En esto no se puede inventar la rueda. La primera presidenta que se refirió a la “argentinización” de empresas no fue Cristina sino Isabel. El 17 de octubre de 1974 anunció, en una concentración alusiva al Día de la Lealtad (el primero sin Juan Perón) que las elegidas serían las proveedoras de ENTEL, Standard Electric (filial de la ITT) y Siemens y la Italo-Argentina de Electricidad. Previamente, se habían sumado a esta corriente las bocas de expendio de combustible y los tres canales privados de televisión de Buenos Aires.
El cóctel de control de insumos claves o de la comunicación social no es original de la estrategia K. En esto, hay que reconocer, el Gobierno vuelve a las fuentes, quizá más por necesidad coyuntural que por ideología. La breve lista del ’74 hoy es mucho más extensa. Paradójicamente, fruto de las privatizaciones y apertura al capital extranjero de los 90, hoy la presa es mucho más sabrosa. Y también la ansiedad por que las empresas queden en manos de amigos o en la propia tropa.
En las urgencias políticas aparece el aluvión de inversores que súbitamente mostró interés por participar en el control de Telefe, y hay ruidos en América TV. El general Perón advertía, en vísperas de entrar en los canales, que la tevé entra a la casa sin pedir permiso. Pero los otros procesos quieren alentar a un grupo de empresarios nativos a hacerse cargo de la gestión de compañías que virtualmente se ven asediadas por conflictos sindicales, precios regulados y cuotas de exportación. La primera en caer fue YPF y lo que Repsol hizo en ese caso fijó antecedentes para el resto, especialmente las españolas. Cuando optó por la retirada táctica del terreno hostil, ya había tomado la decisión estratégica de invertir en otra parte. En el caso del petróleo, los campos de Argelia o el este europeo le resultan mucho más amigables al holding que preside Antoni Brufau. Con la incorporación del grupo Eskenazi, se suponía aceitarían las relaciones para conseguir dos objetivos de corto plazo: mejores precios internos y liberación de las exportaciones. Recién ahora las naftas se flexibilizaron ante el peligro del desabastecimiento. Más vale tener una parte menor de algo más grande que único dueño de una bancarrota.
Con Aerolíneas Argentinas, el grupo Marsans no tuvo tanta suerte, si es que tenían interés por seguir volando en el país. Los tiempos y los modales fueron otros y las pinzas variaron: tarifas congeladas y revueltas gremiales al por mayor. Si AA no fuera casi monopólica, hace rato que sus aviones estarían en tierra ya que nadie los elegiría para llegar a destino en tiempo y forma. La sola promesa del desembarco del factótum de Buquebus, Juan Carlos López Mena (otro con larga experiencia en negociaciones con mercados regulados), produjo el milagro de conseguir en un mes lo que no se había podido lograr en tres años: 40% de aumento. Falta domesticar al abanico de sindicatos que allí opera y luchar en el frente más complicado: el mercado. Existe la evidencia de sobreoferta mundial y la tendencia actual es hacia una concentración de compañías.
Una de las condiciones sugeridas por los nuevos “inversores” era la de la fusión de Austral y Aerolíneas. A casi 20 años de haber sido fusionadas de hecho, todavía funcionan con estructuras separadas. Pero el verdadero reto es que ni siquiera una sola empresa podría sobrevivir sin ayuda contra otros grupos regionales, como LAN o Gol. La quiebra de la poderosa Varig fue un indicador de la fragilidad de las industrias más sensibles a los reclamos de nacionalidad.
La irrupción política en las telefónicas es otro capítulo. El triple play (la posibilidad tecnológica que por el mismo cable lleguen al hogar la televisión, el teléfono y el acceso a Internet) las ha convertido en actoras de los enredos por el control de la información y su altísima influencia en la opinión pública. El interés por la disputa societaria en Telecom es una pieza más en un complicado puzzle con la disputa con el Grupo Clarín, los agasajos a Carlos Slim (el dueño de Telmex y Claro y el más rico del mundo, según el último ranking anual de la revista Forbes) y los devaneos por una nueva ley de radiodifusión.
El otro flanco de batalla es el energético. Solucionado el tema YPF, queda por resolver el interés por Metrogas y Edesur, más las mentadas intervenciones en las ventas de las distribuidoras mayoristas, siempre para beneficiar a grupos locales. Similar al operado cuando la empresa de George Soros estuvo a punto de quedarse como socia de SanCor, luego cooptada por los petrodólares de Chávez.
Hay algo en común a todas estas energías desplegadas para unir voluntades, acosar al capitalista extranjero y utilizar el andamiaje regulatorio en este juego y no en respetar los derechos de los consumidores. Bajo el paraguas del control de los resortes productivos para que nadie se interponga en la política económica, se quiere arrimar agua al molino del capitalismo paraestatal.
Un selecto club de amigos de la causa que hoy es conveniente y mañana, desde el llano, será una trinchera necesaria para defender el único patrimonio que realmente cuenta en el modelo K: el político.