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Los brasileños eligen entre el estancamiento y el progreso

La "productividad" suena abstracta, pero las cargas de su estancamiento son demasiado tangibles, con 13 millones de desempleados que luchan por recuperarse de la peor recesión de su historia.

Brazil Voters Must Choose Stagnation or Progress: Mac Margolis
Brazil Voters Must Choose Stagnation or Progress: Mac Margolis | Bloomberg

Con su riqueza natural y extensión continental, Brasil ha sido durante mucho tiempo una inspiración. Convertir esta "cuna espléndida", como dice el himno nacional, en riqueza y bienestar nacional es otra historia.

"De la amplitud que la tierra Brasil tiene en el interior del país, no hablo", escribió el fraile franciscano Vicente do Salvador, historiador del país del siglo XVII, que sabía una que otra cosa sobre la trampa de la productividad. "Porque hasta ahora no ha habido nadie que haya explorado, por negligencia de los portugueses que, siendo grandes conquistadores de tierras, no las aprovechan, si no que se contentan con abrirse camino a lo largo de la costa como cangrejos".

En los siglos posteriores, la economía en desarrollo se adentró profundamente en Brasil, quizás demasiado, hasta llagar a invadir la selva tropical para explotar, talar y cultivar. Pero la destacada economía de América Latina siempre ha tenido un mal desempeño.

La economía registró una impresionante tasa de crecimiento anual del 7,4 por ciento entre 1950 y 1980, pero desde entonces ha tenido dificultades para crecer, incluso cuando sus vecinos y pares del mundo en desarrollo prosperan. En las dos décadas transcurridas desde 1994, el ingreso per cápita de Brasil aumentó un 31 por ciento, en comparación con un 37 por ciento de América Latina en general y un 152 por ciento en otros mercados emergentes, según un estudio reciente de la consultora Oliver Wyman.

No es sorprendente que la productividad se haya estancado, agravando de forma crónica la debacle económica. Un informe del Banco Mundial concluyó que, desde mediados de la década de 1990, el valor agregado por trabajador de Brasil mantuvo el ritmo del resto de América Latina y luego quedó muy rezagado.

Desde 2014, la productividad laboral de Brasil ha disminuido a pesar de que mejoró en el resto del mundo.

Trabajadores con poca educación atrapados en empleos de bajo nivel tecnológico, una infraestructura en mal estado, créditos escasos y caros y una economía que protege a las clases de la élite han conspirado para reprimir al país. Lo que es peor, en lugar de fomentar la innovación en empresas emprendedoras, el gobierno recompensó la mediocridad. El gigantesco banco estatal de desarrollo prodigó préstamos blandos –incluyendo un 63 por ciento más de lo que desembolsó el Banco Mundial a nivel mundial en 2010– a compañías consentidas que no lo merecían y que sacaron poco provecho al dinero.

Las empresas brasileñas obtuvieron un decepcionante puntaje de 2,7 en la escala de cinco puntos del estudio mundial World Management Survey (WMS) sobre mejores prácticas en 35 economías líderes, ubicándose detrás de sus contrapartes en México, Chile, Turquía y Argentina.

"Súmele el ineficiente sector público, que gasta demasiado y de mala forma, y tendrá un considerable lastre para la economía", dijo Ana Carla Abrão Costa, experta en riesgo financiero y política pública de Oliver Wyman.

El economista Marcos Lisboa, presidente de la escuela de negocios Insper, con sede en São Paulo, va más allá. "Pese a breves ráfagas de progreso, la productividad de Brasil ha estado estancada durante los últimos 40 años", dijo Lisboa.

La "productividad" suena abstracta, pero las cargas de su estancamiento son demasiado tangibles, especialmente para Brasil, con 13 millones de desempleados y que lucha por recuperarse de la peor recesión de su historia.

Tomemos como ejemplo el Toyota Corolla, un automóvil mediano que se vende en Canadá por alrededor de US$12.500 y en Brasil por unos US$22.000. Mientras que un obrero canadiense necesita destinar 650 horas para comprar un Corolla, un brasileño que gana un tercio de ese salario debe trabajar cinco veces más (3.500 horas) para pagar el 76 por ciento más por el mismo automóvil, según el Banco Mundial.

