COLUMNISTAS

La realidad turca

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Para que el lector tenga una imagen global de las circunstancias que rodearon la aparición de Jóvenes turcos, es necesario hacer una breve reseña de los acontecimientos más importantes de la realidad interna del Imperio Otomano y la política europea en la última década del siglo XIX. (...)

A fines de la década del 80 del siglo XIX, las represiones antiarmenias ya se encontraban sobre bases muy firmes. El espionaje, las persecuciones, las detenciones y otras medidas policíaco-militares constituían la principal ocupación de la Sublime Puerta. El Sultán Abdul Hamid II, seriamente preocupado por la labor y los llamamientos antiturcos y contrarios al mismo, de los patriotas armenios agrupados en torno a los periódicos Armenia, Haiastán y Henchak, recurre a los medios del Estado por él encabezado, para ahogar las luchas por la liberación que desarrollaban los armenios. El problema de Armenia era considerado por el autócrata como condición esencial para la existencia del Imperio Otomano. Y no estaba dispuesta a aplicar ni el ejemplo de Bulgaria, ni conceder a los armenios una autonomía similar a la de los maronitas del Líbano.

El, vástago consanguíneo de los otomanos, consideraba mucho más conveniente cortar el cuello de los armenios, antes de dejarse llevar por elementales criterios de raciocinio humano. Considerando los naturales anhelos de los armenios occidentales como “rebeliones instigadas desde afuera”,atizaba el fanatismo de los mahometanos contra los “guiavur” (cristianos).
La tradicional barbarie antiarmenia de las altas esferas feudales kurdas, con su secuela de bandidismo y saqueo en las provincias de Van y Karin, fue puesta bajo protección del Estado, cuando a comienzos de la década del 90, se formaron los regimientos Hamidié. A partir de ese momento, el “exterminio de los armenios” se convirtió en la única y evidente política interior de Estado turco.

El autor inglés Walter Harris, en una nota publicada en 1895 acerca del problema armenio, expresaba su convencimiento de que las devastadoras correrías de los regimientos Hamidié eran la base de los propósitos de la política de la Gran Puerta y habría de obligar a los armenios a alejarse de su tierra natal. Los funcionarios europeos incluso confiesan que después del Congreso de Berlín, la situación de los armenios no sólo no mejoró, sino que empeoró sensiblemente. En el complemento Los veinte años de la cuestión armenia, escrito en 1896 para el libro Transcaucasia y Ararat, J. Bryce señalaba ese aspecto del problema. “Para los cristianos armenios esos veinte años estuvieron mucho más llenos de padecimientos –escribe–, que los padecidos por sus antepasados en los ocho siglos posteriores a las primeras invasiones turcas. Aquéllos fueron años de miseria, masacre, martirio, desesperanza y agonía”. Continuando su idea, Bryce señalaba las consecuencias negativas de la intervención de las potencias, particularmente Gran Bretaña. La situación de los armenios no mejoró tal como se esperaba, sino que fue mucho peor, propiciando la eliminación de densos sectores del pueblo armenio.

Según la revista El Espectador, les temían a los armenios, a su inteligencia, a su intrepidez y a sus inquebrantables anhelos nacionales, como también a su proximidad con la frontera rusa, ya que al otro lado de ella, bajo la administración rusa, vivían un millón de armenios. Ya en 1891, la revista alertaba ante el hecho de que la Gran Puerta se preparaba para someter a un terror masivo a la población armenia del Imperio Otomano, con el propósito de desterrar a los armenios y obligarlos a emigrar a Rusia.
Una fundamentada crítica de los condenables métodos de gobierno y la salvaje conducta de Abdul Hamid II, la dio en Transcaucasia y Ararat, J. Bryce. El capítulo XVI de su libro, dedicado a la vida y obra de Abdul Hamid se refiere totalmente al esclarecimiento de esos problemas. El diario alemán Allgemeine Munich Zeitung abrió ampliamente sus páginas a todos los artículos escritos a favor de los turcos. (...)

“Marte”, corresponsal de Nor Tar en Constantinopla, intervino con un artículo de respuesta. (...) El mayor Osman Bey se apresuró con un golpe de pluma a borrar a Armenia del ajedrez político. El no comprendía sobre qué estaba fundado el problema armenio. El autor de la nota observaba que el curso antiarmenio de las autoridades turcas se basaba en motivos tanto políticos como económicos: “El armenio posee cualidades progresistas, cultas, es diligente, trabajador, es valiente con inteligencia,  la mente y el espíritu. El armenio pudo, aún en las más duras y amargas condiciones, asimilar la civilización europea, mantener su iglesia, su idioma y su religión; creó y desarrolló el comercio de nuestro país, hizo florecer nuestra literatura, favoreció el programa de nuestras artes gráficas, el armenio pudo también  salvarnos en varias oportunidades de una decadencia total...

Por lo tanto, si mejoramos su situación, si dejamos en sus manos sus riquezas, si le damos posibilidades de desarrollarse, progresar, un día vendrá con todo derecho a sentarse sobre nosotros y reclamará: por cuanto ustedes son incapaces en la educación general de la sociedad, no tienen en consecuencia, derecho a dominarnos y gobernarnos. Por lo tanto nosotros os dominaremos y gobernaremos. Y la Europa contaminada por la peste de la educación, no sólo concederá el derecho al armenio, sino que también le dará fuerza, le apoyará en la tarea de convertirse en nuestro amo.”
Poco antes de las masacres, el 5 de abril de 1895, el Sultán le comentaba al embajador inglés Philip Kerry que “los armenios eran ricos y los turcos, pobres”. Esta misma falsedad repiten los autores turcos contemporáneos sin analizar estadística alguna con criterio simple y caprichoso.

*Historiador. Fragmento del libro Jóvenes turcos, Editorial Ciccus.