COLUMNISTAS

Andrés

Lo conocí en 1979. Hacía poco que él había lanzado su revista Humor, y pocos meses que yo había estado detenido en el centro clandestino El Olimpo. Me invitó a almorzar en un restaurante de la calle Suipacha y abrió la conversación criticando a Editorial Atlántida por su posición a favor de la dictadura. El desprecio por el militarismo de Atlántida (competidor de Perfil) le hizo mirar con algún interés al aprendiz que yo era por entonces.

|

 

Lo conocí en 1979. Hacía poco que él había lanzado su revista Humor, y pocos meses que yo había estado detenido en el centro clandestino El Olimpo. Me invitó a almorzar en un restaurante de la calle Suipacha y abrió la conversación criticando a Editorial Atlántida por su posición a favor de la dictadura. El desprecio por el militarismo de Atlántida (competidor de Perfil) le hizo mirar con algún interés al aprendiz que yo era por entonces. Con sólo 23 años, mi única experiencia era la incipiente revista La Semana, en aquellos tiempos modesta competencia de la revista Gente, mientras que él, con sus 43 años, contaba con una exitosa carrera editorial, comenzando por haber sido el autor de las tapas y director de arte de la revista más exitosa de la década del 70, la mítica Satiricón, la cual antes de padecer la represión de la dictadura sufrió la de la Triple A del tristemente célebre ministro de Perón, López Rega.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite


Escuchar sus historias era para mí una clase magistral, porque cuando Andrés Cascioli, junto con Oskar Blotta (director de Satiricón, quien directamente se tuvo que ir al exilio), libraba sus batallas con el gobierno peronista, yo recién estaba terminando el colegio secundario. Luego, los años hicieron que la diferencia generacional desapareciera: Blotta, a quien conocí cuando regresó de su exilio, se convirtió en un cercano amigo y Cascioli hasta llegó a dirigir una revista en Editorial Perfil: El Cacerolazo, en el año 2002, y dos años antes su hijo, Mauro Cascioli, trabajó para Perfil haciendo una revista de historietas que fue un producto de culto: Cazador, último éxito editorial de una historieta argentina.


En los 80, después de la Guerra de Malvinas, su revista Humor se transformó en la publicación de mayor circulación de la Argentina y La Semana, también empujada por el sentimiento antimilitar post Malvinas, alcanzó a Gente, pero fue clausurada y, meses después, el exilio me tocó a mí. El regreso de la democracia volvió a hacer paralelos nuestros caminos: Andrés lanzó El Periodista y yo, El Observador, antepasado remoto del actual diario PERFIL. Ambas publicaciones eran sin fotos, en blanco y negro, orientadas a la política, en papel opaco y semanales. Ambas fracasaron. La editorial de Cascioli, Ediciones de la Urraca, sufrió ese golpe agravado por la hiperinflación del final de época de Alfonsín y nunca volvió a ser la misma. En los 90 padeció, igual que la revista Noticias –la continuadora de La Semana–, el acoso judicial de Menem: él, sus familiares y sus funcionarios iniciaban demandas de millones de pesos (Editorial Perfil acumuló 30 juicios). Y ya no pudo recuperarse: Humor cerró en 1999.


Era paradójico que mientras gobernaba la dictadura, a quien más combatió, su editorial fuera floreciente. Y en la democracia su resultado fuera inverso. Existe otro ejemplo similar en Brasil. En la etapa más dura de su propia dictadura, la revista de humor O Pasquim llegó a ser una de las de más venta del país, para luego ir decayendo progresivamente en la medida en que el régimen se encaminaba a la democracia.
Cuando hay censura, el humor es el lenguaje más eficaz para escapar a los límites. Pero Andrés Cascioli fue mucho más allá del humor. La democracia tiene con este tano cabrón una deuda eterna. Yo también.

(Ver pág. 46 el funeral de Andrés Cascioli)