Cristina Kirchner no padece el desgaste de los 129 días que lleva su presidencia, sino también el de los 1.659 días que gobernó su marido. Pero la acelerada pérdida de aprobación de su gestión que reflejan algunas encuestas (faltan otras que brillan por su ausencia), y que se percibe en el humor de la sociedad, tiene causas propias que exceden a las heredadas de la presidencia de Néstor Kirchner. Aunque la pérdida de popularidad de la esposa termine arrastrando al esposo, hoy la imagen de Cristina en las encuestas cae en mayor proporción que la del ex presidente.
A partir de la crisis del campo y de los tres discursos seguidos de Cristina, se escucharon distintas interpretaciones acerca de las causas que generaron la imagen negativa de la Presidenta, mayoritariamente de índole psicológica –dificultad que tiene la sociedad para aceptar un liderazgo femenino, estilos oratorios, etcétera–, que aun siendo correctas no alcanzar a explicar el fenómeno en toda su magnitud.
La crisis del campo dejó al descubierto errores de gestión que repercuten sobre la valoración del Gobierno incluso en quienes simpatizan con él: un ministro de Economía sin autoridad; un jefe de Gabinete que, sin exhibir dotes superiores, cumple funciones que en el pasado estaban reservadas a los presidentes; conflictos en el sistema paralelo de toma de decisiones entre quienes tienen el poder formal, como Lousteau, Alberto Fernández o Alberto Abad, y quienes representan otro poder supuestamente superior, como Moreno o Echegaray (quien salió de la Aduana al mismo tiempo que Abad de la AFIP, pero reapareció en la ONCA).
El estilo excesivamente delegativo de Cristina Kirchner coloca a Alberto Fernández en un papel que se parece demasiado al de los regentes en los sistemas monárquicos cuando el rey, por edad u otras limitaciones, no está en condiciones de gobernar por sí mismo. El papel de un regente fue siempre difícil, y en cierto sentido esquizofrénico, pero más difícil lo es cuando la autoridad que representa no emana de un poder indiscutible. Aunque no fuera cierto, la mayoría del Gobierno y de los ciudadanos no cree que la persona con mayor poder del país sea la Presidenta.
La sociedad comienza a percibir que el gobierno de Cristina Kirchner es peor que el de Néstor Kirchner, porque en lugar de cumplir la promesa electoral de preservar lo bueno del de su marido y corregir lo malo, se mantuvieron los defectos pero se perdió ejecutividad.
Cuando Néstor Kirchner regañó a Alberto Fernández por su impericia en la crisis del campo e irónicamente lo amenazó con hacerse cargo él mismo de la jefatura de Gabinete, seguramente tenía razón en pensar que podría cumplir mejor esa función que Fernández , pero fue injusto al no reconocer que ha sido el propio Néstor Kirchner quien introdujo el gen defectuoso en esta presidencia que lo tiene como padre.
Aunque Cristina Kirchner tuviera los atributos necesarios para ser una estadista, su imagen no podría separarse fácilmente del hecho de no haber conquistado la presidencia por sus propios méritos. Las cosas le cuestan más a Cristina Kirchner no por ser mujer, sino por ser la mujer de Néstor Kirchner y recibir la presidencia habiendo hecho muchos menos esfuerzos de los que debería haber hecho cualquier otra mujer u hombre para lograrlo.
Es otro tema, pero, ¿se dará cuenta Néstor Kirchner de que no son lo mismo las nueve ministras del gabinete de Zapatero que la esposa de Alperovich en la vicepresidencia del PJ? ¿Que en lugar de mostrar un avance del género femenino evidencia lo opuesto?
El problema central es que los cargos no coinciden con quienes toman las decisiones que corresponden a estos. El ministro de Economía hace de secretario de Hacienda. El secretario de Comercio hace de ministro de Comercio. El jefe de Gabinete hace de vicepresidente en ejercicio provisional, y a veces trata de ser ministro de Economía. La Presidenta hace de presidente de una democracia parlamentaria donde el primer ministro es quien asume las responsabilidades ejecutivas.
Aun con personas competentes, ninguna organización funciona bien cuando no coincide la autoridad formal con la real. Si sobre el mismo punto deciden varios, no decide nadie.
La superposición siempre genera acefalía. Y la acumulación de errores de estos últimos 129 días es su consecuencia.