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TASAS CHINAS

Continuidad y cambio

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Un amigo venezolano que participó en la campaña presidencial de Henrique Capriles me cuenta que, en su primer viaje a Caracas, Stan Greenberg, asesor del partido demócrata estadounidense, estuvo horas reunido con los equipos del candidato familiarizándose con la realidad bolivariana (inflación, desabastecimiento, corrupción, restricciones de las libertades públicas y privadas, protestas, distribución y cobertura del gasto social) y, cuando por fin se dio por satisfecho, concluyó que el votante medio venezolano no deseaba un cambio, sino continuidad.
Me cuenta mi amigo (que, dicho sea de paso, coincide) que Stan Greenberg –como antes Joseph Napolitan, el primer political consultant, y muchos otros– sostiene que, con matices, el eje de una elección presidencial es continuidad o cambio, y que la clave de una buena elección es anticipar la ubicación del votante medio en este eje y representarlo mejor que el adversario.

En un contexto de protestas masivas y conflictos generalizados, que el votante venezolano busque continuidad es en apariencia contraintuitivo. El cambio, después de todo, tiene buena prensa. Además, sería lógico argumentar que, después de años de chavismo en el poder, la mayoría de la población (y en particular el electorado de la oposición) demanda un cambio de actores y modos. Pero, así como los deseos del ciudadano no siempre son los mismos que los del votante, no es lo mismo un cambio de actores que “el” cambio. El primero apenas modifica el continente; el segundo, el contenido: las políticas, la realidad del votante, su vida misma. El cambio implica incertidumbre y riesgo personal, y el votante promedio suele preferir riesgos más controlados.
Entonces ¿nunca votamos el cambio? Con la salvedad de que la respuesta a este tipo de preguntas siempre adolece de serios problemas de medición, podría decirse que el cambio se vuelve popular con las guerras y las crisis, como reacción o fuga. Por ejemplo, el costo de un default soberano sobre la actividad económica es difícil de identificar; el costo político es en cambio mucho más palpable: casi ningún gobierno (o partido de gobierno) sobrevive una crisis de deuda. Pero en la medida en que la crisis se mantenga contenida, el votante preferirá no mover el barco; revisar lo malo pero, sobre todo, preservar lo bueno. El cambio dentro de la continuidad.

El dilema entre continuidad y cambio se traslada a la Argentina, donde la confrontación antagónica se está disipando rápidamente, y lo seguirá haciendo (tal vez siguiendo el consejo del consultor político) a medida que nos acerquemos a las elecciones, insinuando una contienda centrada en el espacio de la continuidad. Es posible que Menem en la hiperinflación haya sido el último voto argentino por el cambio. La elección de Kirchner fue de continuidad: a principios de 2003, con la crisis contenida y frente a la mitad del gabinete duhaldista y a una plataforma que ligaba con los 14 puntos que los gobernadores consensuaron con Duhalde en 2002, la dolarización menemista representaba el cambio. ¿Y qué decir de las reelecciones, esa parábola del viejo dicho del malo conocido?
Esta preferencia natural por la continuidad crea un dilema político en países como la Argentina, que aún no le encuentran la vuelta al desarrollo y necesitan un cambio. Un cambio de enfoque que, en una sociedad democrática en la que la política refleja los consensos del electorado, requiere un cambio de consensos en la población, menos epidérmicos que los que suelen figurar en el debate electoral (por ejemplo, reconocer que consumimos por encima de nuestras posibilidades o entender y valorizar la decisión intertemporal del ahorro). Requiere un esfuerzo de los dirigentes para comunicar que las premisas sobre las que se construyó un relato más exitoso en lo político que en lo socioeconómico no eran del todo correctas, o al menos no lo son ahora.
Como todo lo que empieza desde abajo, el nuevo ciclo será exitoso en un comienzo. Pero la clave de su éxito final dependerá de la capacidad de la política de traer el cambio en el paquete de la continuidad.

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*Economista y escritor.