Mauricio Dayub

Mauricio Dayub: "Ser feliz tiene que ver con el camino"

El popular actor, también autor, director y productor, hoy hace videocuentos en Alguien como vos. Espera poder volver con El equilibrista y estrenar obra con Adrián Suar y Diego Peretti.

Mauricio Dayub. Foto: gza. marcos lópez / prensa carolina alfonso / juan martín alfieri

Una fuerza secreta, una convicción, una clarividencia que, sin embargo, no pregona por anticipado, parece mover los proyectos –el espíritu, que se materializa en proyectos– de Mauricio Dayub. Quizás por eso no cesa de hacer, de producir, ni siquiera durante el aislamiento social: “Dos o tres veces por semana me levanto al alba, a las cinco. Siento que le gano dos o tres horas al día. Antes de que entren la información de la jornada, las noticias, la cosa social, se me ocurren mis cosas: escribo, medito, pienso”. 

Una de las cosas que se le han ocurrido y puesto en marcha es el ciclo Alguien como vos, una serie de videos donde un relato, escrito y leído por el propio Dayub, se complementa con otras artes y técnicas visuales y audiovisuales, como música (de Lito Vitale, del Chango Spasiuk), pinturas, ilustraciones (de Rep, de Graciela Galán), dibujos con arena, etc. Disponibles en plataformas como YouTube, son breves cuentos basados en historias que efectivamente han sucedido en la vida de Dayub, familiares, amigos –colegas, también, como un material de archivo sobre y con Francisco Javier–, presentadas como un estímulo para reflexionar sobre la vida. “Aprender”, “Confianza”, “Héroes” son algunos de sus títulos. 

Mientras tanto, avanza con la pieza que dirigirá: Inmaduros, de Juan Vera y Daniel Cúparo, protagonizada por Diego Peretti y Adrián Suar; asimismo, vislumbra el regreso de su premiado unipersonal, El equilibrista: “La idea de volver a hacerla es para ir descomprimiendo la situación que atravesamos todos los sectores cerrados hace siete meses. Vamos a seguir transfiriendo para bancar los espacios, pero, por lo menos, empezar a quitarnos el miedo, cuidándonos, respetando la curva epidemiológica; será algo que le sirva más al estado de ánimo que a otra cosa”.

—¿En qué ciudad y época imaginás que este retorno podría suceder?

—Ya se abrió la posibilidad lenta, tranquila en Mar del Plata. El equilibrista fue el primer espectáculo que había firmado la posibilidad del 2021. Pero es todo tan dinámico, que no puedo decir ahora: “Sí, seguro voy a ir”. Estoy dispuesto a ir. En Buenos Aires, se dice que, ya en la próxima fase de la cuarentena, los teatros van a ser parte de las actividades. A partir de que se permitan, voy a estar también en Buenos Aires. Con cuidado y respetando el protocolo, a pérdida, pero tratando de hacerlo por mi vocación, por resistir… Es difícil hablar de esto. Querer trabajar no significa estar ni del lado ni en contra de la cuarentena.

—¿Y cómo has venido organizando los ensayos de “Inmaduros”?

—Los hemos hecho por todos los sistemas posibles (llamadas, videollamadas, zoom), consecuentemente como si fueran ensayos presenciales. Yo me reuní con vestuario, iluminación, escenografía. Estamos preparados para que, en cuanto se pueda habilitar el teatro con un porcentaje viable para la producción, Inmaduros sea una de las propuestas fuertes del teatro de la calle Corrientes.

—“Alguien como vos” no te genera rédito económico.

—Siempre tuve como estrategia perder para ganar. Yo lo hago primero. Si no logro el interés del otro, ya estoy haciendo algo que nunca vi, algo nuevo. Empecé a desarrollar estos títulos en un cuaderno, hace más de 25 años. Eran los hechos más importantes, que me habían producido cierta transformación, que me habían hecho ser como soy. Los fui haciendo cronológicamente. El primero, de los 5 años; llegué a los 14, 15, 21, 29, y así hasta ahora. Los empecé a grabar en audio; mientras los escuchaba, los veía. También había hecho grabar ex profeso momentos de los últimos días con Francisco Javier y la peatonal Rivadavia de Mar del Plata.

