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Apuntes en viaje

Cazador crispado

Impulsos de purgación del miserable distribuidor de excremento, exégesis plástica de su propia criatura siniestra, sapucay catártico del desdichado. No me causan gracia siquiera, me dan pena.

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Cazador crispado. | Marta Toledo

Desde Barcelona, mi amiga Julia responde a la pregunta: “Mira Ale, la apuesta de Zuckerberg con Threads es captar a los que, como en tu caso, no se han apuntado a Twitter”. Nos conocimos hace unos cinco años en casa de un amigo en común; desde entonces, Julia se ha posicionado como referente global en nuevas tecnologías, de manera que siempre la consulto por temas relacionados. No tengo Twitter, es cierto. O mejor, me corrijo: poseo una cuenta que mantengo prácticamente inactiva, solo la utilizo para contactar a alguien o para raspar fenómenos como el que comandó Pablo Maurette con la Divina Comedia. El resto me interesa poco, o directamente lo detonaría con panes de TNT. En el simulacro operativo de nuestro ser y estar en esa red, nunca comprendí qué rol debía asumir, porque sorteando la comunicación institucional o las celebridades que utilizan el andamiaje para expresarse, no encuentro atractivo en conocer la opinión de alguien sobre el tema de agenda; del mismo modo no me seduce dar mi opinión (¿a quién podría interesarle?). Por lo demás, Twitter es demasiado agresivo para mi epidermis sensible. Digámoslo de este modo: Twitter es la luz apagada.

El intercambio con Julia se generó a través de whatsapp, herramienta que abracé con fruición militante por fomentar una comunicación ágil, multimedial, gratuita. Pero además, como detesto hablar por teléfono (las expectativas de uno tropiezan siempre con la frustración, no hay sintonía con los movimientos del otro), me facilitó bastante las cosas. La propagación del whatsapp como reguero de pólvora (2.500 millones de usuarios) proliferó a la vez nuevas instrumentaciones. Una de ellas, la conformación de grupos, lo que engendró el nacimiento de un sujeto hasta entonces adormecido por la pereza o la censura: el crispado ponzoñoso, un bobo que se comporta como lo hacen los comentaristas de portales de noticias: impulsos de purgación del miserable distribuidor de excremento, exégesis plástica de su propia criatura siniestra, sapucay catártico del desdichado. No me causan gracia siquiera, me dan pena. Vale decir que en el feetlot de los comentaristas, al igual que en los mensajes brutales del cazador tóxico de whatsapp, no hay lugar para la crítica reflexiva, si por ésta entendemos el arte de la argumentación con fin de entendimiento sin imposición alguna –Aristóteles, en su Retórica, se ha ocupado de ello–. Apuesto mi cuenta de Instagram (oh, qué bien surfeo en esa red. IG es la plaza del pueblo) que la inmensa mayoría no pasa del segundo párrafo del artículo que interviene, y estoy siendo extremadamente generoso: muchos no sortean el título y el copete. Los cazadpres crispados de Twitter, junto a los comentaristas de noticias digitales, son gente contenida por un horizonte estrecho, agitadores desplumados que barbotean frente al LCD empotrado, dentro del barril del Chavo del 8. No logran ver más allá de lo que su obturado recorte les imprime en la frente. Diego Capusotto se ha encargado de ellos con ese toque de genialidad renacentista tan característico. Cuando los medios tradicionales abrieron sus filiales punto.com y habilitaron a estos la posibilidad de participar en pantalla, los adalides de la horizontalidad cibernética celebraron con jarras de limonada con jengibre (lo sabemos de memoria: los chicos de Palo Alto no beben alcohol), como si se tratara de la liberación de París luego de cuatro años de ocupación nazi. ¡Al fin! ¡La democratización!

(Continuará...)

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