El editorial de Jorge Fontevecchia

Día 612: Homo Argentum y el estalinismo kirchnerista-libertario

Javier Milei calificó la polémica alrededor de la nueva película de Guillermo Francella como "una obra de arte", mientras que los sectores del progresismo la consideraron un retrato errado de la sociedad. Es evidente que algo de la argentinidad se hace eco en las problemáticas que plantea.

Homo Argentum (2025) Foto: Star

“Homo Argentum”, La película protagonizada por Guillermo Francella, se convirtió en uno de los ejes de discusión de la “batalla cultural”. Mientras Milei la reivindicó como “una gran obra de arte” que “enseña la aberración que es la justicia social”, desde el kirchnerismo y los sectores progresistas dicen que la película es “anti patria”, que retrata al argentino como un “miserable”, que está mal filmada y que carece de todo valor artístico.

Ambas posturas comparten un sesgo que caracterizó al estalinismo y a todo régimen autoritario: reducir la obra artística a mera propaganda política. Aplastando el carácter polisémico que todo verdadero arte encierra. Pero introduzcamos brevemente el contexto en el que se da este debate.

Homo Argentum" es, sin dudas, un gran suceso del cine argentino. Superó los 527.000 espectadores en apenas cinco días desde su estreno, ubicándose entre los lanzamientos más exitosos de los últimos tiempos. La película alcanzó cifras históricas: debutó con más de 73.000 asistentes y en solo tres días ya rozaba los 330.000, logrando el cuarto mejor arranque de la historia del cine nacional. Su velocidad de crecimiento la posiciona para superar a otras producciones internacionales destacadas del año.

Incluso podríamos decir que los espectadores crecieron exponencialmente a partir de las duras críticas que recibió el film. Se podría decir que, en una sociedad polarizada como la nuestra, la crítica desde los protagonistas de la grieta asegura el éxito de taquilla de cualquier producción. Probablemente, en el universo psíquico de Milei, recomendar “Homo Argentum" sea algo similar a lo que hizo con $Libra, y por eso considera que no incurrió en delito. Obviamente, no es comparable recomendar una película con recomendar una inversión.

El divorcio entre la crítica especializada, que en su mayoría dijo que la película es un “bodrio”, y la asistencia récord a las salas del cine en tiempos de plataformas de streaming como Netflix, recuerda un poco al divorcio que ocurre en la política, entre la rosca de las listas de la campaña electoral y el desapego de la sociedad respecto a estas discusiones que sienten ajenas.

Si bien es cierto que la película retrata mayoritariamente personajes de clase media de la Ciudad de Buenos Aires, no podemos negar que el éxito federal de la cinta habla de una identificación entre el espectador y el film. Toda síntesis tiene algún tipo de sesgo, porque en la selección queda afuera lo que no fue seleccionado.

Quizás el título “Homo Argentum” tenga algo de campaña de marketing, y refiera más a Francella como el cómico con el que más se identifican los argentinos. Que, dicho sea de paso, su personaje en la exitosa serie “Casados con Hijos”, junto a Florencia Peña, se llamaba Pepe Argento. Digamos, de paso, que si el título buscaba provocar, claramente benefició la venta de entradas para la película.

Homo Argentum recibió financiamiento público, a pesar de que Javier Milei lo haya negado 

Compuesta por 16 viñetas satíricas sobre la identidad argentina, provocó un intenso debate en redes sociales y medios. Muchos la vieron como un espejo crítico de la idiosincrasia local, mientras que otros la tildaron de “porteño céntrica”, “miserable” y “anti patria”. El presidente Javier Milei incluso organizó una función especial para funcionarios y celebró su éxito como un logro independiente del financiamiento estatal, aunque luego se reveló que recibió financiamiento del Gobierno de la ciudad. 

“Sobre el tema de la justicia social, quiero hacer una especial mención a un enorme trabajo, a una película excepcional que es la película reciente de Guillermo Francella, “Homo Argentum”, una verdadera obra de arte. De hecho, no solo la vi con un conjunto de diputados que defienden con uñas y dientes las ideas de la libertad en el Congreso, sino que también la vi con mis ministros. Y de las 16 viñetas, hay 11 que verdaderamente llaman a una profunda reflexión”, dijo el Presidente la semana pasada en el Liberty International World Conference en Buenos Aires. 

