COVID como arma política
Los opositores usan la enfermedad para intentar castigar al Gobierno. Mientras que el oficialismo pretenderá montar la base de su andamiaje electoral 2021. Sugiero desconfiar de aquellos que aplauden y critican con la certera previsibilidad de su pertenencia política.
En un país marcado por la grieta todo puede ser usado como un arma política. Por eso el Covid-19 no es sólo un virus, es una herramienta con la que los opositores intentan castigar al Gobierno. Mientras que el oficialismo pretenderá montar la base de su andamiaje electoral 2021.
Unos dirán que la vacuna no llegó el día exacto en el que Alberto Fernández había prometido y que hasta este sábado no estaba autorizada su aplicación en mayores de 60 años, y que a la vacuna rusa le faltan validaciones científicas, y que el Gobierno improvisa y no da respuestas. Dudas más o menos entendibles, por cierto.
El oficialismo dirá que la Argentina es un ejemplo internacional en el cuidado de la salud y que a la vacuna rusa la seguirán otras vacunas y que en marzo una gran parte de la población ya estará vacunada.
Unos hacen que saben y los otros también. Pero en esta pandemia inédita que todavía está en pleno desarrollo, lo que un día parece cierto al otro día no lo es. Los países que eran tomados de ejemplo hace meses, ahora están en problemas. Hasta septiembre, por ejemplo, Alemania tenía menos de 20 muertos por día, hoy roza los mil. Durante meses, sus contagios rondaron los 500 diarios, en diciembre alcanzaron los 36 mil.
Uruguay por su lado, apelando a la responsabilidad individual más que a un aislamiento obligado, fue otro modelo de éxito que durante meses tuvo menos de 20 infectados diarios. Pero en noviembre los casos comenzaron a crecer hasta los casi 800 actuales que obligaron al presidente Lacalle Pou a cerrar las fronteras.
La Argentina en agosto ocupaba el lugar 47 entre los países con más mortalidad por millón de habitantes. En noviembre escaló al 7° lugar. Ayer ocupaba el décimo tercer lugar en el mundo. Unos se apuran por santificar a Alberto Fernández. Y los otros para se apresuran a demonizarlo.
Lo único cierto es que recién cuando esta pesadilla termine se sabrá qué tan bien o qué tan mal lo hizo cada gobernante. Pero esto pasará sólo cuando se terminen de contar las víctimas fatales totales. Los que morirán por el virus y los que morirán por la destrucción económica.
En el mientras tanto, digo, sugiero desconfiar de aquellos que aplauden y critican con la certera previsibilidad de su pertenencia política.
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