COLUMNISTAS
IZQUIERDA Y PROGRESISMO

Ya no son lo mismo

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A medida que el progresismo está madurando como una corriente política con identidad propia parece alejarse poco a poco de las ideas de izquierda que cobijaron su nacimiento. Esta advertencia no parte desde resabios conservadores ni de quienes esperaban la llegada de sóviets criollos. Por el contrario, proviene desde el seno de la propia izquierda latinoamericana. Se señala que, más allá de las diversidades, en todos los gobiernos progresistas está en marcha una gran divergencia, donde izquierda y progresismo apuntan en direcciones distintas.

Desde el Ecuador de Rafael Correa hasta la administración de Pepe Mujica en Uruguay, bajo la plurinacionalidad boliviana de Evo Morales como en la coalición que sostiene a Dilma Rousseff en Brasil, tanto en la Venezuela de Chávez y Maduro como en la Argentina de los Kirchner.

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Esos progresismos nacieron desde los aprendizajes, ensayos y aspiraciones de la izquierda por lo menos desde los años 60. Pero ya en el gobierno, y con el paso del tiempo, cambiaron. ¿Dónde están los clivajes que hacen que izquierda y progresismo apunten en direcciones divergentes? Veamos algunos ejemplos. La izquierda clásica discutía intensamente sobre el desarrollo, tanto sus esencias como sus prácticas. El progresismo, en cambio, abandona ese debate por un consenso anclado en el mito del progreso perpetuo, donde la naturaleza es una inagotable fuente para exportar materias primas.

La izquierda de los 90 era una entusiasta de la democracia, quería radicalizarla y ensayaba novedades como los presupuestos participativos. Hoy, el progresismo no mantiene esas intenciones y se refugia en un electoralismo clásico.

Otro aprendizaje clave de la izquierda, la defensa de los derechos humanos, queda inmerso en contradicciones bajo el progresismo. Se llega a extremos como los ataques de Ecuador y Venezuela al sistema interamericano de derechos humanos. La izquierda además promovió reformas constitucionales profundas en Bolivia, Ecuador y Venezuela. Pero el progresismo parece querer esquivar ahora algunos de sus mandatos, tolera desprolijidades normativas e incluso presiona sobre el poder judicial.

La lucha contra la corrupción fue uno de los flancos donde más machacó la izquierda, y en especial frente a gobiernos neoliberales. En el progresismo reaparecen viejos problemas, como las desprolijidades al gestionar fondos públicos o tolerar casos de corrupción en su seno (como muestran Argentina o Brasil). También ha cambiado la relación con los movimientos sociales. La izquierda latinoamericana tuvo un vínculo estrecho con algunos, como campesinos e indígenas en los países andinos, o movimientos populares en el cono sur, pero bajo el progresismo se multiplican los conflictos. Resurgieron enfrentamientos con organizaciones feministas y ambientalistas, o los movimientos indígena y campesino.

El progresismo también está cambiando las concepciones sobre la justicia. Recordemos que la izquierda la entendía en múltiples dimensiones (sociales, económicas, políticas y en un amplio abanico de derechos), pero el progresismo se ha ensimismado con paquetes de ayudas monetarias para los grupos más pobres. Es un instrumento valioso, pero la justicia no puede caer en un reduccionismo asistencialista.

Finalmente, la izquierda clásica empujaba tanto por una integración continental como por recuperar autonomía ante la globalización. Si bien el progresismo repite esa retórica, no logra coordinaciones comerciales ni productivas; bloques como el Mercosur están estancados, y sus miembros compiten unos contra otros en los mercados globales. Así, otra vez se cayó en la subordinación ante la globalización.

De éstas y otras maneras se manifiesta esta divergencia política. El progresismo no es una postura conservadora, menos un neoliberalismo escondido. Pero tampoco es la izquierda que se soñaba años atrás.

*Analista en temas de desarrollo en Claes, Uruguay.