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Apretada y holgado

“Apretada y holgado” podría ser el título de un libro de cuentos infantiles. Podría ser un malicioso apodo para una pareja despareja. O podrían ser dos síntomas que reflejen el secreto de dos personalidades: cuerpos que hablan de lo que sus dueños no dicen. Lo cierto es que la Presidenta y el ministro de Economía tienen tics uniformales que llaman la atención.

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CRISTINA Y LOUSTEAU. Cinturones anchos que contienen versus botones desabrochados que distienden.

“Apretada y holgado” podría ser el título de un libro de cuentos infantiles. Podría ser un malicioso apodo para una pareja despareja. O podrían ser dos síntomas que reflejen el secreto de dos personalidades: cuerpos que hablan de lo que sus dueños no dicen. Lo cierto es que la Presidenta y el ministro de Economía tienen tics uniformales que llaman la atención.
Desde hace meses, tradición que continúa tras haber asumido su cargo, Cristina Kirchner aparece siempre con la cintura atada –a veces con la presión de un matambre– por un ancho cinturón. En el otro extremo, Martín Lousteau convirtió en rito llevar el botón superior de la camisa desabrochado y el nudo de la corbata flojo.
¿Una señal de que este ministro no está para ajustes, y bajo ninguna circunstancia se enfriará la economía? ¿Un indicador de que a esta Presidenta le toca un período político constreñido por rigurosos límites, sin las ventajas con las que contó su marido, como pareciera indicar su primera semana, plagada de desasosiegos?
Probablemente sólo se trate de cuestiones generacionales: un ministro joven que no puede lucir el uniforme de su edad –es decir, sin corbata– y acepta protocolarmente el adminículo de su función, pero se rebela a su uso clásico. Y una Presidenta coqueta que desea marcar sus formas, señalando que a pesar de sus 54 años tiene una silueta que resiste a la moda (por cuestiones de espacio, en esta página sólo se publican cuatro fotos de cada uno, pero en el caso de la Presidenta, y reciente candidata, hay decenas de cinturones: uno distinto cada día, y a veces hasta dos).
Puede ser. Pero también puede ser que detrás de algo supuestamente intrascendente se encuentre un lenguaje analógico con el que los protagonistas deseen expresar algo de sí mismos. No haría falta la piedra Roseta para descifrar que el ministro se esfuerza por decirnos que no es un rigorista adusto, sino más bien un representante del hedonismo posmoderno que estudió economía pero bien pudo haber sido cronista de guerra o presentador de televisión, actividades en la que intentó incursionar. Tampoco sería necesaria la clarividencia para inferir que la Presidenta se empeña en demostrar que no nació solamente para infundir el respeto que emana de su autoridad, sino también para recibir la admiración que se le dispensa a la majestuosidad de las reinas o las celebridades.
Quizá “apretada y holgado”, con su abotonamiento y desabotonamiento, nos esté queriendo decir que “hay Presidente, no hay ministro”, que el anterior mandatario no influirá sobre su esposa más de lo que ella influyó sobre él, pero que Néstor Kirchner sí se reservó el manejo real de la economía a través de Alberto Fernández, De Vido, Moreno, Jaime y todos los secretarios de Estado confirmados ayer. Otro mensaje: el vestido de boda blanco que usó Cristina para la pose, ¿indica que contrajo segundas nupcias con el país o el Gobierno?
También hay gestos –poderosa arma de comunicación– menos sutiles, como la multa de cien pesos que Macri les cobró el martes pasado a los ministros que llegaron tarde a la primera reunión de su gabinete. O la birome BIC de Néstor Kirchner, que no era simplemente una herramienta de escritura sino un símbolo –y, como todos, una sobreactuación– de “seré Presidente, pero soy de los tuyos”. ¿Qué tenía que ver la BIC con el Rolex que al mismo tiempo usaba Néstor Kirchner?
No importa. En el lenguaje analógico, son posibles contradicciones que en el leguaje digital de la palabra se hacen menos digeribles. Por eso es tan potente: funciona más allá de la razón, y no por casualidad es el lenguaje preferido de los políticos.
Preste atención, lector, a todos los gestos y la kinestesia de quienes nos gobiernan. ¿Qué nos dice De Vido con su silencio cuando todos lo miran, tras el nuevo escándalo sobre la valija con 800 mil dólares de Antonini Wilson? ¿Qué nos dice Alberto Fernández, con su verborragia cada vez más patética y casi cómica, saliendo a defender a todos, y de todo? ¿Qué nos dice la ex ministra de Economía cuando declara ante la jueza Servini de Cubría que era su otro hermano quien le prestó el dinero que apareció en su baño?
Algo nos dice, también, el frente de la casa de otro sindicalista moyanista baleado en la Capital, y dos días después otro más en Rosario, tras el asesinato del tesorero del líder de la CGT y la previa muerte de otros dos de sus colaboradores. Quizá todos estos hechos nos estén diciendo lo mismo: “Hay dinero, no hay escrúpulos”.

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