Repensar la naturaleza del valor
Vivimos en un sistema que confunde precio con valor. Nuestra economía sólo reconoce lo que tiene precio. Y como la naturaleza no tiene precio, no existe en los indicadores que guían las decisiones públicas y privadas para su cuidado.
El PBI crece si deforestamos, pero no si restauramos. Contaminar suma; cuidar un bosque no cuenta. El mercado mide demanda, no importancia.
Oscar Wilde lo anticipó: “Cínico es quien conoce el precio de todo, pero el valor de nada”.
Vivimos en una sociedad cínica. Mientras tanto, reservamos valor en oro y criptomonedas –que generan enormes impactos y escaso beneficio social o ambiental– y dejamos desprotegido aquello que sostiene la vida. Destruyendo a la naturaleza, de la que somos parte. Aportando a la falla del mercado que lo está haciéndolo fallar.
Hoy lo vital se volvió escaso. Estamos entrando en una era de más de dos grados de calentamiento global, escasez de agua, energía y alimentos.
El riesgo ambiental ya se convirtió en riesgo financiero: Las aseguradoras se retiran de los territorios. Y sin seguro no hay crédito. Sin crédito no hay inversión. Sin inversión no hay empleo ni producción.
Los más vulnerables son quienes más pierden. Pero la novedad es que esto ya no es un buen negocio para nadie.
La verdadera pregunta no es si podemos permitirnos cuidar la naturaleza, sino si podemos permitirnos no hacerlo.
Un cambio profundo demanda que nos preguntemos qué tiene valor de verdad.
Por ejemplo, la cohesión social que nos sostiene en las crisis, aunque no figure en el PBI. La economía sana, que satisface necesidades humanas con equidad. La naturaleza, que regula el clima, provee agua, alimentos y protección. La vida humana, que nos recuerda que somos naturaleza, no algo separado de ella.
El papa Francisco lo resumió con claridad: “Dios perdona siempre, el hombre, a veces. La naturaleza, nunca.”
Estamos a tiempo de reescribir el valor para preservar la vida. Necesitamos una nueva economía que reconozca y retribuya lo que sostiene la vida, no lo que la destruye. Que entienda los territorios como fábricas de agua, de suelo fértil, de protección climática. Que mida quién cuida y quién se beneficia. Que incorpore el riesgo ambiental como variable central y no como nota al pie.
Nada de esto es tarea individual: es una construcción social, política y económica.
Puede parecer un reto muy grande desde lo individual, pero está al alcance de la mano. Todos tenemos tres superpoderes colectivos para cambiar de rumbo
Atención: A lo que le prestamos atención, le damos valor. Y todo el sistema gira en torno a lo que le asignamos valor.
¿Qué narrativas estamos alimentando como sociedad? ¿Qué contenidos consumimos y priorizamos?
2. Consumo y ahorro: Cada compra, cada inversión y cada peso ahorrado financia un modelo de mundo.
Exijamos transparencia: ¿dónde va el dinero que gestionan bancos y fondos?, ¿qué impactos genera y a qué riesgos están expuesto mi ahorros?
3. Voto: Elegimos a quienes tomarán decisiones sobre agua, aire, suelo, biodiversidad y riesgo climático.
La política ambiental ya no es un tema sectorial: es la base de nuestra seguridad. ¿Qué posición tienen mis candidatos ante este desafío existencial?
Aún estamos a tiempo. A tiempo de redefinir qué importa y qué dejamos atrás. A tiempo de construir una economía que honre la vida y no la destruya. A tiempo de transformar la angustia en acción colectiva.
Respiremos, miremos alrededor y preguntémonos con honestidad: ¿cuál es la naturaleza del valor?, ¿y cuál es el valor de la naturaleza?
De esa respuesta dependerá nuestro futuro común.
*Docente Unsam. Exsecretario de Cambio Climático, Desarrollo Sostenible e Innovación de la Nación.
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