El otro día charlaba con mi amiga M.Z. sobre catálogos. Pobre, en ese momento no me di cuenta, pero después reparé en que tuvo que soportar con infinita paciencia al menos veinte minutos seguidos de disertación mía sobre catálogos de editoriales, de exposiciones y de ferias que guardo por todas partes, y que seguramente no le interesen a nadie. De hecho, esa tarde le mostré uno de los que más quiero, el Catálogo General Nº 5 de Sudamericana de 1950 (208 páginas en el pequeño formato de 15x11 cm) que contiene la promoción de Antología Poética Argentina, quizás la menos conocida de las compilaciones preparadas por Borges, Bioy y Silvina Ocampo. Entre los catálogos recientes, mi favorito es el de los cuarenta años de Tusquets (1969-2009), sobre todo por los extras que contiene: una selección de “carteles y materiales de promoción”, y un “álbum” con fotos de presentaciones de libros y de eventos literarios y mundanos. Una, de 1989, da cuenta de la presentación conjunta de Crónica de San Gabriel y Los geniecillos dominicales, de Julio Ramón Ribeyro. En la foto se ve al autor (muy delgado, saco negro, cigarrillo en una mano y vaso de ¿whisky? en la otra) junto a Antonio López Lamadrid y Antonio de Senillosa. Y mientras pensaba en Ribeyro, me puse a leer Un hombre flaco. Retrato de Julio Ramón Ribeyro, de Daniel Titinger, recientemente publicado por la Universidad Diego Portales, de Chile. De Titinger había leído un buen texto sobre Martín Adán (salvo el título, que rebalsa de obviedad: Martín Adán, la vida de cartón) incluido en Los malditos, compilación de Leila Guerriero, también en la Diego Portales. En la página 30 de Un hombre flaco, Titinger responde una duda que siempre tuve: la relación (en caso de que existiera una) entre Ribeyro y Sebastián Salazar Bondy. Bastante más olvidado que Ribeyro –sobre uno recae quizás una cierta sobrevaloración, y sobre el otro tal vez un injusto abandono–, Salazar Bondy en 1964 publicó Lima la horrible, libro clave y “maldito” en la literatura peruana y, me animaría a decir, latinoamericana. A diferencia de Ribeyro, que escribió una obra bastante pareja, Salazar Bondy es autor de un solo buen libro, o tal vez de dos si agregamos los cuentos Pobre gente de París, de 1958. El resto de su extensa obra no tiene mayor interés. Pues gracias a Titinger me entero de que Salazar Bondy celebra a Ribeyro con un énfasis que linda con lo kitsch. Cuando Ribeyro viaja a Ayacucho (“una de las ciudades más olvidadas del país”), aceptando el cargo de profesor en la Universidad de Huamanga, Salazar Bondy elogia esa decisión en un artículo en El Comercio, en el que escribe: “Sus obras literarias han manifestado, desde la iniciación de su carrera, el interés que anima su persona por el alma disponible del hombre de pueblo, anónimo forjador de la historia y la nacionalidad”. ¿Qué habrá pensado Ribeyro de ese comentario? No sé si me importa demasiado. Más me interesa saber qué opinaba de Pobre gente de París, ciudad en la que vivió tantos años, y en la que seguramente conoció personajes como los que describe el libro (él mismo podría ser uno de esos personajes), y sobre todo qué pensaba de Lima la horrible. Hoy sin falta releeré las entradas de esos años de La tentación del fracaso, terrible pavée que compila los diarios de Ribeyro. Un escritor lleva a otro y otro a otro, y así.