Kendrick Lamar encendió el Estadio River Plate con una clase maestra de rap y poesía urbana
El rapero estadounidense volvió a Buenos Aires con su Grand National Tour y ofreció un show impactante. Entre fuego, visuales y versos afilados, repasó sus grandes himnos y presentó GNX. La apertura estuvo a cargo de CA7RIEL & Paco Amoroso, que desataron la euforia local.
“Son la audiencia más fuerte del tour”, dijo Kendrick Lamar frente a las 65 mil personas que llenaron el Estadio Monumental. Con esa frase, el rapero de Compton resumió la intensidad de una noche que quedará en la memoria de los fanáticos del hip hop. Su regreso a la Argentina, después de seis años, fue mucho más que un concierto. Fue una experiencia total que combinó fuerza escénica, mensaje social y una puesta visual de impacto cinematográfico.
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El show formó parte del "Grand National Tour", la gira con la que el artista presenta su disco GNX lanzado en 2024. La fecha porteña, una de las más esperadas del tramo latinoamericano, se vivió como un acontecimiento. Desde la preventa hasta el cierre, el clima en Núñez fue de pura expectativa. Miles de jóvenes se congregaron desde temprano frente al estadio para volver a ver en vivo al ganador del Pulitzer que redefinió el rap moderno.
El rapero brilló Kendrick Lamar junto a su cuerpo de baile en una puesta visual impactante del Grand National Tour.
La apertura estuvo a cargo de CA7RIEL y Paco Amoroso, los representantes más internacionales de la nueva música argentina. A las siete y media de la tarde, el dúo apareció sobre el escenario envuelto en una puesta tan provocadora como creativa.
Con cabezas inflables gigantes, trajes confeccionados con recortes de diarios locales y una energía contagiosa, los artistas hicieron vibrar al público desde el primer acorde. “Volvimos a casa y en River, capo”, gritó Paco Amoroso entre risas. Durante una hora interpretaron temas como Dumbai, Baby Gangsta, Impostor y El único, consolidando su identidad entre el trap, el funk y el pop experimental.
Kendrick Lamar junto a CA7RIEL y Paco Amoroso en el backstage del Monumental tras una apertura explosiva.
A las 21.30 el Monumental se sumió en la penumbra. En las pantallas se proyectó la voz de la cantante mexicana Deyra Barrera y, en medio de una ovación ensordecedora, Kendrick Lamar emergió sobre el escenario con Wacced Out Murals, el tema que abre su último disco. De inmediato, la multitud comprendió que estaba frente a un espectáculo distinto, con un relato preciso y una carga emocional que se sostenía en la palabra y el ritmo.
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El primer bloque del show avanzó con Squabble Up, N95 y King Kunta, tres canciones que definieron la atmósfera de la noche. Con movimientos calculados y una presencia magnética, Lamar se adueñó del escenario sin necesidad de artificios. Su voz, su cuerpo y su mensaje bastaron para llenar el espacio más emblemático del país.
Cada tramo del concierto estuvo separado por proyecciones audiovisuales que funcionaban como capítulos de una historia. En esas pausas aparecían interrogatorios ficticios, símbolos de la cultura afroamericana y metáforas visuales sobre la identidad, el poder y la redención. En el centro del escenario, el Buick Grand National 87, auto que inspiró el título del disco, se convirtió en emblema de pertenencia y memoria familiar.
En el tramo medio, Lamar bajó la intensidad con Love y Count Me Out, donde su tono confesional conectó de manera íntima con el público. Sin embargo, el ritmo volvió a subir con HUMBLE, Backseat Freestyle y m.A.A.d city, una secuencia explosiva que convirtió el rap en una experiencia colectiva. Miles de voces repitieron cada verso, transformando el estadio en una celebración del hip hop como lenguaje universal.
Con GNX y sus grandes hits, Kendrick Lamar hizo vibrar a 65 mil personas en River Plate.
Uno de los momentos más comentados llegó con Euphoria, la canción con la que el artista respondió artísticamente al canadiense Drake durante su disputa de 2024. En vivo, el tema sonó como un acto de liberación, una performance visceral en la que la confrontación se transformó en arte. La intensidad se mantuvo con DNA y Alright, piezas que confirmaron la potencia espiritual y política del show.
El punto máximo de la noche fue Not Like Us, el himno que cerró la batalla lírica con Drake y que se convirtió en un fenómeno global. El Monumental entero saltó al ritmo de su beat mientras las pantallas estallaban en imágenes de fuego y los fuegos artificiales iluminaban el cielo porteño. Lamar, visiblemente emocionado, sonrió y repitió en inglés que el público argentino era el más fuerte de toda la gira.
Kendrick Lamar se despidió con Gloria y prometió volver al público argentino.
Para el final, el rapero eligió TV Off (Pt. 2) y Gloria, dos canciones de su último disco que funcionan como epílogo espiritual. Antes de despedirse, prometió volver y lo hizo con una frase simple que bastó para sellar la noche. “I promise I’ll be back”, dijo, mientras en la pantalla se leía la palabra Fin. El público respondió con una ovación que duró varios minutos.
Más allá del impacto visual, el concierto fue un manifiesto sobre el poder del arte y la palabra. Sin banda en vivo, pero con una precisión rítmica y conceptual impecable, Kendrick Lamar demostró que el hip hop puede alcanzar el nivel de una obra escénica. Su dominio del espacio y del silencio lo consolidan como uno de los grandes narradores contemporáneos.