de Instagram, reels y reels, contenido que a veces puede estar bueno pero me hace navegar por horas y achicharrarme los ojos con el celular".

Lo que Guido cuenta es lo que Agustín Valle y Tomás Vizzón, denominaron “la tiktokerización de la internet”, cuando hablan de su “Manifiesto Antireel” en el Podcast “Todo es fake” de Revista Anfibia. Todo es audiovisual. Todo es breve. No tiene principio ni fin, y hasta ocasionó la aparición de los YouTube shorts, videos de no más de 60 segundos.

Lo que consumimos tiene que ser breve, concatenado a otro similar o repetido hasta el hartazgo. Un video detrás de otro, en un bucle en el que las horas y la atención se esfuman. Y casi siempre es igual. Levantás el celular, entrás a la red social que más te gusta y comenzás la danza del scroll. 

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Los efectos en materia cognitiva y salud mental 

El estudio canadiense monitoreó la restricción en el uso de los teléfonos inteligentes y evaluó los resultados a través de medidas objetivas y subjetivas. Estas estaban relacionadas con la atención sostenida, la salud mental –incluyendo síntomas de ansiedad y depresión– y el bienestar subjetivo –afecto positivo, afecto negativo y satisfacción con la vida– en tres momentos: al inicio del estudio, a las dos semanas y a las cuatro semanas. Además, se tuvieron en cuenta algunos mecanismos mediadores de esos efectos observados como el uso del tiempo, la conectividad social, el autocontrol y la calidad del sueño. 

El bloqueo del acceso a internet en el celular produjo una mejora significativa en la atención sostenida, la salud mental y el bienestar subjetivo. Un 91% de los participantes experimentaron avances en al menos uno de estos aspectos. 


La atención en disputa

Agustín Berti, investigador del Instituto de Humanidades Conicet UNC, lo analiza desde el Concepto de la Economía de la atención. “La atención es un recurso cada vez más escaso, y hay una serie de actividades humanas que requieren atención, que se disputan entre sí la atención humana”. Lo que él analiza es que esa atención también es disputada por la publicidad, la oferta de contenidos y el entretenimiento. “En un entorno en el que estamos con dispositivos digitales que están conectados en red, que tienen acceso a una fuente casi inabarcable de contenidos, hace que estemos todo el tiempo siendo requeridos por las distintas plataformas que, con notificaciones o con llamadas o con mensajes, nos quitan la atención en lo que estamos haciendo. Resulta muy difícil sostener la atención por períodos muy prolongados, a menos que uno se disponga especialmente para hacerlo, por ejemplo, apagando el celular, o dejándolo lejos, justamente para evitar esa interrupción permanente que hoy es la norma”.

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Ante la pregunta de qué estuvo primero, si la dispersión o la fragmentación, Berti afirma que se retroalimentan. “Así como los contenidos se ajustan a un entorno donde se sabe que el público de destino probablemente se distraiga, se desarrollan diferentes estrategias para lograr volver a traer atención a ese sí. Por ejemplo, estrategias muy distintas, como el botón de reanudar en Netflix, o el hecho de que detecte si estás o no estás, y la pregunta de si ‘seguís ahí’. Otro ejemplo es Instagram, que no permite dejar corriendo los videos si cambias de pestaña, es decir, no permite correr en segundo plano. Interrumpe lo que uno está haciendo para evitar la simultaneidad y mantener la atención centrada exclusivamente en Instagram. Y después está la estrategia que lleva adelante la gente tratando de morigerar esa dispersión, por ejemplo”. Gente que puede, porque actualmente, quienes pueden “desconectarse” son los más privilegiados. Sea porque no necesitan reportarse constantemente en sus trabajos. Para Berti, “los más pobres son los que más necesidad tienen de estar conectados”

 

¿Hay salida? 

Los resultados del estudio canadiense encontraron que las mejoras en la atención se deben, en parte, a un cambio en el uso del tiempo; aquellos que no tuvieron acceso a internet desde el celular dedicaron más tiempo a la interacción social en persona, al ejercicio físico y a la conexión con la naturaleza. Los efectos positivos en la salud mental fueron comparables a los de los antidepresivos, y la mejora en la capacidad de mantener la atención fue similar a la que se observaría en personas 10 años más jóvenes.

Pero si nuestro dispositivo móvil se convirtió en una “herramienta de trabajo” y nuestras vidas están atravesadas y mediadas por nuestras vidas digitales, ¿es posible vivir sin celular ni redes sociales?  En este aspecto, Guido se define como pesimista: “Sospecho que corremos demasiado atrás en la lucha por nuestra propia atención y no sé si es una batalla que se puede ganar. Desearía poder desinstalar las redes sociales definitivamente, pero tantas cosas de mi vida pasan por ahí que es imposible. Por ahora, voy perdiendo”.