COLUMNISTAS

Hacer pensar

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Vengo leyendo a José Emilio Burucúa desde Sabios y Marmitones. Una aproximación al problema de la modernidad clásica (editorial Lugar, 1993). Desde entonces creo que leí todos sus libros, con una parada recurrente en, tal vez, su libro clave, Corderos y elefantes. La sacralidad y la risa en la modernidad clásica –siglos XV a VIII–, en la que se encuentra esta hermosa frase: “Francesco Berni afirmaba del Miguel Angel poeta en pleno siglo XVI, dirigiéndose a otros poetas: ‘él dice cosas, y vosotros decís palabras’” (de mi lado, lector diletante y amateur, que funciona bajo el método de la asociación libre, la sentencia me recuerda a Francis Ponge). En la herencia de Aby Warbug –sobre quien escribió un bello libro–, pienso también a Burucúa en el cruce de lecturas con Frances A. Yates, en especial con El arte de la memoria, por su capacidad para establecer series tan eruditas como arbitrarias, tan cargadas de sentido histórico y cultural, como de una maravillosa dimensión lúdica. A lo largo de sus libros, Burucúa indaga en la modernidad clásica con una pasmosas naturalidad cosmopolita, un conocimiento específico asombroso y una rareza para la escena cultura argentina que lo vuelve un ensayista único. He leído otras intervenciones de Burucúa sobre temas de coyuntura nacional o internacional, sobre arte argentino contemporáneo, sobre un horizonte de actualidad en los que, siempre agudo e interesante, no logra sin embargo esa profundidad que alcanza en sus grandes libros sobre la modernidad europea. A medida que se acerca al presente argentino se vuelve algo más convencional, adjetivo ausente por completo en sus grandes textos de historia cultural y estética.

A esta extraordinaria bibliografía, debemos agregar ahora su más reciente opus, en colaboración con Nicolás Kwiatkowski: “Cómo sucedieron estas cosas”. Representar masacres y genocidios, publicado por Katz Editores. El texto analiza y recorre aquello que el subtítulo promete, desde una Introducción que funciona a modo de repaso exhaustivo de la más destacada producción intelectual sobre el tema, hasta un imprescindible Apéndice II dedicado a las “representaciones musicales de las masacres en el siglo XX” (que contiene lamentablemente una última página de más: el salto a Víctor Heredia y otros por el estilo, se me hizo innecesario, por apresurado y superfluo). Entre medio, hay uno de los mejores textos jamás escritos sobre la noción y los efectos del Doppelgänger en la cultura moderna, y para volver sobre ese segundo anexo, una finísima lectura de Il canto sospeso, de Luigi Nono, obra 1955, en la que compila cartas de resistentes al nazismo sobre un fondo de composición serial. Nono es uno de los grandes compositores del siglo XX. Vanguardista, militante de izquierda, llegó a montar conciertos de música clásica contemporánea para obreros a la salida de la fábrica. Hay en ese gesto –que la lectura de Il canto sospeso de Burucúa y Kwiatkowski actualiza– algo que me sigue pareciendo crucial: la posibilidad de pensar un arte de vanguardia que vaya al encuentro de un Otro, sin caer en ningún populismo, sin perder un ápice de rigor compositivo, sin pensar demagógicamente en el pueblo, sin renunciar a la erudición. En esas cosas me hizo pensar el libro de Kwiatkowski y Burucúa, uno de los pocos ensayistas argentinos que me hacen pensar.