COLUMNISTAS

Cristina y Berlusconi

Ruby y Fariña. Frívolos que fueron letales para sus gobiernos.
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Mientras estaba en Italia este lunes, cuando condenaron a Berlusconi a siete años de cárcel e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos, no pude dejar de asociar ese caso con el Lazarogate e imaginarme el futuro judicial de varios kirchneristas en 2015.

Al igual que Fariña en el Lazarogate, también en Italia la protagonista inicial del escándalo, la modelo marroquí Karima el Mahroug, se desdijo de las acusaciones que había hecho inicialmente –en su caso, de que había recibido dinero de Berlusconi– argumentando que había mentido para llamar la atención. También como aquí con Fariña y Elaskar, casi nadie le creyó y la mayoría asumió que había recibido una combinación de dinero y amenazas para desdecirse.

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Berlusconi parecía inmune a cualquier acusación, era electoralmente casi invencible y cuando le tocaba perder se recuperaba muy rápido. De la misma forma que en Argentina sucedía con las acusaciones que recibía el kirchnerismo, ninguna denuncia parecía hacerle mella. Pero fue justamente la farandulización del escándalo lo que hizo que este caso sí fuera seguido con atención por todos los italianos como si se tratara de una telenovela.

El caso estalló mientras Berlusconi estaba en el poder y demoró más de dos años en llegar a una sentencia firme. Probablemente, también en Argentina dentro de dos años comience a haber una catarata de sentencias cuando ya un kirchnerista no comande el Gobierno. Tras esta primera condena a Berlusconi, le espera para octubre el fallo definitivo en el juicio donde ya fue condenado en primera instancia a cuatro años de cárcel por un delito de fraude fiscal en la compraventa de derechos de películas para su empresa Mediaset.

Y, simultáneamente, tiene pendiente la confirmación de otra condena a un año de cárcel por la publicación de una conversación telefónica interceptada, que era secreto de sumario, en el diario Il Giornale, propiedad de su hermano Paolo, más la de la condena a pagar 560 millones de euros por daños a otro grupo empresario con el que compitió por la compra de la Editorial Mondadori. Y, como si fuera poco, se le abrió un nuevo proceso al ser acusado de comprar al senador Sergio de Gregorio para hacer caer al gobierno de Romano Prodi en 2007.

Nadie piensa en Italia que todo esto junto, ahora, sea fruto de la casualidad. En el clásico programa nocturno de la RAI Porta a porta, el director del diario Libero de Milán se quejaba de que a Berlusconi lo condenaron a siete años de prisión por haberle pagado a una prostituta a la que le faltaban meses para cumplir los 18 años, cuando en Estados Unidos dejan sin condena a Strauss Kahn, acusado de violación con la víctima reclamando, mientras que en Italia “Ruby”, la modelo marroquí, desmiente haber tenido sexo con Berlusconi.

El nivel de argumento explica ciertos primarismos de nuestra cultura política heredados de la tradición italiana. Hay otras pruebas que muestran que Ruby mintió al desdecirse. Pero es cierto que siete años de cárcel por lo que los italianos llaman “bunga-bunga” parece desproporcionado frente a la impunidad que Berlusconi gozó en otras cuestiones.

Otro de los voceros del Partido de la Libertad, de Berlusconi, dijo que “lo que se había juzgado era un estilo de vida, el de un hombre que a determinada edad decidió divertirse, algo que podría ser castigado electoralmente, pero no judicialmente”.

Es que en las democracias delegativas difícilmente haya condena judicial sin condena electoral; van juntas, porque el clima político y el contexto hacen que prosperen causas dormidas durante mucho tiempo. El interés que hoy despierta en Argentina el enriquecimiento de varios kirchneristas es causa y consecuencia de la pérdida de la competitividad electoral del Gobierno y la emergencia de renovados competidores. Sumado a la enorme amplificación que tienen los escándalos políticos cuando se farandulizan.
Otro aspecto que debería preocupar al kirchnerismo mirándose en el espejo de lo que pasa hoy en Italia con Berlusconi es que no son las pruebas en estricto sentido jurídico lo más determinante, sino la condena social que, cuando se produce, genera un efecto que derrama sobre todos los campos, incluido el judicial. En términos kirchneristas, es el contrarelato el virus que carcome su base de sustentación. Con conocimiento, Carta Abierta se preocupó por las consecuencias que tiene la novelización de la realidad a la que tanto apeló en sentido contrario el kirchnerismo.

En Italia, una corte integrada por tres mujeres aumentó la pena que había solicitado otra mujer, la fiscal, lo que llevó a Berlusconi a decir que estaba frente a un “pelotón de fusilamiento”. En los distintos medios se dijo que esta condena reconciliaría a Italia con Europa, y que por ende estaba en juego el prestigio del propio país como una sociedad seria.

Ser “un país normal” –especialmente en el terreno político– es una demanda que une a Italia con Argentina. El mismo día de la condena a Berlusconi, el obispo de Florencia, durante la celebración de la fiesta de San Giovanni, feriado en esa ciudad que tiene el récord de mayor consumo de cocaína de toda Italia, dijo que el mayor problema cultural “es la vocación por todo tipo de transgresiones”. Parecía el papa Francisco cuando en Argentina era el cardenal Bergoglio dirigiendo una homilía durante el kirchnerismo.