No es fácil aparecer ni es fácil desaparecer, salvo para los accidentes e incidentes naturales. Aparecen las tormentas o desaparece el sol. En la infancia aparecen las hadas, que vienen de la aurora o de los lagos o de algo más bien poético; aparecen las brujas que vienen de una caverna espantosa y aparecen los enanitos del bosque. Usted o yo, vamos, es un poco más difícil: no podemos. Podemos aparecer en donde no nos han invitado, o en una marcha, o en casa de mi suegra. Desaparecer ya es más difícil. Lo que podemos es escondernos. Pero esconderse no es desaparecer. Y si somos cuatro y un auto, más que difícil es imposible. Y sin embargo… Se me ocurren un montón de cosas. Todas improbables. Qué digo, todas imposibles. Que vinieron los extraterrestres en un plato volador y se los llevaron. Que sopló un viento tan fuerte que el auto voló como la casa de Dorothy cuando fue a lo del mago de Oz. Que un mago poderoso los hizo esfumarse en el aire, no me pregunten por qué. Que cayeron por un precipicio (sé que no hay precipicios en la pampa húmeda) tan hondo que nunca nadie los va a encontrar. Y varias teorías más con las que no los voy a cansar. Tal vez la cosa fue distinta. Tal vez decidieron cambiar de vida porque en ésta les iba mal. Se puede hacer, le aseguro. Se puede. Claro que hay que tener bastante plata (falsificadores que nos hagan documentos con otros nombres, cómplices que nos lleven más allá de las fronteras, etcétera). Pero si el tipo ese que mató a dos chicas con el auto a 130 por hora y huyó no sin antes pasarle por encima a una de ellas para asegurarse de que estaba muerta, pudo, en vez de vivir en Holanda, asentarse en Posadas, Misiones, puede ser que estén empezando una nueva vida en Auckland. Ojalá estén vivos.