Se define como un científico “industria argentina”, no sólo porque fue formado en la UBA sino porque, además, está comprometido con el país y decidió hacer investigación donde están sus raíces. Alberto Kornblihtt es biólogo, profesor titular de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA e investigador del Conicet. La enseñanza de la ciencia es una de sus pasiones, como bien se advierte desde las primeras páginas de su libro más reciente, La humanidad del genoma, de la editorial Siglo XXI. En él, Kornblihtt enseña los secretos de la biología y reflexiona sobre el rol de los genes en la determinación de la identidad: “El hombre es una especie animal, pero que tiene la capacidad de subvertir el instinto, de subvertir totalmente el mandato genético”.
—En 2000 el anuncio del mapa del genoma humano abrió la esperanza para la cura de enfermedades. Pero 13 años después aún no vemos estos beneficios. ¿Qué paso?
—Muchos científicos predijimos que era un avance muy importante, pero no un antes y un después respecto de la cura de las enfermedades. Muchas de las terapias que hoy existen en el cáncer están basadas en el conocimiento de la secuencia de los genes y en los estudios genómicos. Pero hay otras que son tan tradicionales como la cirugía, que llevan miles de años. Cuando hay avances científicos, muchas veces se quiere demostrar que es un descubrimiento o un aporte que va a cambiar absolutamente la vida cotidiana de los humanos, y la verdad es que no es así. Son aportes importantes y cada vez más útiles con el tiempo que permiten a otros científicos poder investigar más.
—Pero también el anuncio generó una “genomanía” con el descubrimiento del gen de la obesidad, de la felicidad, de la juventud...
—En el libro hablo del verdadero poder de los genes, tratando de desmitificar la idea de que todas las enfermedades o todas las características humanas tienen un origen genético. En muchos casos, aun cuando tienen un componente genético, conocerlo, saber cuál es la predisposición, no cambia mucho de lo que el médico puede hacer. Hay una tendencia a hipervalorar el papel de los genes e hipovalorar el papel del ambiente, de la cultura y de la sociedad.
—En el caso de la inteligencia, ¿cuánto hay de herencia y cuanto de adquirido?
—No se puede calcular. Primero, no hay un solo tipo de inteligencia sino varios. Pero aunque nos pusiéramos de acuerdo al analizar un tipo particular de inteligencia, la capacidad de resolver problemas no planteados previamente no es exclusiva del ser humano. Hay otras especies de animales que también tienen esos comportamientos, pero menos desarrollados. Sin duda debe haber algún componente genético que contribuye a la inteligencia de un individuo, pero con ese componente genético no basta si no hay buenas condiciones ambientales, estímulos tempranos y hasta algunas cosas que desconocemos.
—¿Hasta dónde puede avanzar la ingeniería genética?
—Avanzará mucho en el mejoramiento de plantas con fines productivos y para la salud humana. Van a avanzar el diagnóstico y la cura de enfermedades. No creo que sea conveniente desde el punto de vista ético y social que avance en la modificación del genoma humano de manera heredable, o sea, una terapia génica en el huevo, en el cigoto. Hay algunos científicos que ven con agrado el mejoramiento de la especie humana desde el punto de vista genético, no desde el punto de vista de las condiciones de vida. No es una idea que me caiga simpática. Podría dar lugar a la eugenesia o a la discriminación genética.
—¿La medicina del futuro será personalizada?
—Creo que es una tendencia promovida por los grandes emporios farmaceúticos. Pienso que el conocimiento de las variables genéticas de los individuos puede llevar a determinar si una persona va a ser más sensible o resistente al tratamiento con una droga, pero hay datos poblacionales que indican que de existir esa predisposición o resistencia, no parece que esté encasillada en grupos étnicos. Parece ser algo absolutamente individual. A mí no me entusiasma el tema de apostar a la medicina personalizada. Es una expectativa mucho más osada y menos realista que la de curar el cáncer cuando se descifró el genoma humano.
Tributar para la ciencia
Acerca de la ciencia argentina, Kornblihtt remarcó la intención de parte de las autoridades de que los científicos puedan hacer transferencia de tecnología al sector productivo. “Hay mucho estímulo para eso. Pero no se descuida tampoco la ciencia básica porque se sabe que nuestro país tiene una ventaja: una buena escuela en biología, medicina y física. Lo que a mí me preocupa es que el sector productivo privado no se ve muy interesado en recurrir a los conocimientos científicos y tecnológicos para innovar su producción, no invierte en eso”, sostuvo. “Creo que ahí hay un desafío. Siempre pongo el ejemplo de las grandes industrias farmacéuticas multinacionales que tienen sus sucursales en la Argentina pero que no hacen aquí investigación básica. Y eso es una cosa que el Estado debería regular. Debería obligar a las empresas multinacionales que venden fármacos en la Argentina a tener sus laboratorios de investigación o, si no lo tienen, a pagar un impuesto para fomentar la ciencia”.