Las imágenes de las grandes ciudades vacías es apenas una foto de los impactos que está provocando la pandemia de Coronavirus. Un historiador podría preguntarse por qué tanto espanto si en el último siglo vivimos guerras mundiales, varias pestes, catástrofes ecológicas y crisis económicas mundiales.
Comparativamente la gripe española de 19l8 dejó 50 millones de muertos y las dos guerras mundiales más de 70 millones. Ahora, el sentimiento de que se trata de una catástrofe incontrolable disemina el miedo en todas las sociedades. El impacto económico ya se calcula en varios billones de dólares. Naciones Unidas estima que cerca de 24 millones de trabajadores se quedarán sin empleo. Y los números de contagiados y de muertos crecen cada minuto, cada día.
Esta pandemia confirma que no hay fronteras para las enfermedades, así como ya no las hay para el comercio, las comunicaciones o las catástrofes ecológicas. Ahora sabemos que todos dependemos de los intercambios y del cuidado de la vida.
Hacia fines de 2019, los temas más candentes que aparecían en los diarios y noticiosos eran las protestas contra el calentamiento global, contra los femicidios y en favor de la igualdad de género, la presión de los inmigrantes ilegales en Europa y Estados Unidos, las protestas sociales y políticas en Francia, Chile, Hong Kong y otros lugares. Se percibía en los discursos un deslizamiento desde los planteos políticos a otros más profundos ligados a la búsqueda de mejores condiciones de vida.
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¿Hay un giro vitalista que trasciende las diferencias políticas, religiosas o de estados? Los ecologistas europeos lograron en los últimos años fuertes representaciones políticas y el discurso ecológico hace tiempo que sostiene que lo que está en juego es la supervivencia del planeta, un tema vital. Los políticos parecían alinearse detrás de estas reivindicaciones.
Con el coronavirus las reacciones globales se vuelven más congruentes con esta nueva conciencia colectiva. Pero la pandemia encierra por un lado el temor a perder la vida y por otro lado el temor a perder empleos y recursos económicos. Ambigüedad que han reflejado las declaraciones de Boris Johnson, Donald Trump o Andrés Manuel López Obrador. Hay que tener en cuenta que esta ambivalencia está presente entre muchos trabajadores independientes, pequeños comerciantes, empresarios o profesionales afectados por la parálisis de actividades.
Más de tres mil millones de personas están afectadas por las cuarentenas que tienen múltiples consecuencias. Ante todo, ponen en juego la capacidad de control del Estado y el grado de disciplina social de cada país. China demostró una gran eficacia en los dos aspectos. En cambio, los comportamientos individualistas, en Europa, Estados Unidos y otras partes, han resultado adversos para controlar la difusión del coronavirus. .
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Suspendidos en sus actividades normales las familias tienen que reaprender a convivir 24 hs. en el mismo lugar. Los niños y jóvenes deben retener sus impulsos para salir a la calle con los compañeros. En las familias pobres, sin espacios suficientes, el encierro resulta problemático. Los niños y adolescentes tienen que aprender a seguir aprendiendo sin la escuela, con las tecnologías informáticas. Se están multiplicando los programas de educación virtual. Se consolida la instalación de un sistema educativo virtual, global y gratuito al alcance de todo el mundo.
La cultura de Internet nos había ya acostumbrado a crear distancias entre las personas y aún entre los miembros de la familia. En medio de un proceso de desvinculación social, aparece esta pandemia que recluye a todos los miembros de la familia en el mismo espacio las 24 horas del día. ¿Van a mejorar las comunicaciones familiares e interpersonales?
Podemos preguntarnos si con esta experiencia resurgirá la sociabilidad jaqueada por el individualismo y la virtualización electrónica de las relaciones sociales. También cabe preguntarse si la conciencia individual y colectiva va a cambiar a partir de esta resocialización a escala global.
En la novela policial de la primera mitad del siglo XX era un lugar común que el Inspector preguntara ante un homicidio: “a quién beneficia el crimen?”. ¿Quiénes se benefician con la pandemia? Existen varias versiones que han circulado por los diarios y las redes sociales.