Las reformas incompletas y las políticas equivocadas no han ayudado. Aunque Brasil ha logrado una escolarización casi universal, la mala calidad de la educación –reflejada en el bajo desempeño del país en las pruebas académicas internacionales– se traduce en trabajadores mal preparados para el competitivo entorno laboral.

Del mismo modo, una decreciente inflación, créditos más baratos y la mayor estabilidad del mercado no han revertido la falta crónica de financiamiento en infraestructura: Brasil invierte un 17 por ciento del PIB en carreteras, edificios, máquinas y puentes, menos que India (30 por ciento), Perú (26 por ciento), Colombia (25 por ciento) y México (21 por ciento). No es de extrañar que Brasil ocupara el poco inspirador lugar 80 en el índice de competitividad de 137 países del Foro Económico Mundial.

Como en muchas economías emergentes, el gran sector empresarial informal de Brasil –donde la tecnología es rudimentaria y el capital, escaso– es un lastre para el crecimiento y la productividad.

En tiempos de crisis, las empresas brasileñas prefieren contratar más manos que invertir en mejorar las habilidades de la fuerza de trabajo actual. Las bonificaciones solo duran mientras el mercado avance, y cuando llega la siguiente crisis, las empresas inevitablemente recortan empleos e inversiones; una receta para el "desastre", según Accenture.

La extraordinaria judicialización de Brasil es otra barrera. Con casi tantos abogados por habitante como Estados Unidos, el sistema legal brasileño es aún más complicado, especialmente en los hiperactivos tribunales laborales. Algunas empresas transnacionales enfrentan solo en Brasil tantos reclamos de empleados como en todo el resto del mundo, según Lisboa. El número de casos ha disminuido notablemente desde la nueva versión que se hizo el año pasado del antiguo código laboral de la década de 1940, pero esa es solo una señal de la revisión de política que todavía se requiere.

Luego está la selva de la burocracia, que castiga incluso a los brasileños más emprendedores. Lleva 84 días iniciar un negocio en Brasil, en comparación con los 29 días que se necesitan en India y los 32 de China. La carga tributaria de Brasil para las empresas es del 35 por ciento del producto interno bruto. Compare eso con el 20 por ciento en Chile y el 11 por ciento en México.

Cifras tan deprimentes parecieran ser el recurso más fácil para los políticos brasileños que buscan una ventaja para las elecciones de octubre donde se elegirán a un presidente, 27 gobernadores y se renovará el Congreso nacional. Accenture estima que aprovechar la tecnología basada en la web podría agregar US$40.000 millones a la economía para 2030. Y si Brasil fuera solo un poco más favorable a los negocios –elevando su competitividad solo seis puntos a los niveles de los mercados emergentes– el país podría agregar US$147.000 millones a la economía y un 4,7 por ciento a la producción de los trabajadores, según Oliver Wyman.

Resulta alentador que muchos candidatos presidenciales cuenten con grandes economistas entre sus asesores, incluidos tres que ayudaron a implementar el crucial plan de estabilización económica de Brasil, el Plan Real, que ayudó a controlar la hiperinflación. Incluso el candidato populista de derecha Jair Bolsonaro, quien apoyó la tortura y elogia a Donald Trump, sigue los consejos de un fiscal conservador ortodoxo que estudió en la Universidad de Chicago, Paulo Guedes.

Curiosamente, hasta ahora el abarrotado círculo de candidatos ha permanecido en silencio o ha sido evasivo con respecto a las impopulares reformas estructurales necesarias para hacer que Brasil sea más competitivo. Una razón puede ser que muchas de las reformas cruciales para revitalizar la economía son políticamente tóxicas. Reducir los subsidios a las empresas y disminuir los aranceles comerciales son una amenaza para las compañías nacionales, mientras que la privatización de las empresas estatales que registran pérdidas irrita a los grandes sindicatos del sector público. Y la mayoría de los candidatos evitan hacer enfadar a empleados de élite de la administración pública que son reacios a renunciar a las ventajas de un sistema de seguridad social derrochador que les permite jubilarse con poco más de 50 años con el salario completo.

"Brasil hasta ahora ha elegido cerrar su economía, proteger compañías ineficientes e invertir en salarios del sector público en lugar de mejorar la educación", dijo Lisboa. "Este es el viejo Brasil, y aún tiene influencia política".

Habrá que ver si los votantes optarán por reformadores listos para aprovechar el potencial de Brasil, o simplemente otra escuela de cangrejos.

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.