—Hay artistas que dicen haber vendido propiedades para sobrevivir a esta época; otros reciben bolsones de comida porque no tienen dinero para comprar alimentos ¿Cómo te relacionás vos con estas dificultades y con sostener la sala Chacarerean Teatre?

—Vengo de no tener nada, así que tener un poco para mí es casi una sorpresa. Nunca tuve problema en desprenderme. En cada cosa que produje, primero me desprendí. No me da temor. Con mis socios, llevamos siete meses pagando sueldos, alquiler, luz, sin ingresos. Mi propia vida también sin ingresos. El problema no es de lo que se tiene que desprender el que tiene: el problema es cómo logra tener el que no tiene posibilidades de tener.

—¿Te asumís y te reconocés como escritor?

—Cuando escribí El amateur no. Después, logré escribir Adentro y El batacazo. Con la tercera empecé a considerarme dramaturgo. Son cosas mías; ningún relato es ficción. La ficción que puedan tener son algunas herramientas para que al espectador le fluya más: si algo pasó a los tres meses, pero no, al día siguiente, no lo aclaro. Pero todo lo que dicen los relatos ocurrió. No me la puedo creer mucho como escritor, porque no estoy inventando; estoy desarrollando algo que pasó.

 —¿Cómo eso de la vida real se convierte en un relato?

—En mi caso, en el momento en que ocurrió, para mí se convirtió en algo mágico, porque me impactó, me obnubiló, me enseñó. Casi todos los relatos tienen algo así como una enseñanza. Veinticinco o 40 años después, escribo eso que yo recuerdo y se me pegó tan a fuego. Siento que no hay tanto virtuosismo personal de escritor, porque no estoy más que describiendo lo que sentí. Cuento el día en que lo acompañé a mi papá a vender por primera vez, día en que yo aprendí un montón. La esencia del actor tiene más que ver con observar que con ser observado; yo no quiero que me miren, sino que quiero mirar.

—Los relatos son luminosos, muestran logros en la vida…

—Si intentás lo tuyo y no se te da, te pasaste la vida haciendo lo que querías, lo que te gustaba, y eso tiene un valor enorme. El éxito no importa. No importa que yo lo puedo contar porque finalmente lo mío anduvo bien. Yo dejé de estudiar Ciencias Económicas, porque me di cuenta que iba a ser un contador que hacía teatro, y yo no quería ser una cosa a medias. Yo quería ser lo que yo quería. A esa inmensa mayoría puede no cumplírsele el sueño, pero ¿qué más hermoso que haber hecho el recorrido de la vida apostando a esa postal que uno se imaginó? Ser feliz es eso; no tiene que ver con lograr o no lograr, sino con el camino.

 

El valor de lo simple

—¿Por quéen tus relatos –también en “El equilibrista”– reinvindicás el valor de lo simple, de lo local, de lo próximo, del terruño, del barrio?

–Frente a una decisión tan compleja y tan profunda [dónde colocar sus cenizas una vez muerto y cremado], mi papá lo resolvió de la manera más simple del mundo: “ahí nomás” y señaló hacia la alcantarilla de la esquina de mi casa. Más allá del tamaño del pueblo, del barrio, esto tiene que ver con querer entender y respetar la vida del otro. El mundo social avanzó no respetando la vida del otro, no creyendo que la vida del otro podía cotizar en el mercado. El alma humana es lo que cotiza en el mercado. La vida es el mecanismo del ser humano; es súper atractivo. No podemos dejar de creer que eso tiene un valor. Cuando vas en el auto y te agarra una lluvia torrencial, por más que el auto sea carísimo y esté en la publicidad de todos los programas de televisión, lo que te salva de esa lluvia tremenda en plena noche en la ruta es el limpiaparabrisas, que es lo más barato de todo, una ruedita que gira y, si deja de girar, no te deja avanzar, por más que tengas el auto que tengas. El médico no te puede operar si no entró alguien a limpiar el quirófano más temprano. Yo no puedo hacer la función si no va uno a poner las cosas en su lugar en el escenario y si no va otro a encender las luces y el aire acondicionado y otro, a vender las entradas. Esto de que valen algunos y otros no, es un invento de las leyes del mercado, pero no es real.