El "espíritu guerrero” de Estados Unidos no protegerá a Europa

Las recientes violaciones de drones al espacio aéreo europeo y la nueva política de seguridad del gobierno de Donald Trump generan preocupación sobre la capacidad de los países para protegerse. Aumenta la urgencia de reforzar la defensa y coordinar estrategias ante un panorama geopolítico complejo.

El presidente estadounidense promueve una política exterior centrada en los intereses nacionales, que reconfigura las alianzas tradicionales con Europa Foto: AFP

MADRID – En las últimas semanas, drones no identificados violaron el espacio aéreo de la Unión Europea, lo que llevó a convocar una reunión de emergencia entre los líderes, organizada por Dinamarca. Estas incursiones se multiplicaron en los últimos tres meses: al menos diez países —desde Polonia y Rumania hasta los Bálticos y Francia— reportaron actividades sospechosas. La tendencia evidencia cuán expuesta está la alianza a las amenazas de seguridad vinculadas a la guerra híbrida impulsada por Rusia. Pero quizá el mayor riesgo para la seguridad provenga de Estados Unidos, donde el presidente Donald Trump adopta una política exterior que combina aislamiento y confrontación.

La administración Trump no ocultó su desdén por los compromisos de seguridad de su país, incluidos los asumidos con sus aliados de la OTAN. La diatriba del vicepresidente J.D. Vance en la Conferencia de Seguridad de Múnich en febrero —cuando afirmó ante los líderes europeos que “la mayor amenaza para su seguridad proviene de dentro”— es un ejemplo claro. Aunque Washington sostiene que solo exige a los países cumplir con sus obligaciones, especialmente en materia de gasto militar, sería ingenuo que Europa confiara en que Estados Unidos cumplirá su parte del acuerdo.

Varios países europeos reportaron incursiones de drones no identificados en su espacio aéreo durante los últimos meses

Para la administración Trump, “America Firstno es un simple eslogan, sino una doctrina que justifica políticas introspectivas, caprichosas y transaccionales, sin base en normas ni valores. Pero en realidad no es “América” la que ocupa el primer lugar, sino Trump y su círculo cercano, que acumularon fortunas desde su regreso a la Casa Blanca. Su nueva orden ejecutiva, que otorga una garantía total de seguridad a Qatar —país que recientemente le obsequió a Estados Unidos un avión de 400 millones de dólares que Trump está modificando para usar como nuevo Air Force One—, deja en evidencia lo errática y oportunista que se volvió la política exterior estadounidense.

Ahora, sin embargo, la administración pasó de lo transaccional a lo abiertamente confrontativo. En una reunión extraordinaria en la base del Cuerpo de Marines de Quantico, el secretario de Defensa Pete Hegseth arengó a más de 800 líderes militares, traídos desde todo el mundo, sobre la necesidad de recuperar una “ética guerrera”, rechazar las “estúpidas” reglas de enfrentamiento y renunciar a la “basura progre”, incluyendo “la adoración al cambio climático”.

Fue el propio Trump quien resumió el nuevo enfoque de seguridad de su gobierno al anunciar que el “Departamento de Defensa” volverá a llamarse “Departamento de Guerra” (el Congreso aún no aprobó el cambio). La medida revierte una decisión tomada en 1949 para reflejar el compromiso de Estados Unidos con la moderación, la legalidad y el control civil sobre lo militar, en un momento en que asumía el rol de garante del orden mundial basado en reglas. El cambio simboliza así el abandono de ese orden, que sustentó las relaciones internacionales —con cooperación multilateral y beneficios económicos compartidos— durante más de ocho décadas.

El presidente Donald Trump reunió a altos mandos militares en una reunión masiva e inusual en la base del Cuerpo de Marines en Quantico, Virginia

En la reunión defendió el despliegue de militares en ciudades estadounidenses como medida contra una “invasión interior”, una amenaza interna sin uniforme según él

No se trata de un cambio nuevo, sino de la confirmación de un giro en curso. Aunque Estados Unidos consechó enormes beneficios de su posición dominante en ese orden internacional, lleva años quejándose de sus costos y limitaciones.

Las recientes decisiones estadounidenses anuncian un mundo más duro, donde los cielos y mares se disputan, las cadenas de suministro se vuelven frágiles, las alianzas se tambalean y la proyección de poder reemplaza a la diplomacia, mientras el país que durante tanto tiempo sostuvo la estabilidad global parece ausente. De hecho, el próximo Plan Nacional de Defensa prioriza las “misiones domésticas y regionales” para proteger el “territorio nacional” por encima de los esfuerzos para contrarrestar amenazas de potencias como China o Rusia, según versiones del borrador.

El resto del mundo ya empieza a adaptarse a esta nueva realidad estratégica. Algunos, como Australia y Japón, refuerzan su cooperación militar con Washington con la esperanza de que no pierda de vista su interés en contener las ambiciones hegemónicas de China en el Indo-Pacífico. Otros, como India, Turquía y los países del Golfo, diversifican sus alianzas estratégicas. Europa, en cambio, muestra una respuesta insuficiente.

Aunque probablemente se eviten retiros masivos de tropas estadounidenses, una reorganización militar es casi inevitable. Si estalla una crisis de seguridad —algo nada improbable ante la guerra híbrida rusa—, la Unión Europea deberá estar preparada. Sin embargo, mientras Polonia, los Bálticos y los países nórdicos avanzan en su rearme, otros siguen rezagados. Incluso las iniciativas a nivel europeo —como el Fondo Europeo de Defensa, la estrategia industrial común, la Ley de Apoyo a la Producción de Municiones, el refuerzo industrial a través de compras conjuntas y el nuevo instrumento financiero de Seguridad para Europa— se ven debilitadas por la fragmentación interna.

Tres prioridades son fundamentales. Primero, Europa debe aumentar su capacidad militar, concentrándose en municiones, entrenamiento y defensa aérea, más que en comunicados. Segundo, debe garantizar cohesión interna: las sanciones y controles de exportación deben aplicarse de forma uniforme, sin excepciones. Por último, la UE tiene que usar su peso económico para fortalecer su posición geopolítica. El bloque tiene escala suficiente para avanzar con rapidez en el rearme, incluyendo órdenes plurianuales y predecibles para su industria. Sin una estrategia común, sin embargo, los recursos se diluirán y la interoperabilidad se verá comprometida.

También sería beneficiosa una mayor cooperación con el Reino Unido. Aunque la nueva Asociación de Seguridad y Defensa UE-Reino Unido es un paso en la dirección correcta, la relación no será sencilla. Londres sigue considerando a la OTAN como el pilar de su seguridad, pero busca un rol de liderazgo en coaliciones tecnológicas como AUKUS (junto a Australia y Estados Unidos) y el Programa Global de Combate Aéreo (con Japón e Italia).

La guerra total de Trump

La era de la “defensa” terminó y comienza la era de la “guerra”. La fragmentación europea, tantas veces vista como un detalle técnico, es hoy una amenaza grave. El gasto en defensa, antes considerado discrecional, se convirtió en una cuestión de supervivencia. Sea cual sea el rumbo de los acontecimientos, Europa no puede perder de vista el carácter existencial de los desafíos que enfrenta ni la falta de fiabilidad de Estados Unidos como socio. Debe asumir, de una vez, su papel como actor estratégico propio.

*Ana Palacio, exministra de Asuntos Exteriores de España y exvicepresidenta sénior y asesora general del Banco Mundial, es profesora visitante en la Universidad de Georgetown.

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