Mujeres, pobres y prostitutas
El de Brenda, Morena y Lara, no fue “un crimen narco” sino, según el autor, “un femicidio, porque la violencia no cae en el vacío, sino sobre cuerpos ya mercados por una estructura de dominación”. En todo caso, "ambas categorías son complementarias, pero tienen consecuencias distintas”.
Asistimos a uno de los hechos más horrendos de los últimos años: el femicidio de Brenda, Morena y Lara, dos de ellas trabajadoras sexuales, y una menor de edad. Y digo femicidio porque hay que llamar a las cosas por su nombre. Aunque más de uno, y más de una, tristemente, lo quiera envolver bajo el celofán de las palabras limpias: crimen narco, ajuste de cuentas, venganza.
Y enseguida aparecen las frases hechas, las que absuelven a los verdugos y culpan a las víctimas: “les pasa por robar droga”, “si hubieran sido varones sería lo mismo”. No, no sería lo mismo. Porque la violencia no cae en el vacío, sino sobre cuerpos ya marcados por una estructura de dominación.
“Femicidio” no es solo una figura legal, es una categoría analítica que nos permite comprender cómo el patriarcado estructura el ejercicio del poder. Y permítaseme aclarar algo: que sea femicidio y crimen narco no son categorías excluyentes, sino complementarias. Pero tienen consecuencias distintas.
Mientras crimen narco revela el contenido, femicidio revela la forma. Y la forma manda. La forma es la que organiza la realidad, la que estructura el sentido. ¿Qué hace que una mesa sea una mesa y no otra cosa? ¿Su material, su color, o su forma? La forma, siempre. Acá, la forma es femicidio; el contenido, crimen narco.
¿Cómo llegamos a esa conclusión? Por la estructura mayor del hecho: mujeres, jóvenes, pobres, trabajadoras sexuales. Tres categorías de descarte en el orden patriarcal-capitalista. Tres condiciones que condensan la figura del desecho social. Como escribió Rita Segato, “el cuerpo femenino se convierte en territorio de soberanía, en el lienzo donde el poder escribe su marca”.
Ellas fueron elegidas no por azar, sino porque encarnaban esa triple condición: mujer, pobre y prostituta. En esa intersección se inscribe el crimen. No las mataron por lo que hicieron, sino por lo que representaban: la “mierda social” que puede torturarse, mutilarse, descuartizarse y luego tirar a un pozo.
Y lo más aterrador: fue transmitido en vivo. Cuarenta y cinco personas vieron el horror en tiempo real, como si asistieran a una liturgia. No fue solo un asesinato, fue un acto comunicativo, un mensaje. Porque en esta gramática de la violencia, cada golpe, cada mutilación, cada exposición pública tiene función de palabra. Es un lenguaje, y como todo lenguaje, tiene interlocutores.
El cuerpo femenino no es víctima colateral, sino territorio de inscripción del poder mafioso"
El mensaje narco va dirigido a los pares, a los competidores, a los subordinados. Dice: “miren de lo que somos capaces, esto pasa con quien desafía la cadena de mando”. Pero el mensaje femicida se inscribe en otro plano: en el de la forma, en el de la soberanía sobre cuerpos feminizados, convertidos en territorio de castigo. En esa escena ritual, los verdugos no solo eliminan una amenaza económica: afirman un poder soberano sobre la vida y la muerte. La violencia deja de ser instrumental y se vuelve expresiva: expresa dominio, ostenta impunidad, reclama obediencia.
Por eso no basta con decir “crimen narco”. Esa etiqueta funcional —cómoda para los titulares, útil para las estadísticas— es también una cortina de humo. Un smokescreen, diría Segato, que impide ver el núcleo real: una violencia patriarcal que usa a las mujeres como soporte para exhibir poder.
Aún hoy, el cuerpo de las mujeres sigue siendo el lugar donde el poder escribe su firma"
Al decir “fue por robar”, se invierte la trama moral: el verdugo aparece como víctima de una afrenta y la asesinada, como responsable de su destino. Es la lógica del patriarcado, y es también la lógica de este gobierno: “ella empezó”, “ella me provocó”.
No es casual que hayan sido tres mujeres jóvenes, precarizadas, pobres, engañadas con la promesa de una fiesta. Esa es la condición de posibilidad del crimen. Como en los viejos sacrificios, las víctimas son elegidas por su disponibilidad estructural, no por su culpa. No es que “les pasó”: las fueron a buscar porque eran las más vulnerables, las más expuestas, las más simbólicamente descartables.
Y sin embargo, lejos de ser un hecho aislado, esto se inscribe en una gramática del terror que ya conocemos. La misma que atraviesa Ciudad Juárez, los femicidios seriales en la frontera, los cuerpos marcados como mensajes de soberanía. La misma estructura donde la violencia no se oculta: se muestra. Donde el crimen no solo mata: habla. Donde el cuerpo femenino no es víctima colateral, sino territorio de inscripción del poder mafioso.
En un contexto así, insistir en el término “femicidio” no es una cuestión semántica: es una estrategia de resistencia epistémica. Nombrar la forma es romper el hechizo del contenido. Es impedir que la coartada narco tape la evidencia patriarcal. Porque mientras sigamos diciendo “ajuste de cuentas”, seguiremos aceptando que la ley se aplique como venganza.
Nombrarlo como femicidio no es un capricho: es la única forma de leer el mensaje completo. Porque lo femicida explica el por qué estructural —la lógica de dominación patriarcal que vuelve a ciertas vidas disponibles para el castigo—, mientras lo narco explica el cómo instrumental, la manera en que esa violencia se materializa en el acto. Y es en ese porqué donde se revela la verdad más oscura: que aún hoy, el cuerpo de las mujeres sigue siendo el lugar donde el poder escribe su firma.
*Licenciado en Filosofía
También te puede interesar
-
Trumpshoring
-
Un siglo de informalidad urbana en América Latina
-
Sergio Langer: “Me siento rechazado y juzgado por mi propia familia”
-
Crimen organizado: desafío a las instituciones democráticas
-
Repensar la naturaleza del valor
-
El G20 debe concretar el alivio de la deuda
-
La Argentina atada a Trump
-
El imprevisible amigo norteamericano de Milei
-
El Gabinete no da respiro, tampoco explicaciones
-
Trump 2.0: repliegue estratégico y dominio continental