El Proletkult fue un movimiento cultural que nació en Rusia después de la Revolución de Octubre de 1917. Su idea principal era que los trabajadores que habían hecho la revolución debían tener su propia cultura, diferente a la burguesa y al arte del pasado. Para eso se crearon clubes, teatros, talleres de escritura y de arte en donde los obreros podían expresarse sin depender de artistas “académicos” o de las élites.

Se buscaba crear una identidad cultural revolucionaria que acompañara los cambios políticos y sociales de la época. Sin embargo, esta postura también se convirtió en un sesgo. El Proletkult empezó a considerar que el arte que no surgiera directamente de los trabajadores era sospechoso o “burgués”. Esto incluía a muchas formas de arte clásico o moderno que no encajaban en la idea de “cultura proletaria pura”.

Con el tiempo, el Estado soviético absorbió al Proletkult y limitó su independencia, convirtiéndolo, en los años 30, en una corriente denominada “realismo socialista”. Su función principal se volvió servir como herramienta de propaganda para difundir los ideales del comunismo y exaltar la figura del obrero, el campesino y el Partido. El arte debía ser claro, optimista y accesible para todos, mostrando una visión positiva de la vida bajo el socialismo, incluso si esa realidad no coincidía con lo que la gente vivía realmente.

Este estilo se aplicó a la literatura, la pintura, el cine, la música y la escultura. Los artistas estaban obligados a representar héroes proletarios, líderes comunistas y escenas de progreso industrial o agrícola. Se rechazaban las corrientes consideradas “burguesas” o “decadentes”, como el arte abstracto, el modernismo o la experimentación vanguardista. La consigna era que el arte debía educar al pueblo y fortalecer la fe en el proyecto soviético.

Con el tiempo, el realismo socialista se convirtió en un mecanismo de censura, ya que cualquier obra que no se ajustara a sus parámetros podía ser prohibida y sus autores perseguidos. Aunque dio lugar a imágenes icónicas y de gran impacto, también limitó la libertad creativa y convirtió al arte en un instrumento político. 

Su legado quedó marcado por esta dualidad: por un lado, la construcción de una identidad visual poderosa; por el otro, la restricción del arte a un único camino permitido. Solo Trotsky se opuso a esta concepción del arte y planteó que la actividad artística debería liberarse de toda atadura, inclusive la del Partido Comunista.

Récord de "Homo Argentum": más de 320 mil personas ya la vieron 

¿No recuerda esta visión estalinista del arte tanto a los libertarios que pretenden ver la confirmación de su ideología en una película, como a kirchneristas que pretenden defenestrarla por no coincidir con su mensaje? 

El humor para retratar la idiosincrasia de las sociedades es algo que ha existido siempre. En la antigua Grecia ya se usaba el humor para burlarse de las características de la sociedad. Por ejemplo, una comedia titulada “Las Nubes”, de Aristófanes, era una burla hacia las especulaciones de Sócrates y su cuestionamiento de todo lo existente, a quien el autor acusaba en su obra de “vivir en las nubes”.

Pero no hace falta irse tan lejos en el tiempo. Argentina tiene la tradición del Sainete Criollo, un género teatral muy popular en el país de fines del siglo XIX y comienzos del XX. Inspirado en el sainete español pero adaptado a la realidad local, retrataba la vida cotidiana de los conventillos, esos espacios donde convivían inmigrantes de distintas nacionalidades junto con criollos, en medio de conflictos de clase, diferencias culturales y tensiones lingüísticas. 

A través del humor, el sainete mostraba con ironía los choques entre “gallegos”, “tanos”, “gringos” y compadritos, generando un retrato cómico pero crítico de la sociedad urbana en formación. Los cuadros teatrales solían incluir personajes estereotipados -el inmigrante ingenuo, el criollo pícaro, la vecina chismosa, el compadre fanfarrón- que, a través de discusiones y enredos, ponían en evidencia los problemas sociales de la época. 

El humor no solo hacía reír, sino que también exponía temas como la pobreza, el hacinamiento, las ilusiones de ascenso social y la construcción de una identidad nacional en un país marcado por la inmigración masiva.

El sainete criollo funcionó como una forma de crítica social disfrazada de comedia, muy cercana al público popular que lo llenaba de sentido con sus propias experiencias. Con el tiempo, muchos de sus recursos pasaron al tango, al cine y a la televisión, dejando una huella cultural que muestra cómo el humor siempre fue un vehículo privilegiado para hablar de lo que somos como sociedad.

