Día 525: Dólar barato, alegría hoy, problemas del mañana
Si Menem era convertibilidad, consumismo y buenos resultados electorales, Milei la farsa libertaria de aquello, con atraso cambiario, baja inflación, batalla cultural y un apoyo del 30%. Las consecuencias de una bonanza para algunos sectores de la sociedad.
Durante el menemismo, la convertibilidad —es decir, la equidad 1 a 1 del peso y el dólar— fue sostenida con privatizaciones y un endeudamiento muy trajo que trajo enormes problemas en el futuro. Durante esos años, la mayoría de la sociedad no quería escuchar sobre la falta de sustentabilidad del esquema menemista. Un porcentaje importante de la sociedad estaba muy feliz con sus viajes, sus comprar en cuotas y el boom de un consumo que se empezaba a conformar como identitario. La convertibilidad y la hegemonía electoral e ideológica del menemismo son todos fenómenos interrelacionados: se ganaban las elecciones de la misma manera que se lograba una economía estable, y cada fenómeno se puede explicar como parte del otro.
Ya hablamos mucho en estas columnas de Modo Fontevecchia, por Net TV, Radio Perfil (AM 1190) y Radio JAI (FM 96.3), sobre el apotegma marxista en “El 18 Brumario de Luis Bonaparte” sobre que la historia pasa primero como tragedia y luego como farsa. Más que marxista, esa frase fue tomada de Hegel. Ahora estaríamos en la farsa libertaria de aquello. No hay tantos viajes a Miami y un trabajador no puede comprarse un departamento porque el dólar no vale 1, sino 1145 pesos. Pero los argentinos festejan consumos más módicos como ir a Brasil o el sueño de comprarse un iPhone y que la inflación esté controlada.
Sin embargo, la enorme inflación durante el gobierno de Alberto Fernández, hace que, al igual que el menemismo, haya gente que no quiera escuchar sobre el endeudamiento alrededor del cual se sostiene una estabilidad macroeconómica que tiene al atraso del tipo de cambio como piedra angular del esquema libertario. Si Menem era convertibilidad, consumismo individualista y resultados electorales arriba del 40%, inclusive llegando al 49,9% del 1995, Milei es atraso cambiario, tranquilidad inflacionaria, batalla cultural contra el progresismo y un apoyo de un 30% con una oposición fragmentada.
Este miércoles en Modo Fontevecchia, Leandro Santoro explicó la fortaleza electoral de Milei, basada en el atraso del tipo de cambio, y señaló: “Siempre que el dólar está tranquilo y atrasado, se contienen los precios de la inflación, el poder adquisitivo se recupera un poco y hay un veranito de consumo para una parte de la población”. “Si vos tenés un dólar barato, tenés más chances de ganar una elección que si tenés un dólar que se dispara”, dijo.
Por su parte, el economista Hernán Letcher también analizó el resultado de las elecciones porteñas en clave económica y señaló en este programa que el modelo económico de Milei trae fragmentación en la sociedad. “El proceso de deterioro industrial y el deterioro de los salarios tarda mucho en generar un cambio de simpatía. Hay un esquema de fragmentación de la clase trabajadora y de la gente con ingresos más altos”, expresó.
“Una persona que gana 30 millones de pesos, que vive con tres o cuatro, y ahorra 25 o 26, esos 25 o 26 millones de pesos valen el doble en dólares desde que llegó Milei. Están felices. Ahora, el que está en los 3 millones, que gasta todo para comer y vivir, está enojado porque compra 10 o 20% menos que antes. Eso te parte la sociedad a la mitad”, agregó.
Mientras tanto, hay una sociedad que puede no ver o, fundamentalmente, no querer ver que la tranquilidad del presente, determinados consumos o la bonanza de un sector de la sociedad están generando endeudamiento y pueden tener riesgos de sustentabilidad.
“¿Y si le sale bien?”, es una frase que circula en redes sociales a modo de meme. Efectivamente, existe esa posibilidad. Cuando el Gobierno dice que “todo marcha de acuerdo al plan”, parece referirse en términos económicos a la idea de tratar de usar distintos puentes, como mayor deuda con el Fondo Monetario Internacional y los blanqueos. Si eso le siguiera saliendo bien, también buscará bajar el riesgo país bajase a 300 puntos para endeudarse con los mercados internacionales, que es lo que sucedió con Macri o Cavallo.
Paralelamente, si el Gobierno ganase las elecciones de 2027, llegaran las inversiones con el RIGI para generar un desarrollo de la minería y se pudiera mantener la estabilidad hasta 2030, cuando se proyecta que cobre, el litio y Vaca Muerta generarán la entrada del doble de dólares que el campo, la previsibilidad macroeconómica ya no se basaría en deuda, sino con el doble de las exportaciones, sosteniendo un esquema más sólido.
Sin embargo, ese escenario también tiene sus efectos secundarios problemáticos. Es decir, de comprobarse la hipótesis de que “le salga bien”, como dicen las redes, las consecuencias también son negativas para una parte significativa de los argentinos.
En primer lugar, mantener un dólar muy barato para lograr eso genera como consecuencia la destrucción de la competitividad de la industria nacional y la falta de desarrollo tecnológico de nuestro país. Un tipo de cambio bajo genera cierre de pequeñas empresas y aumento del desempleo. Esto se relaciona con la reprimarización de la economía que surge en cada ciclo en el que se coloca un dólar muy bajo. Esto sucedió durante la dictadura militar, encabezada económicamente por Martínez de Hoz, y sucedió recientemente durante los años noventa.
