PROTESTA DEL CAMPO. Uno de los trescientos cortes de rutas que se suceden sin parar desde hace cuatro días. Por primera vez el Gobierno unió a todos los productores. |
Hace diez años, Samuel Huntington escribió Choque de civilizaciones e hizo famosa la tesis: los principales conflictos son culturales. Sus escenarios eran otros: occidente-oriente, islamismo-cristianismo, pero sus conclusiones son perfectamente aplicables a lo que está sucediendo entre el campo y el Gobierno. El célebre profesor de Havard escribió que las zonas de fractura se dan entre “culturas activas con memoria, capaces de establecer una voluntad política común. Tal voluntad se asienta justo sobre lo que les es común; por lo general, una visión religiosa de sí mismas y del mundo”.
Sería un error creer que el conflicto entre el campo y el Gobierno tiene sólo raíces económicas detonadas por el último aumento de las retenciones. Una religión se apoya en una suma de creencias. El Gobierno las tiene, y el campo también. Es probable que el presidente de la Sociedad Rural, Luciano Miguens, esté principalmente preocupado por las retenciones. Finalmente, es lo que culturalmente podría definirse como un hombre de ciudad cuyos intereses están en el campo. Pero los cientos de miles de productores que pararon el país no sólo tienen sus intereses en el campo: viven en el campo. Esa es la diferencia entre tener y ser, de la que hablaba Sartre.
En la ciudad, nos cuesta imaginar la vida de campo. Un demostración es que tratamos de explicarla desde su actividad económica. Pero no es sólo una actividad, sino una integral, compleja y diferente forma de vida, valores y rutinas que se impregna en el ser humano hasta sus huesos.
Un simple ejemplo, remarcar el uso de las camionetas 4x4 como señal de la abundancia de que goza el campo, no es más que una miope visión de quien no está familiarizado con esa actividad y proyecta las camionetas como el símbolo de estatus que ellas sí simbolizan en la ciudad, donde no son una herramienta de trabajo. Quién se dedica al campo, si no se desplaza a caballo perdiendo hasta la mitad de sus horas de trabajo –dependiendo de su tarea– para moverse en el interior de una producción agrícola, necesita una camioneta como herramienta laboral. La gente de campo llama herramientas a todo lo que se mueve a motor: tractores, cosechadoras y camionetas.
El Gobierno y sus simpatizantes, al utilizar en su artillería oral frases como “oligarquía vacuna”, “reyes de la soja”, “terratenientes”, “burguesía del interior”, “piqueteros de 4x4”, ofendió a centenas de miles de personas que trabajan en el campo. Confundió, por error o a sabiendas, al 90% de los productores con Elsztain (400 mil hectáreas de Cresud), Soros (200 mil de Adecoagro), o Whertein, Bemberg o Fortabat, los muy pocos que tienen más de cien mil hectáreas en zonas intensivamente agrícolo ganaderas, o Grobo, que arrienda una cantidad similar.
El jueves y el viernes recorrí distintas zonas rurales de la provincia de Buenos Aires. Desde las más ricas no tan lejos de la Capital Federal, hasta la menos pujantes casi en la frontera con La Pampa. En todos lados escuché reacciones similares: “Nos echan la culpa de todo”. “Nos toman por tontos”. “Se ríen de nosotros”. “Esta una cuestión de honor y dignidad”. “Se creen que porque somos paisanos nos van a pisotear”.
Una de las personas con las que hablé, me dijo: “Cuando se nos aparece un hurón en la casa, a ese animalito poco inteligente, pero muy juguetón, que algunos hasta tienen de mascota, uno le da un pisotón y sale corriendo; pero si se lo pisa varias veces y se lo acorrala, muerde con fuerza”.
La discusión es federal, no “clasial”, como cree o quiere creer el Gobierno. “¿Por qué las provincias petroleras cobran regalías, y de las nuestras la administración nacional se lleva todas las ganancias sin dejar nada a nuestro municipios y gobiernos para hacer las obras que nosotros podemos decidir?” Con leves diferencias, las retenciones absorben de los municipios diez veces más que el presupuesto de esas municipalidades. En Santa Fe, Binner viene planteando algo similar a nivel provincial. “¿Por qué si nuestras zonas generan tanta riqueza tenemos que mandar a nuestros hijos a la universidades o a nuestros padres cuando se enferman a la Capital?” La indignación se potencia porque además, en su mayoría, votaron por este Gobierno en octubre.
Una frase retumba en mi memoria: “Defendemos nuestro estilo de vida. Queremos seguir en el campo, y no que nuestros jóvenes se vayan a la ciudad, porque aquí hay futuro”. Defensa del propio “estilo de vida” es lo mismo que reclaman a Occidente distintas periferias mundiales.