Fue muy fuerte escuchar a un PRO de la primera hora como Carlos Melconian decirle “boludeaste dos años con las buenas ondas y ahora vas a recoger inflación”. A quién si no al presidente Macri, más allá de que la mayoría prefiere criticar a Marcos Peña y a Jaime Duran Barba, el viejo truco de echarle la culpa al mensajero, en una ambivalente actitud de no pelearse con el Presidente pero en el fondo subestimarlo, porque es él y nada más que él quien lleva adelante la política económica. Hay rencor en Melconian, mucha bronca por haber sido desvalorizado después de haber acompañado al PRO desde cuando no era casi nada. El mismo sentimiento anida en Emilio Monzó, que en lugar de decir “boludeaste” anunció que dejará la presidencia de la Cámara de Diputados y no aceptará ninguna candidatura de Cambiemos el año próximo, un gesto aún más fuerte que cualquier insulto. La diferencia entre Melconian y Monzó es que Monzó tiene un cargo electivo, no lo pueden echar, como sí hicieron con el ex presidente del Banco Nación, y la forma más fuerte de expresar su disenso no es con palabras. Pero está atravesado por la misma tristeza, y no habría que confundir su regreso a la mesa chica convocado junto con Ernesto Sanz, otro alejado oportunamente, con que Monzó haya superado su malestar. Probablemente sus heridas emocionales no tengan forma de cura futura, como aquellos cristales que se rompen.
Se acostumbra que, en una empresa, el dueño del 51% de las acciones y los votos toma el 100% de las decisiones
En el caso de Melconian, quien ya destruyó cualquier puente de regreso, la lesión irreparable fue no haberle confiado la conducción económica. La mayor herida de Monzó fue impedirle que participara del armado electoral 2017 en su provincia natal, una ofensa para el único verdadero bonaerense de la mesa chica del PRO, que siente el interior de la provincia como su patria y se queja de los gobernadores bonaerenses que atienden en la sede porteña de su Banco Provincia. También Felipe Solá, que era 100% bonaerense, siendo gobernador usaba la sede porteña de su banco para reuniones. Pero cuando la tristeza invade todo, como en el desengaño, cada gesto es interpretado en clave de afrenta personal.
Con la elegancia y la mesura radicales, Ernesto Sanz también testimonió tristeza con su desapego del día a día del Gobierno, una forma de reproche al estilo centralista del Poder Ejecutivo. Morales, quien lo acompañó a la Quinta de Olivos en su regreso oficial a la mesa chica, canaliza su adrenalina en el día a día ejecutivo como gobernador de Jujuy. Mientras que Sanz vio desde el primer día, en diciembre de 2015, que entre la Casa Rosada y Olivos su vida como ministro sería una tortura y prefirió curarse en salud.
Frigerio, traído al PRO por Monzó, es el único ministro que queda que sufre el disciplinamiento que impone el sistema de vigilancia de un jefe y dos vicejefes de Gabinete. Los demás ministros, además de totalmente alineados, están felices ocupando posiciones que nunca hubieran imaginado ocupar porque, al ser “nativos de la nueva política” como los millennials con internet, no sienten la pérdida de algo que no conocieron, como las formas tradicionales de hacer política.
“Política es entender qué quiere el otro”, es la forma intelectual de la empatía, explica un político de raza. Pero para poder entender qué quiere el otro (radical, peronista, gobernador, diputado o senador), el otro tiene que existir en la mente de quien está relacionado con él. Si ese otro es insignificante a los ojos de quien mira, será imposible entender qué quiere. Y si lo llegara a registrar, eso que quiere el otro parecería algo ridículo como para ser tenido en cuenta. Por ejemplo: todos los gobernadores quieren el puesto del Presidente; todo senador, diputado o intendente quiere ser reelecto o ser electo gobernador. Lo que en el PRO llaman “rosca” no es más que el sistema de concesiones recíprocas propio de la política en todo el mundo. Así como en el mercado se establecen transacciones con dinero, en la política se intercambian apoyos.
La naturaleza de la racionalidad humana se basa en el intercambio, y la política es una de sus expresiones. En Ensayo sobre el don, el antropólogo Marcel Mauss, padre de la etnología francesa y sobrino y discípulo de Emile Durkheim, explica la función atávica del intercambio. El don, también entendido como regalo, fue la base de la reciprocidad que construyó la idea del intercambio como articulador y constructor de las relaciones entre los grupos.
Marcel Mauss fue considerado también creador de la antropología económica, al mostrar que el don es el inicio de un vínculo no mercantil, “no remunerado ni inmediatamente correspondido”, pero que crea una obligación a quien lo recibe de retribuir en algún momento con un “contradon”.
El PRO no supo crear un estilo de reciprocidad de “don” y “contradon” no remunerado ni de inmediato correspondido
Los radicales, sin los cuales Macri no sería presidente; Monzó, sin el cual Macri tampoco hubiera llegado a ser un candidato nacional potencialmente presidenciable, y Melconian, que ya en 2007 fue candidato a senador por el PRO y se siente mucho más acreedor que Prat-Gay, quien se sumó en 2015, todos ellos sienten que no recibieron de Macri ni del PRO el contradon correspondiente. A diferencia de Carrió, que se lo cobra sola porque su moneda es el protagonismo que puede ejercer sin permiso de Macri.
La crítica habitual es que Macri no actúa como un presidente sino como un rey o, si se quiere, como un dueño donde todos los demás son sus empleados, que pueden aspirar a cualquier cosa menos a su propio puesto de presidente, y que no tiene que compartir obligadamente nada con nadie. Pero aun los reyes que sobrevivieron turbulencias intuitivamente practicaron el don y el contradon de Mauss. Los aliados de Macri esperan, aunque escépticos, que desarrolle esa capacidad.