COLUMNISTAS

Demasiado De Angeli

Hace poco más de un mes y medio, casi nadie sabía cómo se llamaba. Cuando el 30 de marzo comenzaba a sobresalir en la protesta del campo y PERFIL le dedicó su tapa –la primera de todos los medios en la que Alfredo De Angeli apareció–, la mayoría todavía se refería a él como “al que le falta un diente”.

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La primera tapa de De Angeli. El 30 de marzo, PERFIL le dedicó su focal al ruralista más aguerrido.

Hace poco más de un mes y medio, casi nadie sabía cómo se llamaba. Cuando el 30 de marzo comenzaba a sobresalir en la protesta del campo y PERFIL le dedicó su tapa –la primera de todos los medios en la que Alfredo De Angeli apareció–, la mayoría todavía se refería a él como “al que le falta un diente”.
También PERFIL fue la primera publicación en hacer tapa del conflicto del campo, el 15 de marzo, no bien se desató la controversia por las retenciones móviles. No se podría decir que este diario no haya dado gran despliegue en sus páginas a los ruralistas: lo hizo antes del cacerolazo y antes de que ningún otro medio lo convirtiera en noticia principal. Pero hoy, quizá como hace dos meses, nuevamente anticipando una opinión que puede terminar siendo muy numerosa, le toca observar a los dirigentes rurales bajo la misma perspectiva crítica con la que evalúa a los funcionarios del Gobierno.  Especialmente a Alfredo De Angeli, quien, con sus excesos, terminará hiriendo a quienes representa.
¿Quién es De Angeli para decirles a los senadores y diputados de los distintos partidos de la oposición: “Tenemos que cambiar este país; tenemos que reconocer que nos equivocamos al votar los superpoderes, y ahora estamos pagando las consecuencias”? ¿Desde dónde habla? Demasiado parecido a Blumberg cuando tomaba lista en el Congreso a diputados y senadores siempre temerosos de contradecir los tsunamis emocionales de la opinión pública. Y demasiado parecido a D’Elía no sólo en cómo suenan sus apellidos, sino, aunque moderadamente, en algunos métodos.
La vehemencia de De Angeli arrastra a los dirigentes de las cuatro entidades agropecuarias, totalmente superados por las bases. Ellos no pueden resolver el conflicto no sólo porque el Gobierno no quiso hacerlo, sino también porque tienen terror a la reprobación pública del popular De Angeli. Malas representatividades pasadas los colocaron en esa situación. Pero no habrá forma de alcanzar acuerdos si los representantes no son obedecidos por los representados.
¿Quién es De Angeli para decidir, en la ruta 14, “este camión pasa y éste no”, asumiendo el control del espacio público ante una Gendarmería que observa con mirada de sumisión? ¿Qué hubieran dicho los ruralistas si partidarios de D’Elía hubieran tomado el control de la mayor parte de las rutas para impedir el paso de determinados camiones? ¿Qué hubieran dicho si partidarios de Moyano, en una huelga por aumento de salarios de los camioneros, tomaran el control de las rutas e impidieran el paso de los vehículos?
Imagino que algo no muy distinto a lo que se dijo desde esta contratapa. Que el derecho de huelga o de peticionar merece tanto respeto como el derecho a trabajar o a transitar de todo aquel que desee hacerlo. Que sin importar la legitimidad del reclamo, ningún sector de la sociedad puede asumir el control del espacio público, algo que sólo le corresponde al Estado.
De la misma forma que D’Elía mereció la crítica por adueñarse de la Plaza de Mayo e impedir a otros ciudadanos hacer sonar sus cacerolas allí, merecen ser criticados quienes se adueñan de la ruta por la fuerza. Aunque el fin sea justo, ningún argentino puede ignorar que también deben ser legales los medios.

Gualeguaychuzación. Es cierto que De Angeli es el producto cultural de una forma de protesta inicialmente alentada hasta por el propio Gobierno en Gualeguaychú, y de la cual ahora es rehén si no quiere caer en una contradicción mayúscula. Pero la historia ya mostró que un método ilegal no se legitima porque otro sector lo practique.
Al igual que en la medicina, lo que separa a lo patológico de lo normal son las proporciones. Se puede disculpar un procedimiento cuestionable de protesta ante un hecho extraordinario, lo equivalente en una persona a una reacción inapropiada bajo estado de emoción violenta. Pero si lo extraordinario se hace crónico, ya no quedan atenuantes. 
  Toda demagogia deriva siempre en estafa. Alfredo De Angeli podrá cosechar aplausos inmediatos avivando broncas justificadas de los chacareros por errores del Gobierno, que se arrastran de hace años. Pero su gran aporte al campo sería devolver parte de la popularidad que esta crisis le dio; o sea, consumir algo de esa fama ayudando a Buzzi, Llambías, Miguens y Gioino a disciplinar a las bases detrás de una dirigencia orgánica sin la cual terminarán todos derrotados.
Si De Angeli se deja tentar por la fama y usa la fuerza de su causa para propulsar su propia carrera como dirigente político, estará haciendo lo mismo que critica. Reproducirá el personalismo que tanto mal le hace a la política; en su caso, reduciendo la calidad de las instituciones del campo.
No va por buen camino  cuando dice “tenemos que cambiar este país”, en lugar de solicitar cambiar la política agraria del país. No sólo le hace mal al campo, sino a él mismo. Ni el campo ni ningún otro sector de la producción –incluyendo a los sindicatos–, tiene derecho a usar su fuerza corporativamente para fines políticos.
Eso no es democracia