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Desorden internacional

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En junio de 2014 el profesor Randall Schaller escribió un artículo con un preocupante título: “La era de la entropía. Por qué el nuevo orden mundial no será ordenado”. Este artículo ha influido en los analistas de las relaciones internacionales y de la política exterior hasta la fecha.

¿Cómo actúa y cuáles son las consecuencias de esta entropía internacional? ¿Qué desafíos se presentan en relación con los equilibrios institucionales en el nivel del Estado y de la ciudadanía?

Para el autor, la pérdida relativa del peso de los Estados Unidos en su hegemonía internacional no será suplantada por otro país de iguales características, sino por un conjunto de actores anárquicos: corporaciones multinacionales, movimientos ideológicos, grupos terroristas y criminales. Todos ellos competirán por el poder de manera desordenada y sin estar sujetos a reglas comunes.  Será un mundo sin líderes claros y con poderes difusos.

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Este planteo tiene dos contraargumentos. Por un lado, la pérdida de poder comercial y militar de los Estados Unidos no parece ser de tal magnitud como para disminuir su influencia en la escena internacional.

Por otro lado, son claramente China y los países del Asia desarrollada las naciones desafiantes que se instalan como contrabalance en este escenario, junto a aquel conjunto de participantes dispersos.  

Pero lo más preocupante es dejar librados a la entropía a los actores anárquicos mencionados, algunos con un poder de daño demostrado. Aquí es necesario reforzar las organizaciones multilaterales para garantizar la seguridad internacional.

Otra dimensión que se plantea es la revolución digital, que provee información a los mencionados jugadores destructivos, dándoles más capacidades. Pero este poder es un poder completamente diferente: un poder de interrumpir, entorpecer, bloquear; pero nunca de construir.

A su vez, los inmanejables niveles de información saturan los sistemas de seguridad e inteligencia de las agencias estatales y nos sumergen en lo que Byung-Chul Han ha denominado el “dataísmo”, o la soberanía del dato empírico sin interpretación.

En este aspecto, el Estado democrático y de derecho es la única institución legítima para ordenar, administrar y procesar  la información en favor de la libertad y la equidad social.

Otro aspecto analizado por el autor es el de las redes sociales, que permiten a los ciudadanos movilizarse a favor o en contra del poder político.

La característica de este poder digital es la incapacidad de consolidarse en cambios institucionales que canalicen y consoliden sus demandas.

Aquí aparece claramente la necesidad de reconstruir y volver a darles niveles de legitimidad, modernidad y representatividad a los partidos políticos. Estos se han creado para sostener al único régimen político que ha evitado los extremos de la anarquía y la tiranía: la democracia representativa.   

Finalmente, se analiza el nivel de la subjetividad inmersa en el caos: la incapacidad cognitiva de los ciudadanos para procesar y manejar la cantidad y velocidad de la información.

En este aspecto, tenemos el desafío de reestructurar los sistemas educativos con la incorporación de las neurociencias aplicadas al aprendizaje. Pero, sobre todo, generar una construcción de conocimiento colectiva y crítica, que contrarreste con la inmensidad de la nube artificial sin reflexividad humana.   

Asimismo, es necesario empoderar a la ciudadanía en su capacidad de agencia y participación en la institucionalidad de las decisiones políticas.

El mañana cercano exige una sociedad internacional coordinada para la paz, instituciones públicas como vectores de la información colectiva, y una ciudadanía activa, participativa y consciente, más allá de la autocracia de la instantaneidad consumista.

*Politólogo y doctor en Ciencias Sociales. Profesor de la Universidad de Buenos Aires.