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Temblores de guerra

En Medio Oriente se encuentra hoy el punto de ignición del destino humano. El rumbo que vaya tomando este conflicto permitirá atisbar las posibilidades de la paz o de una nueva y terrorífica conflagración mundial.

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Resulta una paradoja y una ironía que al conmemorarse, entre análisis horrorizados y recuerdos piadosos, los cien años del inicio de la Primera Gran Guerra Mundial, el planeta entero se encuentre sacudido por los temblores de varias guerras o aprestos de guerra locales y regionales, en lo que comienza a parecer una deriva hacia otra conmoción bélica planetaria.

Consideradas una a una, las guerras de Medio Oriente, Ucrania, Irak, Siria, más los conflictos entre China y Japón, China y Vietnam y tantos otros nacionales o regionales, no parecen ser otra cosa que eso, cuestiones locales que en el peor de los casos sólo arrojan daños locales. Pero detrás de todos esos conflictos se mueven las fuerzas que hoy dominan un mundo devenido multipolar; un planeta en el que ha concluido la hegemonía de Estados Unidos y sus aliados europeos. Acabada la Guerra Fría, el dominio unipolar de Estados Unidos habrá durado poco más de una década. La reciente decisión de los Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) de dotarse de su propio mecanismo financiero y de reservas, una suerte de FMI alternativo, no es más que la última manifestación de la multipolaridad actual.

La economía estadounidense, que en 1945 suponía la mitad de la economía mundial, hoy apenas supera el 20%. En su actual fase de vertiginosa tecnificación, el capitalismo se concentra y destruye mercados, en la medida en que es cada vez más prescindente del trabajo humano. Amplía exponencialmente la oferta de bienes al mismo tiempo que tiende a destruir su demanda. Los mercados existentes o con posibilidades de crecer, aún en el corto plazo, son también ambicionados por las grandes economías emergentes y grupos transnacionales, sobre todo si además albergan recursos naturales.

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La disminución del peso de la economía estadounidense se expresa en la paulatina pérdida de sus mercados tradicionales, un proceso patente en la América Latina de los últimos años. A los reiterados fracasos de todas las “Iniciativas para las Américas” propuestas por Estados Unidos –desde al menos George Bush padre hasta aquí– siguieron la constitución de Unasur, de la Alianza Pacífico y el vuelo independiente de Brasil, entre otros procesos más o menos inconclusos como el Mercosur, o abortados, como el Banco del Sur, pero que culminan en algo mucho más serio: los Brics.

En este tiempo, las inversiones y el comercio ruso y chino dominan en Cuba y Venezuela y han hecho grandes progresos en otros países. Nicaragua ha cedido a una empresa china el proyecto de un nuevo canal transoceánico. La reciente gira regional de los presidentes de Rusia y China, Putin y Xi Jinping, corrobora y afirma la tendencia. México, cuyas exportaciones energéticas están amenazadas por una eventual autosuficiencia de Estados Unidos, acaba de abrir su producción petrolera y gasífera a la inversión privada. A corto o mediano plazo, México podría verse tentado a salirse o a atenuar su alianza estratégica con Estados Unidos, ya que tiene todas las fichas para formar parte de los Brics. (http://www.perfil.com/columnistas/Brics-1-Rusia- y http://www.perfil.com/columnistas/Brics-2-China-Todo-es-geografia-20140720-0015.html).

Este sustrato de crisis estructural y de feroz competencia global por mercados que se achican y se hacen raros, se expresa políticamente como polarización; por la aparición de ideologías “fuertes”, unanimistas; por pretendidas señales de pertenencia, en oposición al otro; al inmigrante o al vecino que compite, amenaza. El Tea Party en Estados Unidos, el crecimiento de la extrema derecha en Europa, la reaparición de diversas formas de populismo en América y Europa; los fundamentalismos religiosos; la regresión a “lo más puro de la tradición”, que en Oriente se expresa en lapidaciones y terrorismo y en Occidente en disputas económicas con métodos políticos mafiosos, deterioro democrático y “relato” nacionalista. Hay países, como la Italia de Berlusconi y la España y la Argentina actuales, de los que podría decirse que están gobernados por sus delincuentes. Israel, por su parte, es una democracia cuya estrategia colonialista es decidida por sus fundamentalistas religiosos.

La gran incógnita es cómo acabará reaccionando Estados Unidos, una potencia que ha perdido peso económico, pero ganado estatura militar. El gasto bélico de ese país supone la tercera parte del total mundial. “En 1999 era el triple del de China, ocho veces el de Rusia, cuarenta veces el de Irán y doscientas veces el de Irak”, según el historiador Neil Faulkner (De los neardentales a los neoliberales, Pasado & presente).

Las dificultades que enfrenta actualmente el presidente Obama para hacer frente a los diversos problemas, las presiones de la derecha republicana (que es mucho más que el Tea Party) y la polarización de la propia sociedad, hacen temer la victoria de una propuesta “fuerte” al gobierno de Estados Unidos en las próximas elecciones; de un llamado a recuperar posiciones por los medios que sean.

Todo es posible en esta dimensión; conocida en la medida en que, con las diferencias del caso, el marco de crisis económica y financiera capitalista y la evolución de la política mundial se asemejan en mucho a los años previos a cada una de las dos guerras mundiales del último siglo.

La chispa de un gran conflicto puede encenderse en cualquier parte, pero Medio Oriente se presenta como el test principal de una posible deriva hacia un enfrentamiento bélico de proporciones planetarias. Allí, de algún modo, el Occidente republicano, de la democracia y los derechos humanos, se juega sus cartas ante el Oriente milenario eslavo, árabe, persa o asiático.

Todo lo que hace actualmente Israel en Gaza (y no sólo eso) es repudiable, injustificable, pero no incomprensible: Israel es el único país del mundo que no puede permitirse el lujo de aceptar una derrota militar. Las reacciones ante la potencia bélica de Israel y sus crímenes no deben hacer olvidar que, sobre el terreno, se trata del enfrentamiento de un Estado democrático moderno de unos siete millones de habitantes y 21.060 kilómetros cuadrados (algo menos que la provincia de Tucumán), rodeado por decenas de millones de árabes y persas que viven en Estados monárquicos y/o teocráticos y/o despóticos en los que la democracia y los derechos humanos tienen la misma vigencia que tenían en la Europa cristiana medieval.

La razón pues por la cual el Estado de Israel ha desarrollado el ejército más poderoso de la región es que arriesga el exterminio, algo a lo que nadie se expondría, y menos los judíos. Pero Israel se niega a conceder un Estado a los palestinos, del mismo modo que los fundamentalistas islámicos no reconocen a Israel, con lo que todo deviene una historia de nunca acabar; el pan bendito de los extremistas de ambos bandos.

En Medio Oriente se encuentra hoy el punto de ignición del destino humano. El rumbo que vaya tomando este conflicto permitirá atisbar las posibilidades de la paz o de una nueva y terrorífica conflagración mundial.
 
 * Periodista y escritor. Acaba de publicar, junto a Mario Bunge, ¿Tiene porvenir el socialismo? (Eudeba).