En una de ella se acusa a un laboratorio norteamericano que habría inventado el coronavirus para luego ganar mucha plata con la producción de la vacuna..Hubo declaraciones de chinos y norteamericanos acusándose mutuamente de provocar la peste. En Europa los rusos aparecen entre los supuestos iniciadores de la epidemia. Hay otras versiones conspiracionistas. . .
Ahora bien, si uno analiza el impacto económico, industrial y ecológica de esta pandemia puede constatar, como se ve en fotos actuales de centros industriales, el nivel de contaminación ambiental comienza a disminuir notablemente. Miles de aviones parados equivalen al cierre de fuentes de producción de monóxido de carbono. Los ecologistas pueden darse por contentos. La “venganza de la Tierra” que anunciara James Lovelocke está teniendo lugar de manera inesperada. (Algunos ya lo festejan por Internet)
No inventemos otra conspiración. Lo cierto es que no sabemos, hasta que no termine este proceso, como se va a redefinir el mapa mundial de la economía y el saldo de la pandemia en cada uno de los países. Lo que parece seguro es que habrá ganadores y perdedores. Y muchas de los efectos perversos o favorables de esta tragedia dependen de procesos que superan a los gobiernos.
Desde 1939 hemos visto y experimentado situaciones catastróficas u opresivas que nos parecían interminables, que inhibían todo intento para pensar o programar otro futuro. Pero también hemos visto y experimentado la reconstrucción de posguerra, el fin de los colonialismos y del apartheid en Sudáfrica y Estados Unidos, el fin de muchas dictaduras y la instalación de gobiernos democráticos, el progreso de muchas naciones pobres, los avances de las mujeres frente al machismo dominante, etc.
Todos los seres humanos aprenden a programar su futuro aún en situaciones límites. Somos supervivientes. Somos capaces de superar, de trascender, las imposibilidades. No es una declaración voluntarista o idealista. Esto surge de nuestra experiencia existencial e histórica en medio de muchas contradicciones.
No es la pandemia lo que más debería preocuparnos sino las actitudes de los actores sociales. Lamentablemente, en muchas partes la sociedad civil se siente paralizada para pensar más allá de la pandemia. Pocos se atreven a mantener proyectos para el futuro. Algunos literatos y militantes religiosos quieren vivir esto como la experiencia del fin. China y algunos países, en cambio, han tenido un comportamiento superador: actuando en la perspectiva de un proyecto de mejoramiento.
En América Latina, la pandemia viene a sumarse a otros males: inflación, recesión, desigualdades, desestructuración social. Pero tal vez sea este momento el adecuado para replantearse el modelo de crecimiento y de organización social. Es evidente que necesitamos estrategias de reconstrucción y de cambio en los modelos de desarrollo.
La pandemia del coronavirus está mostrando patéticamente las imbricaciones complejas que religan a los individuos, naciones, economías, culturas de la humanidad actual. Luego de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) las Naciones Unidas acordaron la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Fue un gran triunfo del internacionalismo y del humanismo democrático. Creo que ahora cabria buscar un Pacto Internacional para un Desarrollo Solidario.
En las últimas décadas muchos defendieron la globalización, desde los liberales hasta los comunistas pasando por los ecologistas. Aunque por diferentes razones. Globalización y ciudadanía planetaria pasaron a ser los nuevos horizontes de muchos movimientos sociales.
La pandemia del Coronavirus puede ser un llamado inesperado para crear consensos en torno a políticas comunes para proteger la salud de las poblaciones. Pero hay que recordar que antes del Covid-19 ya había cerca de mil millones de personas viviendo en la pobreza y la indigencia. La pandemia y el calentamiento global ponen de manifiesto que todos somos vulnerables y que necesitamos crear biopolíticas sociales y ecológicas.
Algunos sostienen que sin eso no habrá un nuevo orden económico global ni una ecología global ni un sistema mundial solidario. Las proyecciones indican que habrá millones de muertes por el Coronavirus, que habrá 24 millones de desocupados, que quebrarán muchas empresas de todo tipo, que la devaluación del precio de petróleo ya conduce al cierre de muchas explotaciones, etc. ¿Alcanzarán estos impactos para acercarnos a un Nuevo Pacto para el Desarrollo Mundial?
*Doctor en Filosofía. Profesor del Doctorado en Educación Superior de la Universidad de Palermo y de la UNTREF