Las designaciones de Agustín Rossi y Sabina Fréderic en el Gabinete fueron presentadas por algunos analistas como dos eventos casi accidentales. En el caso del ministro de Defensa se dijo que su nombramiento fue una maniobra para “sacarlo de la Cámara de Diputados”, donde venía ocupando la jefatura del bloque del FpV-PJ, y así allanarle el camino a Máximo Kirchner, quien efectivamente lo sucedió. Por su parte, de la ministra de Seguridad se dijo que es la resultante del descarte de otras opciones, en el marco de una interna, y hasta se la mencionó como útil para equilibrar la “cuota de género” en el equipo.
Evidentemente, este tipo de explicaciones dejan mal parados al ministro y a la ministra. Así presentados, se dice que no fueron seleccionados ni por lo que representan ni por sus capacidades, sino por razones instrumentales que ellos desconocían. Pero además, dejan mal parado al Presidente. O mejor dicho, a la valoración que el Presidente tendría de las políticas de Defensa y Seguridad. Porque si Fernández las utiliza para resolver disputas internas ajenas, es porque Defensa y Seguridad son Siberia. Ministerios de segunda. Cuando se dice que a tal o cual dirigente se lo manda “a una embajada” para resolver alguna disputa, esa embajada nunca es ni Washington ni Brasilia. En este caso, nadie se animaría a pensar que Martín Guzmán o Felipe Solá fueron nombrados para sacarlos de algún lado, cubrir cuotas de género o bloquear a alguien más. En suma, todas estas lecturas en clave palaciega expresan una gran subestimación de las personas, las políticas y las prioridades.
Viendo sus designaciones desde otro ángulo, no se pueden obviar las similitudes entre Rossi y Fréderic. Y esas similitudes hablan más de los motivos de Alberto Fernández para nombrarlos que las especulaciones antes citadas. Tanto Rossi como Fréderic están convencidos de que Defensa y Seguridad son asuntos separados. Todo esto, en un marco regional de creciente cruce entre ambos asuntos. Al caso colombiano, donde Defensa y Seguridad son prácticamente lo mismo desde hace tiempo, se suman los de Brasil, México, Ecuador y otros países en los que hubo reformas normativas y operativas tendientes a interrelacionar las actividades de militares y policías. En la Argentina de Cambiemos hubo algunos movimientos incipientes en ese sentido, resistidos por una diversidad de actores. Entre ellos, las mismas fuerzas armadas y de seguridad, que no quieren que su ethos profesional sea transformado.
La situación regional, de hecho, es la otra clave de estas designaciones. Alberto Fernández asume con el diagnóstico de que militares y policías se están politizando en los países que nos rodean. Y no solo en Bolivia, donde acabamos de presenciar un golpe con activa participación de uniformados: en casi todos nuestros vecinos podemos ver tendencias preocupantes al respecto.
No creo, con ello, que Alberto Fernández o sus ministros desconfíen de nuestras fuerzas armadas y de seguridad. La política argentina, en general, cree que nuestra democracia no se verá afectada por esta oleada regional. Pero tal vez sí preocupan los desequilibrios desde afuera. Nuestra defensa es un sistema de fluida cooperación regional –una comunidad de defensa– que funcionó muy bien en tiempos de la hoy vapuleada Unasur. Y nuestra seguridad también forma parte de una red de cooperación regional, con instituciones y acuerdos fundamentales para combatir el crimen organizado, el narcotráfico y otros delitos que no podemos enfrentar solos. Trabajamos juntos y necesitamos que todas las manzanas del cajón estén sanas.
Si lo regional funciona mal, podemos tener crisis adentro. Por eso, Rossi y Fréderic tienen misiones distintas, pero sincronizadas: reafirmar y consolidar nuestras instituciones políticas de la defensa y la seguridad para evitar que las crisis regionales nos afecten. Por eso fueron elegidos ellos y no otros: porque las prioridades argentinas cambiaron, y ellos representan las nuevas prioridades.
*Politólogo.