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Conversación

Es lindo compartir la cocina con ella: no nos chocamos, no le damos órdenes a la otra. A las dos nos gusta tener el área despejada así que vamos limpiando lo que ensuciamos.

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| MARTA TOLEDO

Me pasan a buscar por Montevideo, me subo al auto y apenas arranca empieza la charla que irá desplegándose los próximos días, casi sin parar o parando apenas para ver el mar y quedarse así como cuando se mira el mar, en una especie de hipnosis o adentro de un mantra.

Es el tercer año que nos vamos las tres juntas, algunos días, a alguna parte. Nos hicimos amigas en la secundaria, así que nuestras conversaciones pueden abarcar y atravesar más de treinta y cinco años hasta cualquiera de estos días, de estas noches, en una playa del Uruguay. Nublado, ventoso, fresco, lluvioso, tormentoso, por fin, cuando nos estamos yendo: soleado. Así como el espectro de nuestras charlas es amplio, del mismo modo el clima. Poca playa. Por suerte la casita que alquilamos tiene una buena vista.

Nos acomodamos enseguida a estar juntas de nuevo. A la Maru y a mí nos gusta cocinar. Es lindo compartir la cocina con ella: no nos chocamos, no le damos órdenes a la otra. A las dos nos gusta tener el área despejada así que vamos limpiando lo que ensuciamos. Aunque Ivana es la encargada de lavar, después, los platos. Mientras, lee una novela en el sillón y cada tanto suspende y agrega algo a lo que estamos conversando mientras pelamos, picamos, ponemos a la sartén que chilla y la casa se llena de olor a cebolla y ajo. Llenamos las copas y brindamos. Amasamos, estiramos, cortamos queso, prendemos el horno. Nos acordamos de viejas compañeras a las que no volvimos a ver, pero alguna, hace un tiempo, tuvo noticias. Las comentamos como si fueran frescas, aunque ya pasaron como diez años de esas novedades. Alguna trae a colación el novio que tuvo la otra y que la dejó por teléfono: nos reímos de todo lo que ella lloró entonces. Novias, maridos, hijos, hijas van desfilando en la conversación. Pero también madres, padres, hermanos, sobrinos. Amigas y amigos de las otras que no conocemos personalmente. Instagramers que seguimos, series que vimos, libros que leímos, películas que tenemos pendientes, noticias bizarras que leímos en las redes.

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Por las noches vino y durante el día mate a toda hora, más de todo el mate que yo tomo en un año.

Hacemos un pescado que nunca hicimos, buscamos un tutorial en YouTube, juntamos ramas para hacer fuego, un fuego hermoso y alto que seguimos manteniendo una vez hecho el pescado, porque está lindo para seguir afuera, de noche. Dos amigas mías también están cerca y nos invitan a merendar, allí vamos una de las tardes grises: hay brownie y pasta flora, una ventana enorme que da al mar y los perros y gatos de estas amigas, y también otra amiga de ellas.

Un día vemos el amanecer, no porque nos levantamos temprano sino porque aún no nos acostamos. Coordinamos los turnos para bañarnos porque el termotanque es chico y tarda en volver a calentarse. La primera en entrar a la ducha advierte que la mampara está rota y hay que manejarla con cuidado, que es difícil encontrarle la temperatura justa pero que dejó la canilla más o menos para el lado que corresponde. Las duchas desconocidas también son tema de conversación.

Cruzamos la frontera con Brasil, a Chuy, para comprar whisky y boludeces en los free shops de ese pueblo, donde coincidimos que debe ser bastante feo vivir. En la sección perfumes salimos mareadas de probar los árabes, que ahora están de moda. A la vuelta pasamos por las carcavas: unas formaciones geológicas milenarias de cuando en esa parte había océano. No son tan impresionantes como las fotos que habíamos visto. Pero hay un silencio.