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Al filo de la navaja

En La enciclopedia del crimen se cuenta la historia que sucedió en 1881 en la Universidad de Heidelberg, donde el profesor Wilhem Kühne, trabajando en su laboratorio con una rana muerta, observó que el animal conservaba impresa en su retina la llama del mechero: la última imagen que había visto.

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Reutemann y Scioli, unidos por el cordón umbilical de Menem y Kirchner, luchan con la ambivalencia.

 

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En La enciclopedia del crimen se cuenta la historia que sucedió en 1881 en la Universidad de Heidelberg, donde el profesor Wilhem Kühne, trabajando en su laboratorio con una rana muerta, observó que el animal conservaba impresa en su retina la llama del mechero: la última imagen que había visto. Experimentó con más ranas y luego con conejos. Como los resultados fueron siempre los mismos, se creyó haber descubierto una técnica útil para la criminalística (ya se verá por qué) que denominaron optografía y por la cual “imágenes de objetos brillantes de alto contraste permanecían impresas en la retina durante media hora después de la muerte”.

Durante años, las policías de distintos países experimentaron con ella. En 1888 Scotland Yard tomó una optografía de los ojos de la última víctima de Jack el Destripador. El FBI también apeló a la optografía con éxito tan nulo como el de sus colegas ingleses, pero esto no impidió que en el folclore del hampa se hiciera popular la idea de que “los muertos guardaban en la retina la imagen de su asesino” y hubo no pocos casos donde los criminales disparaban a los ojos de sus víctimas para “borrar pruebas”.

En 1980, en la misma Universidad de Heidelberg los profesores Sandheim y Alexandridis confirmaron el descubrimiento de su colega un siglo atrás pero precisaron que la retina guarda sólo por media hora imágenes de muy baja calidad, que generalmente se empañan y cuya detección requiere el uso inmediato de técnicas especializadas y que el agresor haya estado frente a la víctima expuesto a la luz del sol durante un cierto tiempo.

A pesar de que había pasado más de media hora entre el momento que lo echaron y cuando entrevisté a Santiago Montoya, igual busqué en sus ojos la confirmación de quién había sido el victimario. ¿Fue Kirchner? ¿Fue Scioli, como él mismo se arroga? ¿Fue el propio Montoya quien aprovechó la situación? ¿O se pusieron de acuerdo entre ellos y dentro de no mucho estarán otra vez todos juntos?

En el largo reportaje de este domingo (ver página 36), el lector encontrará una aproximación a la respuesta que cada uno pueda construirse. Pero el escepticismo sobre las reales causas de la salida de Montoya es apenas un caso más de los muchos que suceden últimamente, en los que, de tanto abusar del teatro, a los políticos ya nadie les cree, y cuando dicen A la mayoría de quienes los escuchan traduce por B. Cuando Reutemann se separa de Kirchner, ¿se separa realmente o hace que se separa?

La calesita. En la jerga interna de la televisión se dice que ese medio es como una calesita donde el que se baja volverá a subir en alguna otra vuelta y, por eso, las peleas que pueden parecer sin retorno siempre terminan en reconciliaciones. La política es, en ese y en tantos otros aspectos, tan parecida al “mundo del espectáculo”, con el que comparte idéntico criterio de fama, como Nacha Guevara viene a confirmar siendo candidata a diputada oficialista por delante incluso del jefe de Gabinete y del ministro del Interior.

La gente común, en parte también por no estar expuesta a las tentaciones que representa el mundo de la “alta” fama, poder o dinero, es más persistente en sus enojos. Los que van a 300 kilómetros por hora no pueden darse esos “lujos” porque para avanzar más rápido hay que ir dejando la carga en el camino.

Los personajes políticos de la semana fueron Reutemann y Scioli, los dos provenientes del mundo de la fama aunque, en sus casos, originados en otro subgrupo del star sistem: el deporte. Los esfuerzos de Reutemann por mostrarse lejos y cerca al mismo tiempo de Kirchner, al igual que su primitiva dialéctica, son idénticos a los de Scioli por lucir autónomo y a la vez unido al Gobierno nacional. Lo mismo podría decirse de los esfuerzos de Macri –otro actor del deporte y la fama– por lucir y a la vez no parecer peronista.

Todos ellos están al filo de la navaja, frase que sirvió de título a decenas de libros y varias películas en todo el mundo, comenzando por la novela de Somerset Maugham, un escritor inglés que se inspiró en la cultura mística de la India y popularizó un texto de los Upánishads (así se denomina a los 108 libros sagrados del hinduismo escritos en sánscrito hace 2.700 años) que dice: “Tan arduo resulta el camino de la Salvación como atravesar el afilado borde de una navaja”.

Cruzar, caminar o atravesar “el filo de la navaja” ha resultado la más usada metáfora del fino equilibrio que es necesario para superar determinadas situaciones. Muchos políticos tienen doctorados en equilibrio y hacen gala de “cintura” para balancearse entre lo que resulte necesario para cada ocasión. No es una virtud menor pero tampoco debería ser la principal, como intentan exponer Reutemann y Scioli no pocas veces muy toscamente.