Invertir con perspectiva de género es cambiar las reglas del juego
Solo el 10% de quienes toman decisiones de inversión son mujeres, y menos del 5% del capital de riesgo se destina a emprendimientos liderados por ellas. El estereotipo que asume que los hombres están más capacitados para tomar riesgos o escalar en los negocios tiene un alto impacto: las mujeres tienen un 15% menos de probabilidades de que les aprueben un crédito.
Hablar de igualdad de género en el mundo financiero todavía parece, en muchos espacios, una utopía. Durante décadas, las finanzas y las inversiones han estado dominadas por hombres, y eso se refleja en los números: solo el 10% de quienes toman decisiones de inversión son mujeres, y menos del 5% del capital de riesgo se destina a emprendimientos liderados por ellas. Si queremos transformar el statu quo, necesitamos más mujeres invirtiendo, decidiendo y siendo parte activa de este ecosistema.
Invertir con perspectiva de género no es un concepto abstracto. Es dirigir los recursos hacia emprendimientos que promuevan la igualdad, mejoren la calidad de vida de las mujeres y las niñas y que también incorporen más emprendedoras en sus cadenas de valor. Es, en definitiva, conectar a quienes tienen capacidad de ahorro con proyectos que necesitan ese impulso para crecer y generar impacto en su comunidad.
Las mujeres, cuando invertimos, lo hacemos con otra mirada. Pensamos en el impacto, en la sostenibilidad a largo plazo, en el bienestar que los proyectos inyectan en nuestras sociedades. Por eso es tan importante que haya más mujeres en las mesas donde se definen las estrategias de inversión: porque la diversidad de miradas genera decisiones más equilibradas y resultados más sostenibles. Es por eso que decimos que invertir con perspectiva de género es cambiar las reglas del juego.
Pero también necesitamos un cambio profundo en cómo se concibe el acceso al financiamiento. Hoy, una mujer con las mismas condiciones que un hombre tiene un 15% menos de probabilidades de que le aprueben un crédito. No por falta de capacidad, sino por estereotipos que asumen, entre otras cosas, que los hombres están más preparados para tomar riesgos o escalar negocios. Esos sesgos inconscientes siguen limitando nuestro crecimiento y frenan el desarrollo económico de toda la región. Y cuando una sociedad limita la participación económica de las mujeres, también frena su propio progreso: desperdicia talento, innovación y una fuerza transformadora capaz de dinamizar mercados y comunidades enteras.
Desde Pro Mujer trabajamos para romper esas barreras. Nuestro modelo integral combina acceso a capacitación y a servicios de salud, entendiendo que no puede haber autonomía económica sin bienestar físico y emocional. Cada día, miles de mujeres se acercan a nuestras sedes para encontrar algo que va más allá de un crédito: acompañamiento, formación y una red que las impulsa a concretar sus ideas y transformar su futuro.
La autonomía económica significa también una herramienta contra la violencia. Cuando una mujer puede generar sus propios ingresos, aumenta su capacidad de decidir y salir de contextos de dependencia. Por eso apostamos a un enfoque holístico: apoyar a las mujeres en su desarrollo económico y cuidar su salud, desde la prevención hasta el acceso a servicios esenciales.
Aun así, incorporar la perspectiva de género en las decisiones de inversión sigue siendo un desafío para muchas empresas de la región. No basta con tener políticas de diversidad: se trata de repensar dónde se asigna el capital, a través de qué índices se mide el impacto logrado y qué indicadores guían el éxito. La mayoría de las organizaciones aún carecen de herramientas para evaluar el valor económico y social de invertir en mujeres. Falta información desagregada por género, faltan métricas de impacto y, sobre todo, falta voluntad para cambiar estructuras que históricamente beneficiaron a unos pocos. Integrar esta mirada requiere liderazgo, compromiso y la convicción de que la igualdad no es solo una causa justa, sino una ventaja competitiva y un motor de innovación que impulsa productividad, reputación y sostenibilidad.
Cada una de nosotras puede contribuir al cambio, desde el lugar que ocupa. Incorporar una perspectiva de género en los procesos de contratación, en las operaciones de una empresa o en una decisión de inversión es una forma de transformar realidades. No se necesita un gran capital para hacerlo: cada pequeña inversión en una emprendedora es una inversión en un futuro más equitativo.
Invertir con enfoque de género no es solo una oportunidad económica; es una oportunidad de justicia. Porque un sistema financiero verdaderamente inclusivo no se mide por la rentabilidad que genera, sino por las vidas que logra cambiar.
*CEO de Pro Mujer.
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