COLUMNISTAS

Dos híper, ¿dos defaults?

Pablo López, secretario de Finanzas, ayer en Nueva York.
| AFP

Quizás el jueves 31 todo se arregle y la inflexibilidad de Griesa, el Gobierno y los holdouts, o de alguno de ellos, haya sido sólo una forma de negociar. En cualquiera de esos casos, quien más tenía para perder es la Argentina, lo que demuestra un carácter nacional temerario del que en alguna medida todos somos parte. No debe ser casual que el país que enfrentó dos hiperinflaciones pueda ser el mismo que corra el riesgo de enfrentar dos defaults.

Así como los especialistas en negociación explican que cuanto más lejos parecen las posiciones más cerca podrían estar las partes de llegar a un acuerdo, porque una de las dos descubriría que ya no le queda más alternativa que hacer una concesión, de la misma forma los especialistas en riesgo crediticio enseñan que siempre es más importante el carácter del deudor que su situación patrimonial. O sea que no importa que la persona sea rica y tenga suficiente solvencia para pagar si, a la vez, tiene un estilo agresivo, porque es probable que no lo asuste la litigiosidad y no pague, aunque pueda hacerlo. Cuando el Citibank era el mayor banco del mundo y Frank Sinatra todavía vivía, lo usaban como ejemplo de alguien a quien no había que prestarle, aunque fuera muy próspero, por su carácter pendenciero y transgresor.

Que haya ex ministros de Economía sosteniendo que si se cayera en default la economía real actual no se afectaría es una señal con múltiples significados. Por un lado, que ya estamos sufriendo una recesión económica lo suficientemente severa como para que el riesgo de default y de default “técnico” haga una gran diferencia. Pero también indica el alto umbral de tolerancia a la angustia forjado a lo largo de muchas crisis terminales, y algún grado de confortabilidad frente a los tifones, porque en el fondo es nuestro estado más normal y en el que hemos sobrevivido durante décadas.

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El método de medir el riesgo crediticio de un deudor por su carácter y no por su solvencia patrimonial también se aplica a la valuación del patrimonio entre compradores y vendedores particulares. Las acciones de las empresas o las propiedades en Argentina están muy por debajo del valor que tendrían si sólo se midieran teniendo en cuenta las enormes riquezas reales de nuestro país.

Que Petrobras haya anunciado el jueves que nuevamente quiere vender activos que le quedan en Argentina confirma que son infundados los pronósticos sobre que la cercanía de que el kirchnerismo deje el poder generaría una ola de inversiones, atraídas por las ganancias que produciría el inmediato aumento de valor de esos activos ante las expectativas de un nuevo gobierno.

El valor de los campos y de las propiedades urbanas, y más aún el de las empresas, está en un piso histórico porque los actores económicos calculan que habrá un año y medio de recesión hasta que Cristina Kirchner deje el poder, y luego otro año y medio para que el nuevo gobierno corrija las principales distorsiones heredadas. Porque una inflación del 40% (si aun no fuera peor en diciembre de 2015, como prevén muchos) no se baja a menos del 10% de un día para el otro, y mucho menos sin que haya grandes costos que pagar.

Groseramente: si una empresa vale en países medianos como el nuestro seis veces sus ganancias, en la Argentina actual vale sólo tres veces porque se supone que primero habrá que soportar cruzar un desierto de tres años de pérdidas.

No hay que confundir los bonos de deuda que pueden subir, como lo han hecho hace poco, con el valor de bienes tangibles. La especulación financiera con bonos nada tiene que ver con las inversiones productivas.

Pero esto no es lo que expresan los principales candidatos a presidente en 2015. Todos ellos, en mayor o en menor medida, pronostican una rápida recuperación y una masiva llegada de inversiones a partir del cambio de gobierno. Obviamente que mejorará mucho el flujo de inversiones, pero no lo suficiente como para anestesiar el impacto inicial que generará el ajuste que inevitablemente tendrá que producir aquel a quien le toque conducir el gobierno.

Creer que por arte de magia todo mejorará porque “cualquiera que venga será mejor que los K” (como se escucha decir recurrentemente en determinados sectores) es igual a haber apostado a que el problema del 8% de los acreedores que no habían entrado a la reestructuración de deuda  se arreglaría sólo con el paso del tiempo. Pensamientos mágicos que también explican que hayamos caído en dos hiperinflaciones y podamos caer en dos defaults.

Los candidatos no se atreven a explicar que habrá que reducir los subsidios porque tenemos 4,5% de déficit fiscal con la mayor presión tributaria de la historia, sin margen para subir impuestos y recaudar más. O que los aumentos de salarios durante los últimos años por arriba de la inflación y de la productividad dejaron a las empresas sin competitividad, y que la caída del salario real de 2014 no se revertirá porque entren dólares de inversiones. Las inversiones lograrían que la pérdida del salario real no sea aún mayor en el futuro y recién a mediano plazo aumentarían los salarios sustentablemente. Si los candidatos lo explicaran, no los votarían.

Más allá del default, hay un problema  en la estructura económica argentina que no es de índole financiera. El  problema financiero (eventual default, carencia de dólares para importar) es la consecuencia y no la causa del problema. Quizás también esto explique el silencio de la oposición durante estas semanas de discusión con los holdouts: por un lado, nadie quiere quedar defendiendo a los fondos buitre, pero por el otro no hay nada muy agradable que decirle a la opinión pública, y en estos casos el silencio termina siendo terapéutico para su propia salud electoral.
Con un Macri subiendo en las encuestas y un potencial triple empate, ningún candidato quiere tomar riesgo.