COLUMNISTAS

Combates abstractos

default
default | Cedoc
Mis improbables lectores saben que este entretenimiento dominical se escribe unos días antes. Redacto esto, entonces, hoy lunes 2 de marzo, en un estado de agotamiento terminal, extenuado, estresado, casi perdido en la vida. Hace días que no duermo, y recién pude hacerlo esta mañana, pero sólo unas horas. Ocurre que ya pasó el domingo 1º de marzo y, por suerte, nada ocurrió. ¡Pero qué angustia que tuve! Quiero decir: la angustia que me metió Carrió al decir que el día de la inauguración de las sesiones parlamentarias el Gobierno (Cristina o Milani, da lo mismo) iba a llevar a cabo un (auto) golpe, y esta democracia maravillosa, que con tanto esfuerzo supimos conseguir los argentinos, se iba a perder. La mínima idea de convertirme en esos países bananeros donde siempre gobiernan los mismos, como Venezuela o Estados Unidos (donde sólo cuatro años después del mandato de Bush padre gobernó durante otros ocho años su hijo) o Alemania (donde Kohl gobernó entre 1982 y 1998, y Angela Merkel lo hace desde 2005), me abrumaba irremediablemente. Por suerte ningún apocalipsis de abatió el domingo pasado, y pude respirar tranquilo, recuperar la calma y también el sueño. El temor se volvió algo abstracto. Porque acerca de eso discurriremos a partir de ahora, acerca de la abstracción, y de un hermoso libro que conseguí en una librería de viejo en la lejana (para mí) calle Boyacá: La Peinture Abstraite (Dictionnaire de Poche). Como su nombre lo indica, es un pequeño catálogo de la historia de la pintura abstracta, desde sus orígenes en las vanguardias históricas hasta el presente. Las entradas están escritas por diferentes colaboradores, dos de ellas por John Ashbery, razón secreta por la que compré el libro.
La poesía de Ashbery está abundantemente traducida, y Argentina ha sido uno de los países de habla hispana donde más se lo ha leído. Hubo un tiempo –hacia fines de los 90– en que era casi imposible no ver su nombre citado en cualquier entrevista a nuestros poetas vernáculos. Menos traducida es su obra como crítico de arte, hecha de textos dignos, correctos, eruditos, y nunca antiintelectuales, atributos raros para el mercado norteamericano. Influenciado por cierto gusto francés (Duchamp y Raymond Roussel) es siempre un placer releer –como hice en estos días– Reported Sightings. Art Chronicles 1957-1987, publicado por Harvard University Press, que compila lo mejor de esos treinta años en que se dedicó a la crítica (luego lo hizo de un modo mucho más esporádico, aunque esta semana me enteré de que, con casi 90 años, está escribiendo un nuevo libro de poesía). Reported Sightings incluye un gran artículo sobre Max Klinger, pintor simbolista alemán de segunda línea, que sin embargo siempre me resultó interesante, seguramente gracias a Ashbery. Klinger, inmerso obviamente en la tradición figurativa, incluye en sus cuadros, según Ashbery, “amplias zonas de abstracción”, como en Paisaje a orillas del Unstrut, de 1912, en el que toda la zona media y baja del lienzo “juega ya con la descomposición de la figuración”. Luego Ashbery lo pone en relación con Proust, con Proust como narrador abstracto, entendiendo la abstracción como “un proceso de desintegración temporal”. Quizás Ashbery sea el (ante) último en pensar el arte como “desintegración” o “descomposición”, como un combate que se libra contra algo.