Independencia de los bancos centrales
El rol de los bancos centrales suscita muchas fantasías e incomprensiones legítimas. ¿Cómo pueden en unos pocos días crear tanto dinero para prestarles a los bancos y comprar deuda pública? ¿Esta creación monetaria no es ficticia? De hecho, ¿es necesario un banco central, ya que los bancos comerciales también crean moneda, cuando otorgan préstamos, o cuando las criptomonedas privadas como el bitcoin no dejan de desarrollarse? ¿Cómo puede actuar un banco central sobre la tasa de inflación y la estabilidad financiera?
La ausencia aparente de límites al accionar de los bancos centrales, después de la crisis financiera de 2008, suscitó todavía más interrogantes porque, en ese entonces, se convocaba al respeto por los reglamentos presupuestarios y a la moderación salarial. Su compra de deuda pública para financiar las medidas gubernamentales de apoyo a la economía durante la pandemia del covid-19 sembró además la duda: la imagen de instituciones austeras y poco conocidas desentona con su poder de financiar todo lo que desean. El regreso de una inflación elevada en los países ricos alimenta todavía más la confusión de su rol. Mientras esas instituciones estaban, según la doctrina de fines del siglo xx, teóricamente destinadas solo al control de la inflación, las vimos relativamente despojadas y sin brújula frente a la suba de precios, en parte disparada por el alza del costo de la energía. En la mayoría de los países, primero fueron los gobiernos los que tuvieron que reaccionar contra la inflación, al menos para limitar sus efectos demasiado desiguales sobre los salarios. (…)
Este libro defiende la idea de que las implicancias de la creación y de la política monetarias deben ser objeto de una recuperación del control democrático. Hoy son muy importantes para ser discutidas solamente de manera técnica por autoridades independientes. Proteger a la población y al Estado contra las vicisitudes de los mercados financieros mientras se mantiene el valor de la moneda es la razón de ser histórica de los bancos centrales. Además, hoy asumen un rol indirecto, pero esencial, en el mantenimiento, la legitimidad y el financiamiento del Estado de bienestar que se implementó desde la Segunda Guerra Mundial para proteger a la población contra los riesgos y transferir recursos económicos en el tiempo. El lugar primordial de los bancos centrales en el seno de la economía está por lo tanto justificado, pero su poder demasiado grande puede ser, por el contrario, el signo tanto de las disfunciones de nuestros sistemas políticos como de nuestros sistemas financieros. El riesgo es que la expansión del rol de los bancos centrales sirva de remiendo a Estados incapaces de emprender reformas del sistema financiero o de construir una política crediticia o una política presupuestaria coherentes. Por eso es necesario comprender y cuestionar el rol de los bancos centrales en la actualidad evitando abordar estas instituciones de manera aislada o idealizada. (…)
Funcionar como una garantía frente a los mercados financieros y a los Estados –en particular para el bienestar de la población– le da al banco central un carácter providencial que, sin embargo, no puede ser sin contrapartidas ni control. Como “banco de bienestar”, el banco central debe integrarse a los debates e instituciones democráticos, y no como un gestor puramente técnico que trata temas aislados del resto de la política económica y social.
No se trata de volver a cuestionar la independencia de los bancos centrales, es decir, el principio según el cual estos toman sus decisiones sin presiones de parte del gobierno o del Parlamento. Las autoridades administrativas independientes forman legítimamente parte de nuestras democracias y participan en el equilibrio de los poderes. La autonomía del banco central puede además ser vista como una contrapartida a su poder de ayudar al gobierno en caso de necesidad. Asimismo, la historia de los bancos centrales muestra hasta qué punto la independencia siempre ha sido, en grados diversos, una de sus características. Su existencia misma se justifica por el hecho de que se considera que la moneda es gestionada de manera más eficaz por una institución autónoma del Ministerio de Finanzas.
Sin embargo, las contrapartidas de la independencia (responsabilidad, transparencia y reflexividad) deben ser reforzadas y mejor adaptadas a las acciones actuales de los bancos centrales.
Independencia no significa ausencia de concertación y de coordinación con otras políticas: es lo que se ha olvidado durante demasiado tiempo.
Asumir el rol protector del banco central, y redefinir su independencia, es necesario sobre todo porque –como otras administraciones públicas desde el giro liberal de los años ochenta– la política de los bancos centrales a veces se desvió de los principios del Estado social, con consecuencias nefastas sobre la economía, la estabilidad financiera y las desigualdades.
*Economista, fragmento de Moneda y democracia, editorial FCE.