Cuando se habla de la reprimarización de la economía, se hace referencia al proceso mediante el cual el aparato productivo de un país muta de un esquema donde lo más importante es la industria a un esquema donde lo más importante es la exportación de materias primas. El problema de esto es que este tipo de actividad emplea menos cantidad de trabajadores y tiene menos valor agregado que la industria, en el salario agregado de la venta de ese producto.
Por otro lado, está el problema de la llamada “enfermedad holandesa”, que también se contagió en la Argentina durante estos dos procesos. El fenómeno explica los efectos negativos que produce el aumento drástico de los ingresos de un país, vinculado con el descubrimiento de recursos naturales como minerales. Esto genera una distribución de la renta regresiva. Hace a un sector más rico y a otro más pobre, eliminando la cohesión social.
Este efecto económico tiene origen en los Países Bajos, donde el descubrimiento de yacimientos de gas en 1960 produjo la rápida apreciación de la moneda del país, perjudicando a las exportaciones y su competitividad internacional. En definitiva, los problemas genera esa situación plantea que no hay que tener industrias, sino que hay que tener servicios. El tema es que sin industria, por más que se planee una sociedad en servicios, cada vez menos personas usan servicios.
El mejor ejemplo es Estados Unidos, que mandó a fabricar productos a China, Vietnam y otros países del sudeste asiático durante los últimos 25 años. Hoy, con la presidencia de Donald Trump, descubrieron que no alcanza con un país de más de 300 millones de personas tener un sistema basado en servicios. Concretamente, son menos los que van a usar y consumir esos servicios si no hay un sector que fabrique. Al país le pueden cerrar los números macroeconómicos, pero puede ser para pocos.
Es lo mismo que cuando no había inflación y un gobierno decidió imprimir para generar una mayor bonanza presente. Primero, aumenta el bienestar sin modificar la estabilidad económica existente porque tarda un tiempo en percibirse sus consecuencias. Mientras tanto, se ganan elecciones. Pero pasado cierto tiempo, se pagan las consecuencias. Esto pasó varias veces en la historia argentina y la última vez fue con la presidencia de Cristina Kirchner, que terminó demostrando no ser sustentable.
Imprimir dinero con el Banco Central o imprimir deuda son dos caras de la misma moneda y son parte de nuestra decadencia porque hace medio siglo que los distintos gobiernos, democráticos o militares, keynesianos u ortodoxos usan la misma técnica para ganar aprobación de la sociedad. Es decir, consumir futuro en el presente imprimiendo pesos, que más tarde o más temprano se van a dar cuenta que pierden valor, o deuda, que más tarde o más temprano se tiene que pagar. En ambos casos, el efecto es muy parecido.
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En la Alegoría de las Cavernas de Platón, los prisioneros viven desde siempre dentro de una caverna, atados, viendo solo sombras proyectadas en las paredes por objetos que pasan detrás de ellos, iluminados por un fuego artificial. Esas sombras son su única realidad. Hasta que uno logra liberarse, salir al exterior y ver el mundo verdadero: el sol, las cosas, la luz. Al principio le duele, se marea, pero luego entiende que todo lo anterior eran ilusiones. Cuando ese liberado —convertido ahora en filósofo, en conocedor del bien— baja de nuevo a la caverna para contarles a los otros lo que vio, no lo escuchan, se burlan de él, creen que está loco e incluso quieren matarlo.
Al igual que este filósofo que pudo escapar de la caverna, gran parte de la tarea de la oposición es lograr que se deje de fingir demencia y se pueda abrir los ojos sobre los problemas que se generan con un modelo de endeudamiento. Esto mismo hicieron valientes dirigentes políticos en los años noventa. A veces, inclusive en soledad. Este fue el caso de Rodolfo Terragno, quien presidió el radicalismo.
En 1995, en pleno furor menemista, cuando Menem conseguía el 49,9% de los votos y duplicaba al segundo, Terragno debatió con Domingo Cavallo las consecuencias que tendría la convertibilidad. “Quieren decirnos que la culpa de lo que pasa en Argentina la tiene el efecto tequila. México no es el responsable de que se hayan fumado los capitales de la privatización. No hay plan económico, hemos estado haciendo una fiesta con plata ajena”, dijo el radical.
“Si fuera cierto que hay que salir de la convertibilidad, van a provocar una devaluación del peso”, contestó Cavallo, a lo que Terragno replicó: “No, va a tener que devaluar usted”. Más que devaluar, al final de la convertibilidad el dólar terminó a 3,60 pesos.
Es interesante que ahora sea Cavallo, que es una persona muy inteligente, quien esté ocupando el lugar de Terragno. Es decir, Cavallo es quien alerta sobre los problemas del atraso del tipo de cambio y Milei quien se enoja y lo acusa de desestabilizador y de terrorista económico, como Terragno decía que se acusaba a la oposición en los años noventa.
Evidentemente, la experiencia de Cavallo hace que pueda ver las cosas desde otro punto de vista. Su opinión es muy útil en este contexto porque él ya lo hizo. En la actualidad, parece que la mayoría no quiere escuchar, pero no por eso hay que dejar de decir aquello que a uno le parezca la verdad, por más que sea amargo.
Producción de texto e imágenes: Matías Rodríguez Ghrimoldi
TV/ff
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