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Tres definiciones estratégicas

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Los argentinos debemos reconstruir los mecanismos institucionales básicos que requiere cualquier sociedad moderna para procesar civilizadamente nuestras diferencias, resolver los principales problemas de la agenda pública y generar riqueza, aprovechando de forma sustentable y equitativa nuestro el enorme potencial. Regenerar, al mismo tiempo, la democracia, el Estado y el sistema capitalista. Los tres mecanismos arrastraban déficits de diseño y funcionamiento mucho antes de la llegada de los Kirchner al poder; quedarán peor después de sus gobiernos.
El sistema democrático debe regular la forma en la cual los representantes del pueblo llegan al poder con reglas claras, previsibles y equitativas. Esto no ocurre porque la transición a la democracia quedó inconclusa como consecuencia de las grandes crisis económicas de 1989 y 2001, y sobre todo de las prácticas políticas personalistas, centralistas y depredadoras de los Kirchner. Como resultado, el hiperpresidencialismo impidió que funcionaran la división de poderes y los sistemas de frenos y contrapesos. En particular, quedaron enormemente debilitados los partidos políticos y el federalismo, mientras que perdieron importancia y vigor las organizaciones de la sociedad civil. Así, las instancias corporativas de representación de intereses, como el sindicalismo y las asociaciones empresariales, han experimentado una notable fragmentación. En el movimiento obrero organizado sobreviven bolsones de autoritarismo y discrecionalidad que resulta imperioso remover para garantizar el pluralismo, la democracia interna y el respeto a las minorías.
Es decir, todos los componentes del sistema democrático deben ser reformados para que funcionen mejor, incluyendo el sistema electoral, que debe aggiornarse para erradicar definitivamente el control que en la práctica ejercen los aparatos, residuos arqueológicos del viejo orden bipartidario. Finalmente, el régimen de financiamiento de las campañas debe evitar que se usen fondos provenientes de las redes del crimen internacional (como el narcotráfico), y que sean apropiados de manera espuria los recursos de los contribuyentes utilizando la gestión como plataforma para instalar y proyectar candidaturas.
El aparato del Estado en la Argentina ha sido casi siempre generador de problemas, y casi nunca de soluciones. Se trata de un Estado gigante, el más grande de la historia, pero que es incapaz de brindar los bienes públicos esenciales que necesita la ciudadanía para vivir en paz y desarrollar con autonomía y libertad sus proyectos de vida: seguridad, justicia, educación, salud, infraestructura física (incluyendo acceso a la vivienda digna) y cuidado del medio ambiente. No se trata de un Estado totalmente fracasado: recauda una enorme cantidad de impuestos. Pero este dinero no regresa a los contribuyentes de manera efectiva, sino que se desperdicia en subsidios, mala praxis, caprichos de los funcionarios de turno, burocracia y corrupción. Por eso, los argentinos somos ciudadanos imaginarios: supuestamente, tenemos muchísimos derechos, pero en la práctica sólo una minoría puede disfrutarlos. Debemos construir un Estado moderno, profesional, inteligente, ágil, transparente y con capacidad de regular correctamente las fuerzas del mercado.
Justamente este último desafío es también trascendental: necesitamos liberar y multiplicar toda la energía transformadora y la capacidad creativa de nuestras empresas, emprendedores y trabajadores, generando los incentivos para la inversión, la innovación y el aumento de la competitividad, y para que vengan otras empresas del extranjero y surjan muchas nuevas más. La fórmula es sencilla: todo el mercado que sea posible, todo el Estado que sea necesario para eliminar la indigencia y garantizar la libre competencia, la igualdad de oportunidades y los derechos de los consumidores.

*Analista político.