Francella comenta que la idea de Homo Argentum, que podría inscribirse en la tradición del sainete criollo, se inspiró en “Los monstruos”, una vieja película del neorrealismo italiano. Según cuenta, le había impactado como contaban episodios con “humor, ironía, crítica social y bajada de línea". Cuando Gastón Duprat, uno de los directores, vio el film italiano, le impresionó la crueldad de los mensajes. Es interesante el concepto de crueldad, que casualmente es un sesgo de época para exponer de una manera lacerante lo que cada uno considera que está bien o mal. 

Los 16 personajes de Homo Argentum son diferentes. Y si es cierto que algunos de los sketches se ríen de cierta “hipocresía progresista”, como aquel que toma como objeto de burla a un cura villero, o el que critica a un cineasta que hace una película sobre un pueblo indígena sin sentir verdadera empatía por los miembros de esa tribu, es falso que el mensaje se alinee unilateralmente con las ideas del Gobierno.

También hay sketches donde se deja en evidencia el miserable materialismo de unos hijos respecto al patrimonio de su padre, la cobardía de un vecino que pide, como José Luis Espert, “bala” a los delincuentes, o los prejuicios de un abuelo pudiente hacia un compañero de escuela pobre de su hijo.

Homo Argentum recibió financiamiento público, a pesar de que Javier Milei lo haya negado 

Además, toda obra de arte es polisémica. La estructura narrativa hace un aporte a la cognición basado en la representación y la metáfora, muy distinto al del ensayo o la teoría científica, que se basa en una estructura lógica de premisas y conclusiones.

En la narración es el espectador el que completa el sentido de la obra, a través de su paso por la “triple mímesis”, que Aristóteles enseñaba en su “Poética”, y que fue sintetizada en la teoría literaria como “principio”, “nudo” y “desenlace”. Por eso es tan rico que una producción artística produzca un debate social sobre nuestra identidad como pueblo, aún a pesar de que uno pueda no coincidir con la visión de los realizadores.

Las metáforas y metonimias de la obra narrativa permiten su inversión. La acción representada se completa con la mirada y el contexto. La obra abre un horizonte polisémico aún a pesar de las intenciones de su autor, un horizonte que puede ser reinterpretado con múltiples lecturas. Eliseo Verón decía que el mensaje no lo coloca el emisor, sino que lo termina de colocar el receptor. 

En “El malestar en la cultura”, Sigmund Freud sugiere que el ser humano lleva en sí impulsos agresivos que la cultura intenta reprimir. Pero esa represión genera frustración, neurosis o desplazamientos que pueden manifestarse en crueldad social, especialmente hacia los distintos o marginados. La representación de esos impulsos en una película puede ser leída como crítica o apología. 

Freud también marcaba en “El chiste y su relación con lo inconsciente”, que generalmente uno se ríe de aquel que tiene poder. Nos reímos si un rico se cae caminando por la calle, pero no si lo hace una viejita. Por lo tanto, es probable que cada uno de estos personajes hayan sido asignados por quien mira la película como sujetos de poder, inclusive desde la perspectiva de los autores. Nadie se reiría de una persona muy pobre o frágil. 

Hay algo en Francella, presente también en Charly García y otros referentes de nuestra cultura de masas, que escapa al encasillamiento ideológico. Así como el argentino promedio puede votar ayer por Cristina Kirchner, luego por Mauricio Macri, Alberto Fernández y luego por Milei, Francella refleja a ese ciudadano con sus pasiones, miedos y contradicciones.

Es llamativo que uno de los lugares donde el humor de Francella haya logrado mayor popularidad haya sido en Cuba, lo que motivó un viaje del actor a La Habana, y hasta que Fidel Castro haya querido conocerlo personalmente. “Me decían que Fidel siempre veía los programas y que le encantaban. Me decían que me quería ver y pense que comulgues o no comulgues con el régimen, era el personaje del siglo. Llegó una comitiva y me dijeron que el señor Fidel Castro me estaba esperando. Casi me muero. Fui al Palacio de las Convenciones y me quedé ahí esperando. ‘Tú eres consciente de lo que significa hacer feliz a un pueblo. Tú haces feliz a mi pueblo". Morí”, relató el actor sobre el encuentro. 

Que el actor que hoy Milei ubica como representación de sus ideas haya tenido esa cercanía con el líder del país que resiste en el comunismo es, cuanto menos, llamativo. Esto indica que hay grises en la vida. ¿Por qué se busca con tanto ahínco “alinear” una obra de humor tras una ideología o un partido político?

