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Encubrimiento

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Ya casi nadie la escuchaba. La platea casi vacía bostezaba cuando promediaba su discurso. Antepenúltima de la tarde, la presidenta de la Argentina se diferenciaría. Pese a que el protocolo estipula 15 minutos por país (tienen derecho a hablar los 193 integrantes de las Naciones Unidas), ella habló 50, entre Joyce Hilda Mtila Banda, de Malawi, y Yoweri Kaguta Museveni, de Uganda. Todo estéril e inservible, pero carísimo. Cristina fue y volvió de Nueva York para estampar su figura una vez más en el somnífero torneo anual de vanidad oratoria mundial de las asambleas generales de la ONU.


En sus 96 horas en Nueva York, visitó a Dilma Rousseff, recibió a Eduardo Eurnekian y al banquero y hombre de negocios colombiano Luis Moreno, apenas módicos pasos de una magra agenda. Permaneció encerrada casi todo el tiempo en su suite del Mandarin Hotel, junto al Central Park. Nada cambió mucho desde fines de los 70. Ya entonces, las radios de Buenos Aires me llamaban para preguntarme qué decían de “nosotros”, o qué “repercusiones” había tenido la visita de algún jerarca argentino. Desde la ventana de mi departamento sobre la calle 43, frente a las Naciones Unidas, yo reiteraba una y otra vez: “¿La verdad? No dicen nada”. Hace décadas que los figurones del mundo se congregan en el sensual septiembre neoyorquino para fingir política internacional y poner en escena simulacros de estrategias planetarias, espectáculo deprimente que suscita juvenil fervor, como desfilar por los costosos saraos del G20, convencida Cristina de ser una de las veinte líderes del mundo.

Estos ejercicios de vanidad serían sólo nuevos capítulos de una proverbial frivolidad, si no fuera porque en este caso se aderezaron con un episodio tétrico. Siete meses después de arrodillarse ante el entonces gobierno de Majmud Ahmadinejad, Cristina le imploró a Teherán que responda a la rendición argentina. El pacto con Irán, que Héctor Timerman le vendió a su jefa como desenlace mágico y feliz de una odisea de veinte años, ha sido hasta hoy una penosa derrota.

La matanza de la AMIA en 1994, con sus 85 asesinatos impunes, sigue siendo un agujero negro, agravado por el cinismo y la chapucería del actual gobierno. Tramado en enero de 2011, cuando Timerman lo abrochó clandestinamente en Alepo al aceptar la mediación del régimen sirio con sus patrones iraníes, la Argentina convirtió al pacto en tratado internacional en febrero de 2013. Cuando el pacto fue revelado aquí (26 de marzo de 2011: http://www.pepeeliaschev.com/exclusivo-web/argentina-negocia-con-iran-dejar-de-lado-la-invest-15140 y 23 de julio de 2011: http://www.pepeeliaschev.com/exclusivo-web/las-condiciones-que-pone-iran-para-dialogar-15155), el Gobierno me estigmatizó (seudoperiodista, agente del Mossad, títere de los servicios iraníes fueron algunas de las lindezas con que me agasajaron). Pero lo expuesto aquí era y es la pura verdad. La Argentina había resuelto dar vuelta la página, seducida por una supuesta apertura al diálogo de la teocracia iraní, renunciando de hecho a la prueba acumulada, creando una comisión “de la verdad” ilegal, que convalidaba la genuflexión argentina. Ahora sería la “verdad”, antes había sido la “mentira”.

Anticonstitucional, este pacto con Irán debe abortar. Los iraníes, magistrales en el ajedrez y abroquelados en tres milenios de sagacidad diplomática persa, trataron de ganar tiempo con los pintorescos argentinos, pero sólo para sacarse de encima las molestas cédulas rojas de Interpol que agravian a un puñado de sus jerarcas. Eso no pasó. Dolida, Cristina dijo tener límites y no querer ser tomada por tonta. Tras su desasosegado reclamo, a la noche de este jueves 26 hubo otro simulacro. Afanoso como siempre, Timerman pudo finalmente exhibir en Nueva York un “logro”. Lo había convocado su par iraní, Jauad Zarif, para que este sábado conversen sobre la marcha del pacto. Es poco probable que ocurra algo sustancial.

En su angustioso pedido en Nueva York, Cristina borró con su boca lo firmado con la mano. El “memorándum” con Irán estipulaba que, tras la aprobación de ambas partes, una comisión “de la verdad” (sic) revisaría toda la prueba acumulada (unos 400 mil folios y centenares de horas de grabaciones), la que debería ser traducida antes al inglés. Pero si no se cumplen las leyes argentinas, todo el proceso es inválido. Como el Código Procesal Penal argentino prohíbe indagatorias hechas en presencia de los querellantes (sólo pueden estar el juez, el fiscal de la causa y el defensor de los indagados, que debe conocer perfectamente la ley argentina), tampoco podría participar la comisión “de la verdad”. Un disparate. ¿Cuándo podría un juez argentino indagar a los iraníes a este ritmo? En no menos de cinco años, con suerte. Además, ¿qué “diálogo” tenía la Argentina con Irán para que Cristina haya debido reclamarle novedades en público a Teherán?

¿Para qué ha servido todo esto y para qué se desgració la Argentina tan estúpidamente? Hipótesis aceptable: en ciertas fracciones oficiales la expectativa de negocios gobierno a gobierno con Irán hace salivar las glándulas del apetito. Además, un poco de simpatía ideológica, ¿por qué no? Setentistas irredentos, piensan al mundo en clave de esos años, con empatía reblandecida por regímenes y retóricas que irriten a Occidente. Por eso la camaradería con Assad, Kadafi, Correa y Chávez, y la pertinaz voluntad de aligerarle la mochila a la teocracia iraní. Todo este ruido amenaza con convertirse, al final del día, en mero encubrimiento.

 

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