La deuda argentina, de los apoyos al fracaso

El mecanismo de pedir préstamos se convierte en un círculo vicioso que condiciona la economía nacional desde el siglo XIX.

Reunión Bilateral entre los presidentes Milei Trump Caputo Foto: Presidencia de la Nación

En la historia económica de nuestro país, hay un patrón que se repite con la obstinación de un círculo vicioso: cada vez que llegan anuncios de asistencia financiera internacional —ya sea del Fondo Monetario Internacional o de otros organismos multilaterales—, los grandes medios, las entidades empresarias y buena parte del establishment económico responden con entusiasmo inmediato. Se saludan esos auxilios como la llave maestra que finalmente abrirá la puerta de la estabilidad. Pero una y otra vez, el desenlace ha sido la decepción.

En los años ochenta, tras el retorno de la democracia, la negociación con el FMI fue presentada como un paso ineludible para “normalizar” la economía. Editoriales de diarios de referencia, junto con la voz de instituciones como la Sociedad Rural Argentina y la Unión Industrial, celebraron la disciplina fiscal y las promesas de financiamiento fresco. Después de varios experimentos fallidos, la ilusión se evaporó con las hiperinflaciones de 1989 y 1990.

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En los noventa, la convertibilidad y los acuerdos con el Fondo recibieron nuevamente aplausos cerrados. Los medios hablaron de “confianza recuperada”, los bancos internacionales elogiaron las privatizaciones y las corporaciones empresarias aseguraron que la Argentina había “entrado al mundo”. El FMI, que había exigido la venta de todas las empresas públicas junto al Banco Mundial y al BID, puso a la Argentina como ejemplo del éxito económico poco tiempo antes de la debacle. La crisis de 2001, con su default masivo y la explosión social, mostró el revés de esa trama.

El presidente Néstor Kirchner trató de arreglar como pudo el endeudamiento externo, y nos libró del FMI, debido a que esta institución había pedido con insistencia que se cancelara la deuda. Lamentablemente, como contrapartida, se emitieron miles de millones de dólares a tasas muy altas que compró la Venezuela del presidente Hugo Chávez. Un negocio muy cuestionable desde el punto de vista financiero, pero que terminó con las obligaciones de gobiernos anteriores, que limitaban de alguna manera nuestra capacidad de decisión.

Macri pidió el préstamo más grande de la historia del FMI

El ciclo volvió en 2018, cuando Mauricio Macri recibió una deuda pública de 240.665 millones de dólares, y que llegaría en diciembre de 2019 a 335.661.millones. Cuando el sistema financiero cerró la asistencia de dólares al gobierno de Macri, ante la posibilidad de que la deuda no pudiera pagarse, se obtuvo del FMI el préstamo más grande de la historia del organismo, celebrado por los mismos sectores de siempre como una garantía de respaldo internacional. En pocas semanas, los titulares exaltaban el “acompañamiento de la comunidad financiera”. Los habituales economistas que transitan los medios daban reiteradas explicaciones sobre lo beneficioso de un apoyo caracterizado como extraordinario. Dos años más tarde, la economía estaba devastada, el peso de la deuda asfixiaba cualquier margen de maniobra y el fracaso era inocultable.

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El presente repite los gestos: así ocurrió con el acuerdo con el FMI por 20.000 millones de dólares al que se recurrió ante el fracaso de la política económica, y los pagos que debían hacerse. Cada anuncio de programas de asistencia internacional es presentado por los grandes medios como un salvavidas. La Sociedad Rural, la Unión Industrial y cámaras empresarias emiten comunicados esperanzados, y economistas de renombre anuncian que la estabilidad, al fin, está cerca. Pero los antecedentes son contundentes: cada festejo ha sido el preludio de una decepción. En estos últimos días se sumó la supuesta ayuda del Tesoro de los EE.UU., donde hubo variadas fantasías de cómo se traduciría esa ayuda. En la últimas horas, el secretario Scott Bessent barrió con las esperanzas de dinero fresco, y se limitó a decir que solo se iba a acordar un swap, lo que de nuevo acentuó la volatilidad de los “mercados”, esos entes que únicamente se mueven de acuerdo con su propio interés, y cultivan la especulación como una de las bellas artes.

Dólares frescos, entre promesas y condicionamientos

Esto que he mostrado pone al descubierto una incapacidad estructural de la dirigencia económica y política de mirar más allá del corto plazo. Se aplaude la promesa de dólares frescos, pero no se analizan las condiciones que esos préstamos imponen ni los efectos sociales de los ajustes que los acompañan. La historia enseña que el verdadero problema argentino no se resuelve con aplausos a medidas externas, sino con transformaciones internas profundas, capaces de sostenerse más allá de la euforia de un anuncio.

A todas estas fantasías que al principio se ven como auspiciosas y que terminan derrumbándose, se suma las constantes falacias del Gobierno, que miente con un notable descaro, como lo puso de manifiesto el secretario de Hacienda en la conflictiva reunión de la Comisión de Presupuesto y Hacienda de la Cámara de Diputados, cuando afirmó que el gobierno de Milei había bajado la deuda pública. Lamentablemente, para él, cuando se entra a la página web del Ministerio de Economía surgen las cifras, y en ellas puede verse que en diciembre del 2023 la deuda pública total  era de 370.664 millones de dólares, el 28% en moneda local y el 72% en moneda extranjera. Al 30 de agosto pasado, la deuda ascendió a 454.230 millones de dólares, el 44% en moneda local y el 56% en moneda extranjera; aumentó, en pesos, el equivalente a 7.429 millones de dólares. Este aumento se debe a la cantidad de deuda en pesos indexada, y con tasas que llegaron hasta el 65%. 

El sistema de la deuda perpetua: de soluciones únicas y eufemismos

Aunque es cierto que se transfirió deuda del Banco Central al Tesoro, con el fin de eliminar una peligrosa deuda de corto plazo, se volvió a las andadas con una deuda en pesos, que capitaliza intereses permanentemente y que aumenta de forma desmesurada, como puede observarse en el informe del mes de agosto.
Reiteradamente se habla de los pagos que deben hacerse, pero en ningún momento se muestra el monto de la descomunal deuda, que desde 1983 sigue condicionando la política del país. A los especialistas en la economía, lo único que se les ocurre es pagar, refinanciar, y volver a contraer nueva deuda, aunque ello signifique más condicionamientos, y un futuro cada vez más comprometido.

Es el sistema de la deuda perpetua, que pareciera que está en la naturaleza de nuestra economía y que deberá seguir eternamente. Para ellos la única solución es que baje el riesgo país para así poder acceder al “mercado de capitales”, eufemismo que significa contraer nueva deuda. Con esa falta de memoria que caracteriza a los argentinos, nadie recuerda las instrucciones que diera en 1893 el ministro Juan José Romero al ministro en Londres Luis Domínguez, cuando pidió una moratoria de la deuda, y le indicó que no se pidieran nuevos préstamos para pagar la deuda vieja porque ello era ir “directo a la bancarrota”.