Algo similar ocurrió hace algunos meses con el estreno de “El Eternauta” en Netflix, que los libertarios trataban de “woke”, y los kirchneristas destacaban por su contenido político y el lema “nadie se salva solo”. La lectura “anti mileista” de la serie es completamente forzada. El mito del Eternauta sigue vigente justamente porque la obra tiene cierta universalidad que permite reinterpretarla más allá del contexto histórico y social. Con décadas de diferencia, nos sigue hablando del presente. Apropiarse de un mensaje es algo clásico del proceso político y de la construcción de una narrativa que cada partido lleva adelante. 

El caso fue paradigmático además porque el autor del cómic, Héctor Germán Oesterheld, fue militante montonero y desaparecido durante la última dictadura militar, lo que le imprimió una lectura política a su historieta en sus reediciones posteriores. La historia original, que narra una invasión alienígena a Buenos Aires que inicia con una nevada mortal, fue publicada en 1959, cuando el tema de las invasiones tenía preponderancia en la ciencia ficción internacional.

Oesterheld no era militante en ese momento. Recién después adquirió su ideología y compromiso político. La continuación y reedición de su obra, mucho más clara ideológicamente, pierde en su nivel artístico y no fue tan relevante como la historia original. Hay algo del arte que se escapa o degrada cuando se lo quiere someter debajo de una ideología establecida. Y esto ocurre con más fuerza en particular en las obras de humor.

Umberto Eco parece sugerir algo de esto en su novela “El nombre de la rosa”, donde se presenta a la risa como algo peligroso para el poder religioso. El monje Jorge de Burgos sostiene que reír es un acto que debilita la fe, ya que el humor hace que la gente deje de temer, cuestione la autoridad y pierda el respeto por lo sagrado. Para él, la risa podía convertirse en un arma que relativiza todo, incluso a Dios, y por eso debía ser prohibida dentro de la vida monástica.

El famoso libro perdido de Aristóteles sobre la comedia -que en la trama se oculta en la biblioteca- es el objeto que simboliza ese peligro. Para mantener el control espiritual, se envenenan las páginas del manuscrito, asegurándose de que nadie pueda leerlo sin morir en el intento.

En la Argentina de Milei, la cultura y el ocio son bienes de lujo 

Pero volviendo a la tradición del humor en el cine argentino, tenemos otro ejemplo al que nos recuerdan las repercusiones de “Homo Argentum”. Cuando se estrenó “Esperando La Carroza" en 1985, también la crítica arremetió contra el humor del film y la calificó como una película carente de valor. La Revista Humor dijo que la película era una "comedia de costumbres" que, en lugar de cuestionar las estructuras sociales, se limitaba a "exhibir las miserias humanas" sin ofrecer una reflexión crítica.

En La Nación se publicó que la película de Alejandro Doria "se regodea en la miseria humana sin aportar una mirada profunda o una crítica constructiva", sugiriendo que su humor se basaba en la explotación de estereotipos. En Clarín se argumentó que Esperando la Carroza “no aportaba nada nuevo al cine argentino", calificándola de "una pieza más del grotesco criollo que no logra trascender", mientras que en la Revista Cine y Crítica (1985) se expresó que la película "se queda en la superficie de los personajes y situaciones, sin profundizar en las dinámicas sociales que pretende retratar".

Hoy, 40 años más tarde, la película protagonizada por Antonio Gasalla, Luis Brandoni y la China Zorrilla es considerada un clásico y nadie se atrevería a cuestionar que es el reflejo de una época, con sus costumbres e idiosincrasia. Es una obra de arte. 

No tenemos el tamiz del tiempo para saber si “Homo Argentum” correrá la misma suerte, pero podemos tratar de disfrutar de nuestras producciones culturales despojándonos del dogmatismo que impide ver matices y riqueza, más allá de esperar que el arte refleje las opiniones y prejuicios que ya traemos de nuestra casa. Si la película está teniendo el impacto que tiene, evidentemente es porque algo de nuestra argentinidad se hace eco en las problemáticas que plantea. Sin dogmatismos, mientras haya debate y el arte nos haga pensar, bienvenido sea.

Producción de texto e imágenes: Matías Rodríguez Ghrimoldi  y Facundo Maceira

 

TV/ff