1) La alegoría no hace novelas o sólo las hace como resultado de una intuición errónea, porque su forma tiende a lo instantáneo de la revelación que debe ocurrir en algún rincón del tiempo (“Ahora vemos como por espejo, en obscuridad; mas entonces veremos cara a cara”, Corintios, 13:12) y cuya consecuencia es una verdad definitiva. En cambio la novela promete una verdad pero solo entrega la pasión del diferimiento o las revelaciones parciales, los sucesivos engaños.
2) Si el Universo se creó a partir de la explosión de un núcleo inicial ultradenso y su expansión dio lugar a cientos de miles de estrellas pesadísimas y llameantes y gases y nubes y corolas de polvo y fuego y materia oscura y la energía oscura que todo lo mueve y fenómenos invisibles y agujeros negros supermasivos y discos de acreción, y de esos planetas nacieron mundos y en esos mundos en principio inertes comenzaron a aparecer formas extravagantes y múltiples experimentos de vida, una deducción posible es que de esa explosión inicial y de su expansión creciente también podrían haber surgido lo que se llama Dios o dioses, no antes de la explosión sino a partir de ella o en su transcurso, y una de las formas de esa exuberancia o de esa arbitrariedad inexplicable sería que a ese Dios o a esos dioses no podemos verlos, como no podemos ver los otros Universos lindantes o lejanos al nuestro, como Dios o los dioses no pueden vernos a nosotros, hayamos sido o no creados por ellos. Y quizá, también, podemos pensar que la energía oscura trama la forma imperceptible del diablo que se pasea por sus dominios.
3) Nunca escribir lo verdaderamente importante. Ni siquiera acercarse.
4) Nada más dulce que la autocompasión, cuando uno mismo se inflige el castigo.
5) El modo exacto de decirlo está perdido de antemano. Sería así: la sintaxis determina las posiciones del narrador como personaje, su modo de presentarse, su psicología, su intención; en suma, su despliegue como la totalidad particular de una obra. ¡Pero no es la sintaxis, en realidad! Es el fraseo (que organiza la sintaxis en secuencias rítmicas y le da la entonación particular de cada autor), el fraseo que, al ser advertido, aparece como una costura sobre el rostro, un documento de identidad, la tapa del ataúd del autor. Claro que nada hay más cómodo que amoldarse a esa cuna, hamacarse en ella. El free jazz, música horrible, resulta sin embargo una experiencia sensible e intelectual aleccionadora, porque busca salirse de esa caja acolchada como una rata quiere escapar de su jaula. En esa búsqueda puede haber tanto desesperación como felicidad, incluso la ilusión de una cierta libertad que sólo desconoce los límites de su encierro. Nada más ingenuo que observar a un pájaro cantando y pensar líricamente en las condiciones en que lo hace, como un cómico que fingía bobera o alucinación y agitaba los brazos como si volara mientras decía: “Ah, qué lindo lo pajarito…”.