“Llevar a la práctica innovaciones es difícil y constituye una función económica peculiar, primero porque está fuera de las tareas rutinarias que todo el mundo entiende y en segundo lugar porque el mundo exterior presenta a esto una resistencia multiforme... Para actuar con confianza, se requieren aptitudes que solamente se dan en una pequeña fracción de la población y caracterizan tanto al tipo como a la función del emprendedor. Esta función no consiste esencialmente en inventar algo ni en crear de otro modo las condiciones que la empresa explota. Consiste en lograr realizaciones”.
(Joseph Schumpeter)
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Para Schumpeter, el admirado economista de la innovación, el “cuello de botella” del proceso de todo desarrollo económico está en que la sociedad cuente con la suficiente cantidad de emprendedores.
Siempre creí que el problema central de la economía argentina era la falta de verdaderos empresarios, no los del club de la obra pública ni de la patria contratista sino de aquellos que producen nuevos o mejores productos para el mercado generando competencia. La prueba de nuestra decadencia es que 68% del producto bruto privado argentino es generado por empresas multinacionales mientras que en Brasil solo el 24%: la enorme mayoría de lo que consumen nuestros vecinos es producido por empresas brasileñas. Otro de los problemas de la economía argentina fue su ubicación en el planeta, alejada del mundo en el hemisferio sur, donde 70% es agua, lejos aun de nuestros vecinos: Africa y Oceanía. Sumado a que las dos guerras mundiales nos aislaron aún más durante la mitad del siglo XX y vivir con lo nuestro pasó de ser una táctica coyuntural a ser una estrategia desdichada.
El Cuadernogate es una oportunidad que requiere un "Nunca más" de la corrupción
Por eso admiré más aún a aquellos empresarios argentinos que se animaron a expandir sus organizaciones también fuera del país llevando al exterior trabajo, talento, ideas y productos argentinos, rompiendo con nuestro aislacionismo conceptual. Pagani, Rocca, Bulgheroni, Pescarmona y Eurnekian integran esa lista reducida, y a todos ellos la revista de economía de Editorial Perfil, Fortuna, los reconoció por su trayectoria a lo largo de la última década y tuve el gusto de entregarles el premio personalmente en la Bolsa de Valores de Buenos Aires. Y de uno de ellos, Enrique Pescarmona, trata esta columna introductoria del reportaje que se publica hoy.
A pesar de los esfuerzos profesionales por tomar distancia de los afectos, que creo haber logrado en el reportaje y el lector juzgará, me siento en la obligación de advertir que quiero mucho a Pescarmona y a su hermosa familia, y que a pesar de no haber conocido a su padre ni obviamente a su abuelo, admiro la obra que esas tres generaciones de empresarios hicieron: de aquel inicial taller metalúrgico de 1907 a la empresa en que se convirtió Impsa exportando tecnología compleja a toda América y Asia sostenidamente durante varias décadas.
En lo personal, siento empatía por el hecho de Pescarmona definirse como mejor ingeniero que empresario, lo mismo me pasa a mí con el periodismo, como la pasión académica al tomar a su profesión como ciencia, algo poco común entre los empresarios.
Conocí a Pescarmona en 1999, cuando Editorial Perfil y el diario Folha de São Paulo eran socios en la subsidiaria argentina de UOL, el mayor portal de internet de Latinoamérica, y Pescarmona tenía Impsat, la versión digital de Impsa. Y a pesar de que nunca tuvimos ningún emprendimiento conjunto, desde entonces nuestra relación personal fue creciendo sobre la base de nuestra empatía personal.
Debo decir también que escuché más de una versión sobre que Pescarmona tiene un doble estándar porque, mientras siempre protestaba por la corrupción política, nunca dejó de adaptarse a los ecosistemas Estado-mercado que se fue encontrando.
Justo esta semana, por una columna que escribí recomendando a Techint una mayor coherencia entre el arrepentimiento judicial de sus ejecutivos y el arrepentimiento frente a la opinión pública, recibí una carta de un alto ejecutivo de Techint que dejó la empresa hace más de una década, casualmente por una instrucción no ética que le dio Paolo Rocca. Y el hombre, a quien luego recibí personalmente, terminaba su carta diciéndome: “Al contarle esto, no puedo dejar de lado el hecho de que si tuviera que elegir una empresa como ejemplo de lo que quisiera que hubiera más en el país, elegiría, sin dudas, a Techint y sus empresas industriales”. Sin embargo: “La responsabilidad de Techint, como la mayor empresa argentina, es doble porque sus actos construyen una forma de canon para el empresariado en su conjunto” (esto último de su carta es una cita de la columna que yo había escrito).
En mi doble condición de periodista y empresario me siento en la obligación de generar puentes entre la opinión pública y las empresas usando la crítica y el periodismo de investigación para ayudar a mejorar la economía, como también la crítica a los gobiernos contribuye a mejorar el país. Es a favor y no en contra de la política o de las empresas. El país precisa más personas interesadas en la política y más personas creando y engrandeciendo empresas, nunca menos.
Al igual que con la represión ilegal, el Estado es más responsable que algunos privados
El reportaje a Pescarmona por el Cuadernogate merece otra aclaración especial. Dos veces se frustró. Primero iba a hacerse telefónicamente tras la detención del directivo de Impsa, Rubén Valenti, cuando Pescarmona estaba en Kuala Lumpur reuniéndose con el jefe de Estado de Malasia, el viernes 10 de agosto. Sus abogados consideraron que, hasta que no declarara frente a Stornelli y Bonadio, no era conveniente judicialmente.
Luego se iba a realizar el viernes 31 de agosto, cuando Rubén Valenti fue excarcelado tras Pescarmona declarar en la causa asumiendo su responsabilidad en carácter de arrepentido.
Y la tercera vez que casi se frustra fue este mismo viernes a las 9 de la mañana, cuando el abogado que lo acompañó al reportaje pidió posponerlo una semana y Pescarmona por primera vez desoyó su consejo. Los abogados quieren que los empresarios no hablen con la prensa, priorizando su estrategia judicial, sin entender que es tan importante ser comprendidos judicialmente como que la opinión pública comprenda las diferencias entre un mercenario, un testaferro, un socio, un oportunista y quien de manera no sistémica y frente a un caso puntual pagó coimas, sin que por eso deba ser exculpado ni deje de merecer su castigo. Pero no es lo mismo.
La opinión pública merece una explicación de los propios involucrados y un pedido de disculpas para que el arrepentimiento no sea una formalidad judicial. Solo se recupera la credibilidad reconociendo los errores y mostrando verdadero arrepentimiento.
El consagrado profesor de investigación de historia internacional de London School of Economics Arnold Toynbee, en su libro La génesis de la civilización, sostenía que para el desarrollo económico de una sociedad, la ciencia y las empresas debían ser concebidas como la pareja de una danza, ambos debían conocer cada paso del otro y seguir un ritmo común. No cabe duda de que el ecosistema Estado-mercado de los países subdesarrollados, especialmente el argentino, y más intensamente durante el kirchnerismo, impulsó a varias empresas a danzar un baile suicida para el país y para las propias empresas.
La última dictadura cruzó todos límites y el juicio que se le siguió marcó un antes y un después. Siempre hubo corrupción pero el kirchnerismo, al también traspasar todo límite, nos da la oportunidad de un “Nunca más” de la corrupción que mejore y preserve a las empresas, que son la herramienta imprescindible para el desarrollo de la economía y la sociedad en su conjunto.