La trampa del eterno retorno: deuda y dependencia en la Argentina
El ciclo se perpetúa: endeudamiento, injerencia del FMI, políticas de ajuste y profundización de la crisis social. Este entramado reproduce un patrón estructural que no solo erosiona la sostenibilidad económica y la soberanía política del país, sino que también amenaza la sostenibilidad de la vida y vulnera las condiciones materiales para una existencia digna de millones de personas, afectando con especial crudeza a mujeres, jóvenes, trabajadores informales, jubilados/as y sectores históricamente excluidos.
Argentina vuelve a enfrentarse al viejo fantasma de la deuda externa. Tras las crisis de 1976-1989 y 1989-2001, el país atraviesa una tercera, iniciada en 2015 bajo el gobierno de Mauricio Macri, con rasgos conocidos: endeudamiento en dólares, dependencia financiera, ajuste estructural y deterioro de las condiciones de vida. En 2018, Macri recurrió al FMI para obtener un préstamo récord de 57.000 millones de dólares - de los cuales se desembolsaron 44.000 millones- en gran parte destinados a financiar la fuga de capitales, profundizando la subordinación económica del país.
Cinco años después, la historia se repite: recientemente el gobierno de Javier Milei firmó un nuevo acuerdo con el FMI por 20.000 millones de dólares. Aunque se presentó como una ruptura con la política tradicional, su gestión reactualiza -bajo una estética mediática disruptiva- el viejo modelo neoliberal, y lo que presentan como un logro novedoso, no es más que una repetición trágica de recetas que ya fracasaron.
Así, el ciclo se perpetúa: endeudamiento, injerencia del FMI, políticas de ajuste y profundización de la crisis social. Este entramado reproduce un patrón estructural que no solo erosiona la sostenibilidad económica y la soberanía política del país, sino que también amenaza la sostenibilidad de la vida y vulnera las condiciones materiales para una existencia digna de millones de personas, afectando con especial crudeza a mujeres, jóvenes, trabajadores informales, jubilados/as y sectores históricamente excluidos.
La deuda externa en los países en desarrollo trasciende el plano estrictamente financiero: se configura como un dispositivo geopolítico que perpetúa un patrón estructural de subordinación neocolonial. Opera como un instrumento de dominación que activa mecanismos de saqueo, extracción de riqueza y condicionamiento político, con efectos profundamente regresivos, no solo sobre la distribución del ingreso, sino -y fundamentalmente- sobre el ejercicio efectivo de los derechos humanos.
El problema no radica sólo en el volumen de la deuda, sino en el sistema económico que la alimenta y reproduce: un capitalismo financiero que promueve la especulación y concentra la riqueza, a expensas de la industria nacional, el empleo y el desarrollo interno. este modelo no solo erosiona las bases productivas del país, sino que incrementa su vulnerabilidad frente a los vaivenes geopolíticos, en un mundo atravesado por disputas estratégicas por la reconfiguración del nuevo orden global. Sus efectos son concretos en todo el país, y la Provincia de Buenos Aires ofrece una muestra clara de ello: en Olavarría cerraron Fabi Bolsas Industriales y la línea de pisos de la empresa Cerro Negro; en Coronel Suárez, el Grupo Dass clausuró su planta; en Chacabuco, las empresas Torres Americanas y Don Yeyo despidieron personal; en Tres Arroyos cerró el hotel Elegance Express (ex Hotel Alfil); y en la ciudad de La Plata, Cerámica Fanelli anunció despidos en su planta de Los Hornos. Estos no son hechos aislados, sino expresiones locales que retratan el crítico estado de situación y que ilustran con crudeza las consecuencias de una crisis estructural que afecta profundamente al entramado productivo y social del país.
Como advirtió recientemente el presidente Luiz Inácio Lula da Silva en la CELAC, América Latina y el Caribe atraviesan una etapa crítica, marcada por la persistencia del hambre, la exclusión y la amenaza a su autonomía frente a injerencias externas, lo que plantea desafíos urgentes para la soberanía y el desarrollo regional.
En ese camino, el MERCOSUR se presenta como una herramienta estratégica, no solo por su relevancia como bloque comercial, sino por su capacidad de articular respuestas colectivas en un mundo cada vez más estructurado en bloques regionales. Para la Argentina, el desafío reside en profundizar su inserción regional, consolidando políticas comunes con los demás Estados miembros y fortaleciendo las complementariedades productivas.
El MERCOSUR brinda a la Argentina la posibilidad de diversificar sus relaciones comerciales, reducir su dependencia del capital especulativo y ampliar la autonomía en la toma de decisiones estratégicas. Fortalecerlo no es un gesto nostálgico, es una decisión política en defensa del interés nacional.
En este escenario de creciente dependencia financiera y reconfiguración geopolítica, la renuncia del presidente Javier Milei al ingreso de Argentina al bloque BRICS constituye un retroceso estratégico de enorme magnitud y una de las muestras más evidentes de su alineamiento acrítico con los intereses de EE.UU. El BRICS —integrado por países que concentran más del 40% de la población mundial y el 38% del PIB mundial — representa una alternativa concreta a la arquitectura financiera internacional dominada por el FMI y el dólar.
La negativa del gobierno libertario, motivada por un dogmatismo ideológico que desprecia la multilateralidad, no sólo aísla a nuestro país en un mundo crecientemente estructurado en bloques, sino que clausura oportunidades valiosas de financiamiento, inversión y cooperación Sur-Sur. Esta miopía política compromete y debilita seriamente nuestras capacidades de inserción internacional soberana y nos relega a la periferia de los centros de poder global.
Frente al camino del ajuste y la dependencia, hay otra alternativa posible y necesaria: reconstruir un proyecto de país centrado en la producción, el trabajo digno, la justicia social y la integración regional. Consolidar el MERCOSUR como bloque autónomo y solidario es una apuesta por un destino propio, sin tutelajes ni espejos extranjeros.
Hoy, aquella advertencia de Juan Domingo Perón resuena con renovada urgencia. El dilema persiste: liberación o neocolonialismo. Frente a un proyecto que promueve la dependencia, la fragmentación social y la entrega de nuestros recursos, se torna urgente reconstruir la organización popular y disputar el sentido común. Defender la patria, el trabajo y la dignidad no es una consigna del pasado, sino una necesidad del presente. En esa tarea, la integración latinoamericana no es un anhelo abstracto: es el horizonte estratégico para garantizar soberanía, desarrollo y justicia social para nuestros pueblos.
(*) El autor es militante político y vicepresidente del PARLASUR - Argentina
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